domingo, 31 de julio de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL CONTROL ES UN OBJETO




Querida Mariana, eran los años sesentas y nuestro maestro de cuarto de primaria, al que le decíamos Juanito Banana, nos recomendaba “guardar control”. Ramiro, quien siempre fue muy precoz (y al que muchos años después, María confirmaría que lo seguía siendo), sacaba el diccionario y buscaba las dos palabras. “Guardar: Tener cuidado de algo”; “Control: dominio”. Unía los dos conceptos y le decía al maestro: “Entonces ¿debemos tener cuidado del dominio?”. El maestro se rascaba la cabeza y, con una vara de membrillo, señalaba el mapa que estaba colgado en la pared y decía: “La capital de Panamá es ¡Panamá!, la capital de Costa Rica es ¡San José!”. Ramiro, desde su pupitre de la última fila, hacía una bocina con sus manos y gritaba: “Y la mujer de San José es ¡la Virgen María!”. Todos reíamos. El maestro se sentaba, como dándose por vencido.
Si continuáramos siendo esos niños, ahora Ramiro tendría otra definición, porque todo mundo relaciona la palabra “control” con el chunche que sirve para cambiar los canales de televisión, y la palabra “dominio” es un concepto relacionado con las páginas del Internet.
Tal vez lo único que no ha cambiado mucho es la palabra “guardar”. Aunque hemos traicionado el concepto: ¡ya no tenemos el mismo cuidado! Mi abuela todavía hablaba de “Días de guardar”, cuando se refería a los días de Semana Santa. Las personas guardaban el desenfreno y se dedicaban a la oración; ahora es al contrario.
Las cajitas donde la humanidad, desde siempre, ha guardado cosas siguen siendo las mismas. Los ricos guardan su dinero en cajas fuertes y los pobres lo guardan en cajas débiles. Estas últimas parecen de cartón o de papel porque tantito les llega la humedad se echan a perder.
Los ciudadanos comunes guardamos nuestros proyectos en cajas hechas con sueños; nuestros gobernantes guardan sus proyectos en cajas de Pandora.
¿Qué lección nos estaba legando el maestro cuando nos decía que guardáramos control? ¿Nos estaba diciendo que en lugar de anhelar cajas grandes debíamos ser como los políticos que se enriquecen con las cajas chicas?
Los niños de la primera fila, los estudiosos, los macheteros, hacían caso a la indicación y se sentaban derechitos y “guardaban” silencio (Ramiro diría que si alguien guarda silencio ¡debe hacer ruido!). Guardar control, entonces, significaba ¿aceptar todas las indicaciones de los adultos sin chistar?
Hoy, vos lo sabés bien, querida mía, los niños y adolescentes no “guardan control”. El control se ha convertido en el objeto más deseado de la casa; es motivo de las disputas más enconadas. ¿Qué diría nuestro querido maestro si supiera en lo que hemos convertido el control? Tal vez tomara su varilla de membrillo (con la que somataba nuestras manos si no decíamos de corridito todos los nombres de las capitales de todos los países) y, señalando el viejo mapa, nos obligaría a repasar los nombres de los estados de la república mexicana, sólo para que cuando nombráramos a Puebla, el cabrón de Ramiro, hiciera la bocina con sus manos y dijera: “Tierra del camote, hagan favor de sentarse”, y los demás nos reiríamos, aunque hubiese algunos que no entendieran el albur, porque no todos eran tan precoces como él.
Pd. En este instante, querida mía, pienso que el maestro, tal vez, decía lo que decía para sí mismo. Para que cuando apareciera el Ramiro con una de sus clásicas, él guardara control y no se extraviara en el mundo de los gritos, de los empujones, de los cintarazos, de las jaladas de patillas, de las patadas y de las expulsiones en que caían sus compañeros maestros.

viernes, 29 de julio de 2011

TERRITORIOS




El letrero era muy claro: “Prohibida la entrada a mujeres y niños menores de doce años”. Era un letrero de madera vieja, con letra manuscrita, hecha a la carrera. Estaba colocado en la puerta de entrada del campo aéreo. Las mujeres y niños nos conformábamos con mirar desde una loma la llegada de las avionetas y la entrada de los hombres con sombrero y traje. Cada señor entregaba un carnet a la entrada, el portero confirmaba la identidad y, con una leve inclinación del cuerpo, les franqueaba el paso. El portero volvía a cerrar la puerta y todo lo de adentro se volvía el gran misterio.
Pero el misterio comenzó a revelarse cuando Gregorio nos dijo que había visto entrar a mujeres. Estábamos fumando en el sitio de la casa de Adolfo, sentados sobre las enormes piedras que sobresalían del suelo como icebergs. Gregorio entró corriendo, tiró la gorra, se sentó a nuestro lado y dijo, con respiración entrecortada: “Vi a las mujeres”. Como planetas nos unimos en torno suyo y escuchamos su relato. Las mujeres iban adentro de dos carros lujosos, en el cuello llevaban estolas cubiertas con plumas. Lo que más resaltaba de su rostro eran sus ojos, delineados con colores negros y sombras azules de mar profundo. Sus labios eran como brasas de fogón. “Ya lo sabía -dijo Hernán- mi mamá dice que son las putas”. Miguel y yo no sabíamos quiénes eran las putas, así que Hernán debió explicarnos con detalle.
Nos pusimos de acuerdo para preguntar a nuestras mamás. Cuando llegamos a las casas, abrimos las puertas de calle y, con gritos, avisamos de nuestra llegada y fuimos a la cocina donde encontramos a nuestras mamás, con el mandil blanquísimo, cortando la verdura para hacer el puchero. Un aroma de chile asado y cebolla sofrita cosquilleó en nuestras narices y en nuestros ojos. Las mamás fueron al lavadero y con una esponja llena de jabón comenzaron a restregar los fondos de las ollas y de los sartenes. Nosotros, a su lado, les repetimos la pregunta y ellas, restregándose los ojos y restregando con más fuerza los cubiertos, dijeron que no sabían. Pero al domingo siguiente nos llevaron desde muy temprano a la loma frente al campo aéreo y, con sus sombreros y sus faldas amponas, estuvieron muy pendientes de los movimientos que ahí se daban. Hernán nos había dicho que los carros llegaban a las nueve o diez de la mañana, dejaban a las mujeres y salían minutos después. Su papá había cometido una infidencia y habló de esto en compañía de sus amigos, cuando el hijo estaba presente y éste hacía como que jugaba sus carritos de madera, pero paraba muy bien la oreja, porque era la noticia del siglo. No se permitía la entrada de mujeres y de niños menores de doce años, porque no era conveniente que se supiera que el campo aéreo, en realidad, funcionaba como el burdel más lujoso de la región. Las avionetas que ahí aterrizaban llevaban a hombres procedentes de Guatemala o de El Salvador para una noche de juerga. Era famosa la versión de que ahí trabajaban las mujeres más hermosas de México y de Chiapas. Esa mañana de domingo vimos entrar los carros que eran como jaulas llevando su preciada carga. Las mamás nos taparon los ojos, luego se pararon, con rabia cerraron sus parasoles y, jalándonos de una mano, nos llevaron a casa donde se metieron horas y horas adentro de los cuartos donde los papás seguían acostados. Oímos la discusión, algún llanto contenido y dos o tres portazos.
Al día siguiente que cumplimos trece años los niños hicimos fila frente a la puerta del campo aéreo y cuando el portero nos vio por la mirilla exigimos nuestro derecho a entrar. Cuando el viejo soltó la carcajada, nosotros dijimos, con inocencia, que sólo queríamos mirar y él, riendo todavía, abrió la puerta. “Pasen pues, cabroncitos”, dijo y nosotros, con un paso de soldado orgulloso, entramos a develar el gran misterio.

miércoles, 27 de julio de 2011

JUGO DE JUEGOS




Mariana me envió un mensaje esta mañana: “¿Jugamos a degradar el libro?”. Durante toda la semana hemos jugado a “degradar”. El lunes degradamos a las abuelas, el martes a los santos (incluyendo el enmascarado de plata), el miércoles degradamos a las mujeres de pechos grandes, el jueves a los borrachos llamados “sociales”, el viernes jugamos a degradar a los transportadores de ángulos y el sábado degradamos a las escuelas.
Me encanta jugar con Mariana. Siempre está dispuesta a recibir el viento y el sol de la novedad. Se sabe, no hay cosa más aburrida que lo rutinario. Desde que la conocí, Mariana ha sido un talismán de propuestas novedosas. Una tarde, mientras abríamos avellanas para alimentar a las ardillas del parque, me propuso: “Juguemos al agujero negro”. Como una noche antes habíamos jugado a ser río, tuve que transformar mi agua en energía. Esto es un proceso fácil, uno se convierte en una turbina Pelton y deja que el agua corra por el interior y luego fluya por cables. Mariana, cuando vio que yo estaba lleno de luz, se recostó sobre el pasto, abrió los brazos y dejó que sus cabellos fueran los hilos conductores que llevaran mi luz hasta su pecho, hasta su vientre, hasta la galaxia más lejana del universo. “¿En dónde -dijo- tengo el agujero?”. Yo, lleno de vapor, le dije que estaba en medio de sus ojos y ella sonrió, dijo que sí, que le gustaba mucho jugar conmigo porque siempre estábamos en la misma sintonía.
Lo más importante del juego es recuperar al niño, sólo así se está en la misma sintonía; sólo así una niña bonita de dieciocho años se siente bien con un viejo de cincuenta y cuatro, y viceversa. Un elemento básico es el tono de voz. El juego toma carta de naturalización cuando la pareja habla como si estuviera debajo de una mesa o adentro de un ropero, en voz muy baja, así los adultos no interrumpen el juego. Mariana siempre coloca una de sus manos en mi muslo, se acerca a mi oído (tan cerca que siento su aliento) y me habla, como si le rezara a la Virgen María o a San Pedro de las Polainas. Sus labios apenas se abren, son como un colibrí suspendido en el vuelo o como una alcancía que rehúsa la moneda para no interrumpir su silencio.
Como la vez pasada ella ganó, ahora, como castigo, me toca comenzar el juego. ¿De qué manera degradar al libro? Bueno, ya algunos escritores chiapanecos nos han ganado al gastar tanto papel con ideas tan simples. Ahora mismo tengo ya mi primera degradación. ¡No la diré porque Mariana puede leer esta Arenilla! Mariana me ganó con el juego de la degradación de las escuelas, aunque ya lo sabemos muchos alumnos y muchísimos maestros nos han aventajado; el primer lugar lo tiene la líder oriunda de Comitán (¡qué pena!).
La primera vez que llegué a casa de Mariana, sus papás se sorprendieron cuando me metí debajo de la mesa. Mi amiga les explicó que es parte de un proceso en el que persigo la consigna del Libro de Los Consejos: “Recupera al niño que fuiste”.
El otro día, Mariana, botada de la risa, dijo que encontró a sus papás debajo de la mesa, jugando. Bueno, bueno, espero que jueguen juegos tan emocionantes como los que Mariana propone. Ella siempre piensa en novedades, pero a mí me gusta uno en especial que, cuando es día del niño o día de mi cumpleaños, le pido repetir el juego donde ella es un verso de Octavio Paz: “…el viento sopla por mi boca y su largo quejido cubre con sus dos alas grises la noche de los cuerpos…”.

domingo, 24 de julio de 2011

NANDAYAPA Y JUÁREZ




Este título no es porque a Mario Nandayapa el viento le haga lo mismo que a Juárez. El Juárez de este texto es otro y ésta otra historia, aunque sí es de vientos, de vientos de Ciudad Juárez enredados en Comitán.
Una tarde Mario llegó a la antigua Balún Canán, convocado por la literatura. Como él lleva muchos años metido en este ajo dio una conferencia a muchachos del Centro Comiteco de Creación Literaria; y como siempre anda debajo del brazo con un bonche de espigas –amotinadas y de las otras (incluso el acta donde demuestra los méritos para recibir la Medalla Rosario Castellanos o el Premio Chiapas o ser nombrado Director de Coneculta-Chiapas -seguro que lo hace mejor que la actual Directora) se abrió generoso y donó grabados de Francisco Cabrera Nieto y estampas de dos niñas universitarias en intercambio -académico, por supuesto- y regó palabras, muchas palabras. Los pumpos llenos de palabras los regó sobre las calles empedradas y los sembró en los tejados de barro. No contento con todo esto, reservó para el final un guijarro. Cuando un hombre agota el contenido de su talega (sin albur) la última nube es como ese lucero que aparece en la madrugada y sólo es visto por los borrachos, por las prostitutas y por los elegidos de Dios.
Mario abrió la mano y mostró, sin recato, con gusto, un nombre: Carlos Antonio Ortiz Ampudia y éste, como niño travieso, asomó debajo de una mesa, sonrió, levantó la mano y dijo: “¡soy yo!”
Resulta que Carlos acompañó a Mario en este viaje, de Tuxtla a Comitán, porque él nació en este último pueblo. Esto no tendría algo relevante, se sabe que a diario muchos chiquitíos nacen acá. El clima es templado, pero el calor interno de comitecos y comitecas alcanza la temperatura de la arena de Tonalá y de puntos intermedios.
Lo novedoso es que Carlos Antonio nació acá, hace muchos años y casi casi recién nacido un viento lo llevó a vivir a otros lugares. Actualmente reside en Ciudad Juárez, Chihuahua (¡Dios mío, en la antípoda de esta tierra!). Lo sorprendente es que Carlos Antonio, por primera vez en su vida ¡conoció su pueblo! ¿Qué puede recordar un chitirís de escasos meses del lugar donde nació? Vi en la mirada y en el corazón de Carlos el asombro, el gusto por saber que en estos vientos sigue volando el papalote que lo cobijó de pichito. Carlos vino al lugar donde está enterrado su muschuc (ombligo); vino a pepenar los sueños que no terminó de germinar; vino a hallar lo nombrado, la luz de su alma.
Los comitecos nos sentimos contentos ante su presencia. Fue como reconocer la misma luz nuestra en su rostro, en su mirada de niño travieso. Fue tanto nuestro gusto que, cuando Mario concluyó su exposición y llegó el instante para entregarle un reconocimiento firmado por el Presidente Municipal de Comitán, José Antonio Aguilar Meza, y por el Director de la Universidad Mariano N. Ruiz, José Hugo Campos Guillén, le pedimos a Carlos Antonio que, en nombre de este pueblo, hiciera entrega formal del diploma.
Fue una manera de decirle a Carlos Antonio que ¡es de lo nuestros y nos da mucho gusto!; fue una manera de expresar a Mario nuestro agradecimiento por venir a regar vientos, vientos de esos que a Juárez le hacían lo mismo que, parece, le hacen a Nandayapa, Nandayupa, Calaca, Caluca.
(¿Y si algún día llega a ser Director de Coneculta-Chiapas, qué vamos a hacer?).

jueves, 21 de julio de 2011

DE NINGUNA PARTE




A finales de los años setenta, algunos amigos escuchaban discos de Facundo Cabral. A mí no me gustaba. No le perdonaba ese aire de Mesías dictando su palabra como si fuese un Jesús redivivo. Mas ahora que falleció me entero que él fue autor de la canción “No soy de aquí ni soy de allá”, canción que, a la menor provocación, cantaba en compañía de los amigos.
Adolfo Gómez Vives, poeta destacado, radica desde hace años en la ciudad de México. Un día, caminando por las calles de Comitán me topé con él. Estaba de vacaciones, por dos o tres días. Nos sentamos en una banca del parque de San Sebastián, me dijo: “Siento que no soy de aquí ni soy de allá”. Recordé la canción y recordé cómo, con mi grupo de amigos, la cantábamos debajo de un árbol, en el rancho de Jorge, o en una banca del parque, en el centro del pueblo. Siempre había un amigo que llevaba una guitarra (“una lira”, decíamos).
Adolfo me confió su sentimiento. Vivir en la ciudad de México no lo había hecho de allá, existían algunas cosas que no podía aprehenderlas; pero, al mismo tiempo, vivir alejado de su pueblo lo había condenado a extraviar elementos de identidad. Al final se había quedado con la sensación de no pertenecer a algún lado. Llegaba a su pueblo y todo lo encontraba ajeno. Regresaba a su lugar de residencia y hallaba elementos que no le eran propios.
Yo no le podía decir que para su “mal” es preciso seguir la recomendación de Alfredo, en la película “Cinema Paradiso”. Alfredo le dice a Toto que no debe regresar al pueblo (recordemos que Toto vuelve sólo cuando Alfredo muere y, entonces, encuentra lo que había dejado, casi casi como si todo estuviera intocado -no por el tiempo- pero sí por la sustancia divina). No le podía decir esto porque sería tanto como condenar a Fito a que no vuelva pronto, y saludarlo es un privilegio. Tal vez algún día Fito comprenda que el territorio esencial está en nuestro interior. El pueblo de siempre permanece eterno en nuestro espíritu, ¡ahí hay que buscar! No somos de aquí, ni somos de allá, ¡somos de un territorio interno que contiene todo el universo y más allá!
No me gustaba Facundo, pero cuando me enteré que en México tenemos también un Facundo, pensé que Argentina nos había ganado. El Facundo mexicano es un muchacho irrelevante. Cuando menos, el otro había escrito una canción regular. Digo regular, porque contenía elementos sujetos a discusión. A mí nunca me gustó “la mujer cuando llora” ni me gustó “ser amigo de los ladrones”, pero sí, en cambio, soñaba con tener “todo el tiempo para ver las estrellas” acompañado con alguna “María en el trigal” (ahora, tengo todo el tiempo para ver las estrellas, pero nunca tuve a mi lado a alguna María para compartir ese instante). Tal vez Adolfo tenga tiempo también y tenga a su “María”, pero como vive en el Distrito Federal, ¿cómo ver las estrellas en medio de esa nata de smog?
En los últimos tiempos circula un texto escrito por Facundo: “No estás deprimido, estás distraído”. Ahí escribe algo que llamó mi atención: “Haz sólo lo que amas y serás feliz”. Bueno, ahora que está muerto ya me reconcilié con él. Claro, seguiré sin escuchar sus discos. ¡No le tolero su aire de perdonavidas! Alguien, ahora por su fallecimiento, me contó que asistió a un concierto de Facundo, donde se prohibía la entrada de niños. Un niño lloró a mitad del concierto (la mamá lo pasó de “contrabando”). Facundo detuvo su concierto, dejó la guitarra al lado de la silla, se retiró del escenario y no volvió.
No le tolero creerse un Jesús y no permitir que los niños se acercaran a él.

martes, 19 de julio de 2011

HENDI – DURAS




“¡Es un charlatán!”, me dijo Angélica, hace dos o tres meses, cuando le platiqué del hombre que cura almas. Ayer, Angélica me envió un mensaje. Desea conocer al hombre. No es un deseo morboso. Es, jura, ¡un deseo del alma!
Conocí al curandero una mañana de abril. Estábamos debajo de un árbol de durazno, de fronda amplia. La sombra nos cobijaba. Alrededor de una mesa, un grupo de amigos tomábamos cerveza, té y limonada. Rosario, compañera de Esteban, nos servía botanas comitecas: rodajas de butifarras, picles, chicharrón de hebra, quesillo, frijol con crema y tostadas de manteca. Al fondo de la casa, en el corredor, estaba la marimba. Los amigos pedíamos canciones y los marimberos nos complacían.
Cuando Alicia, con el vaso en alto, pidió “Comitán”, el himno de los comitecos, Rosario dejó el mandil y sacó a bailar a Esteban. Nosotros estiramos las piernas y nos complacimos viendo a la pareja. A mitad del patio se volvieron uno solo. Fue cuando Verónica dijo que esa melodía quebraba el alma. Sí, dijo Fernanda, y recordó sus tiempos de estudiante, en la ciudad de México. Lloraba, comentó, cuando ponía el disco en una vieja consola y recordaba a su amado Comitán. Era, dijo, a través de las grietas de su alma que escurría la nostalgia. ¡Ya, bájale!, gritó Enrique, y se paró para aplaudir a la pareja anfitriona que concluía su baile. Todos nos paramos y tiramos a mitad del patio las servilletas de tela. Esteban levantó una servilleta y formó una flor, se hincó y la ofreció a su amada. Alicia hizo una seña a los marimberos y estos tocaron una diana diana con chin chín. ¡Ya, ya, que sea menos -dijo Enrique- estamos chupando tranquilos!
Cuando todos nos sentamos un silencio se hizo. La sirvienta había abierto la puerta de calle. Al lado del limonero apareció un hombre vestido de blanco, con barba de mucho tiempo, algunas canas en el cabello y una botella de vino en la mano. Esteban se paró a recibirlo. Rosario le siguió, pero volteó hacia nosotros y dijo: ¡es un sanador de almas! Alicia me vio y sonrió. Enrique se tapó la boca para contener la risa.
El hombre saludó y se sentó. Todos estábamos callados, como esperando algo. Esteban cortó esa niebla asfixiante. Les presento a mi amigo Rosendo, dijo, ¡amigo de toda la vida! El hombre juntó las palmas de sus manos y las llevó a su pecho, hizo una ligera genuflexión. ¡Ay, qué formalito, dijo Alicia y rió! Todos reímos. Él también. Se sentó, tomó el sacacorchos y abrió la botella de vino. Sirvió. Alicia, entonces, le preguntó cómo curaba el alma y aclaró que Rosario nos había confiado su profesión. Rosendo le tomó la mano y dijo: ¡Así! Alicia se puso seria, cerró los ojos y comenzó a llorar. Todos los de la mesa callamos. Era impresionante ver cómo Alicia lloraba, como si fuese una niña, como si tuviese una hendidura por donde brotara el llanto. No sé cuánto tiempo pasó, pero ninguno de nosotros hizo más que ver la escena. Por fin, después de un tiempo largo, ella pareció calmarse. Un colibrí se paró sobre una flor del Paraíso que estaba al lado de ella. Alicia abrió los ojos, el hombre retiró sus manos y ella quedó con la mano extendida como si pidiera limosna. Rosendo sirvió otro poco de vino en un vaso de unisel y comentó: “Todos tenemos grietas”, alzó su copa y brindó, por la vida, por ese instante, por esa tarde que era como el vuelo del colibrí: ¡intenso pero suspendido! Rosario, tal vez para distender esa niebla, pidió a los marimberos que tocaran el tango “Uno” y todo volvió a tomar su rostro cotidiano. Alicia se acercó y me dijo: Estoy curada y me abrazó. Vimos volar al colibrí. La tarde era como una niña durmiendo en una hamaca.
Todos tenemos grietas, le dije a Angélica, cuando le conté del sanador. Ella lo aceptó, pero me dijo que Rosendo le parecía un charlatán. Ayer me envió un mensaje. Lo quiere conocer. Rosario ha convocado a una reunión de amigos para el viernes. Invité a Angélica, tal vez Rosendo asome por ahí. Llevaré vino, dijo Angélica y me pidió la marca del vino que el sanador llevó. Desde entonces, Alicia tiene un rostro de pan recién hecho. Estoy curada, dice cada vez que nos encontramos en la calle.

domingo, 17 de julio de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA NOCHE ES COMO UN PEDAZO DE CIELO




Con un abrazo a Chente Vázquez,
escritor Guatemalteco.


Querida Mariana: todo mundo conoce la leyenda de La Tizihua o X’tabay o La Malora. La mayoría de versiones la muestra como una mujer que seduce a los hombres trasnochados y los pierde. Igual que la Diosa Kali, de la India, La Mujer Blanca tiene el don de la ubicuidad y lo mismo se aparece en los caminos arenosos de Arriaga, que en los pedregales de San Cristóbal o de Comitán. El reflejo de la luna magnifica los contornos de sus pechos y de sus muslos y cadera. Quienes son seducidos y caen bajo su influjo ¡terminan locos!
Esto viene a cuento porque ayer, tomando un café en la casa de Estela, mientras sus primitos corrían detrás de una gallina, me dijo que ya existe una versión contemporánea de dicha leyenda. Por esta región la llaman Lady Gaga, ya mirás cómo los comitecos somos muy dados a la imitación (el otro día fui a presenciar un partido de fútbol llanero entre las selecciones del Barcelona y del Real Madrid, ¡ah, pucha! Luego por eso hay unos compas que se comportan, fuera de cancha, como si fueran Messi y se creen, como dicen ustedes los jóvenes, ¡la última coca cola del desierto!). Si es cierto que la Lady Gaga anda haciendo travesuras por acá debe andar ya por todo Chiapas. Esta nueva versión de La Tizihua no seduce a hombres, sino ¡a mujeres!
Estela, mientras sus primitos le recortaban las plumas a la gallina atrapada, con una de esas tijeras que emplean los jardineros, me dijo que una de sus amigas no llegó a dormir a su casa. Sus papás, preocupados, comenzaron a buscarla. A las diez de la mañana, en un corredor del Hospital, recibieron un mensaje de la sirvienta: la niña ¡estaba en casa! Estaba agotada, con la blusa rota y su rostro, a pesar de los ojos rojos y de las ojeras de tierra, tenía un brillo como el que dicen poseen los ángeles.
Días después, la amiga le contó a Estela que esa noche había ido a un antro, con un grupo de amigos. Estaban sentados en una mesa redonda, platicaban, tomaban, oían la música en vivo, cuando un mesero se acercó y le dio un papel: “Voy al tocador, ¿me acompañas?”. Levantó la vista y el mesero le indicó la mesa al fondo. ¡Ahí estaba la mujer más sensual del universo! Llevaba una blusa transparente y un pantalón entallado; un collar de torzal blanco que delineaba el cuello que era como una columna de viento. La mujer se paró y la amiga de Estela, sin poder evitarlo, dejó el celular sobre la mesa y dijo que iba al sanitario, una de las compañeras se ofreció a acompañarla, pero ella la detuvo. Caminó por en medio de la gente, empujó la puerta y vio a la mujer apoyada en el lavabos. Su blusa estaba desabotonada y una de sus manos sostenía un pecho como si ofreciera un fruto. La amiga se recargó contra la puerta y colocó el seguro; dejó que la mujer se acercara y le diera besos en el cuello. Sus labios eran como un trozo de hielo con un calor de brasa de fogón. La amiga cerró los ojos, puso sus manos contra la pared -como crucificada- y pensó que esa mujer era como el ala de un ángel o como el aire que alimenta a las orquídeas. Cuando abrió los ojos estaba tirada detrás de una pila de cartones de cerveza, en la bodega del antro. Debió esperar al personal de limpieza para poder salir a la mañana siguiente.
Mientras los sobrinitos decoraban unos antifaces con las plumas de la gallina, Estela me confió que, al contrario de la leyenda antigua donde los hombres rehúyen el contacto con La Mujer Blanca, muchas mujeres ahora acuden a los antros con el deseo de ser seducidas y tocadas por Lady Gaga. La amiga camina por las calles de Comitán con un aura de mujer bendita, de sonrisa de misterio.
Pd. En mi adolescencia me gustaba leer cuentos de vampiros. Recuerdo que cuando un vampiro “chupa” la sangre de la víctima, ésta, por el simple contacto, se convierte en vampiro. Por el momento nadie sabe si la amiga de Estela se convirtió también en un clon de Lady Gaga. ¿Imaginás a medio Chiapas con mujeres de esas características?

viernes, 15 de julio de 2011

POR QUIENES LANZAN LA CUERDA




Con un abrazo para Ricardo Del Muro, director de El Heraldo de Chiapas,
por la ausencia física de su papá.



El libro impreso en papel, ¿por qué y para qué? ¿Existe algún modo más efectivo para prodigar el conocimiento y la sabiduría? Los jóvenes dirán: ¡el Internet!, pero los sabios reconocen que el abrazo de amistad debe darse a mitad de la calle. El libro ha sido, desde siempre, la manera más efectiva para saludar al amigo, para dar el vaso de agua.
Tal vez por esto, en tiempos en que los libros digitales son la novedad, en Comitán se insiste en dar la mano a plena luz del Sol, con el viento enredado en el rostro. No sé cuántas Presidencias Municipales de Chiapas destinen recursos para proyectos editoriales, pero sí sé que en estos tiempos ¡Comitán es la diferencia!
El libro, lo sabe medio mundo, se lleva debajo del brazo o abrazado al pecho. Hasta el momento no he visto a alguien que lleve la tableta electrónica en la espalda detenida con el cinturón. El libro, cuando la banca de cemento está caliente, sirve para colocarlo debajo de las nalgas (a ver, a ver, ¡que alguien haga lo mismo con una e-book!). Desde siempre, los lectores le han dado mil usos al libro, porque para eso sirven los amigos. Con los amigos, uno sube a los árboles, juega a las carreritas o a los almohadazos.
Estos periodos presidenciales son cortos. Ya, ahora mismo, los políticos tienen puesta su mira en el 2012, ¿quién piensa en el presente? No sé en otros municipios, pero en Comitán debo decir que su Presidente Municipal está sembrando una semilla de luz. ¡Ya están en prensa, en la ciudad de México, los dos primeros títulos de la Serie: “La lectura, más cerca de ti”! Una propuesta editorial sin parangón en este pueblo.
Tal vez la ventaja más grande del libro sea su independencia con respecto a la energía eléctrica. En estos tiempos, cuando se va la luz se “caen” los sistemas. Nos hemos convertido en unos “sistemadependientes”. El horno, la computadora y la televisión ¡dejan de funcionar! cuando la luz se va. La maravillosa biblioteca de cinco mil volúmenes que tenemos en el Ipad ¡sirve para dos cosas!: para nada y para nada. El libro impreso es una lámpara que no usa baterías ni tiene cables para enchufes. Por esto, en Comitán, su autoridad municipal pensó en dar luz a través de una colección que conservará las letras de sus escritores y la compartirá con medio mundo. Estos libros no llegarán a China ni a Polonia, como sí llegan los libros digitales, pero, en compensación, podrán abrazar al más cercano, al que mira la tarde desde el portal de la Casa de la Cultura o está sentado en la banca del parque de San Sebastián.
¡Ya están en prensa y pronto estarán en Comitán los dos primeros títulos! El primero es un poemario de Mario Escobar, destacado narrador y poeta; y el segundo es un libro de cuentos, de Guadalupe Alfonzo y su publicación es como un mínimo homenaje a una mujer que promovió denodadamente el teatro juvenil en esta ciudad.
La Colección Editorial contempla la publicación de diez títulos, cuando menos. ¡Es un acierto de José Antonio Aguilar Meza, Presidente Municipal de Comitán! ¿En algún otro municipio de Chiapas existe un programa similar? Lo dudo, de veras ¡lo dudo! Por esto, se considera a Comitán ¡la Capital Cultural de Chiapas!

martes, 12 de julio de 2011

ARENILLA PARA COTHY SOTO CRÓCKER (publicada en El Heraldo de Chiapas, el miércoles 13 de julio de 2011).




Cothy es una artista. Una vez le pregunté si había cierta frustración por no ser de “los grandes” (y esto de los grandes se refería a ser una Aída Cuevas o una Lucha Villa; se refería a salir en la televisión nacional y llenar auditorios) y ella me dijo que ¡no! Ella dice que está satisfecha con ofrecer el corazón a sus paisanos. Con orgullo ha participado en actos masivos en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez y ha participado en programas del Canal 10, pero también, con humildad, llega al Centro Cultural Rosario Castellanos de Comitán y enseña guitarra a un grupo de chiquitíos que la ve con agradecimiento. Pero hay algo en su mirada que pareciera desmentir tal conformismo. Cothy sabe que pudo o puede ser más. Los artistas siempre anhelan el reconocimiento de las multitudes. Siempre están en espera de la gran oportunidad; siempre en espera de esa luz que el destino toca a pocos elegidos.
En su escritorio presume una fotografía donde está al lado de la Directora de Coneculta-Chiapas. El día que Cothy entienda que sería esta última quien debía presumir la foto por estar al lado de la artista, tal vez ese día, Cothy comience a crecer.

1.- Sos "La voz del sentimiento", ¿cuál es el sentimiento que menos necesita alzar la voz?
El amor, porque es sutil, etéreo, suave como el pétalo de una rosa.

2.- Imaginemos que la voz se contagia con algún bicho, ¿cuál es el más peligroso?
La envidia. Es como la tifoidea, repetitiva, molesta y muy peligrosa.

3.- Una estampida de palabras malas, ¿qué provoca?
Si te las dicen te pueden provocar un infarto, pero si las dices tú y de preferencia a solas, te sirve de desahogo.

4.- "Cuando le hablen de amor y de ilusiones..." ¿qué es lo que debe hacer la muchacha bonita de dieciocho años?
Si es comiteca: ¡su maletía!

5.- ¿Cuál es lo absoluto de lo relativo?
Lo absoluto: Dios. Lo relativo: el universo.

6.- ¿Cuál es la línea más erótica de tus huellas?
La de mis labios...

7.- ¿Qué hacen los que se convierten en viudos de la rutina?
Canciones, poemas, cajitas decoradas para guardar los sueños y sobre todo "Arenillas".

8.- ¿Con qué pomada se cura el dolor del migajón que le da al que no es bolillo?
La pomada del olvido. Olvidar es recordar con indiferencia...

9.- La cordura ¿es buena consejera?
A veces... Demasiada cordura puede volvernos cobardes, mediocres, pusilánimes.

10.- ¿Qué ritmo debe llevar la canción que hable de la piedra en el zapato?
Ranchero, porque este ritmo hace vibrar las cuerdas más recónditas del corazón.

(Cothy Soto Crócker, pertenece a una familia de artistas, compositores y arreglistas comitecos. Ha grabado 8 discos, siendo el más reciente “Por siempre Chiapas”, con acompañamiento de marimba. Imparte clases de guitarra práctica en el Centro Cultural Rosario Castellanos, de Comitán.)

domingo, 10 de julio de 2011

DEBAJO DE LA MESA




Cada vez que escribo una Arenilla elijo un tema. Desecho miles al elegir sólo uno. Por esto digo que en el cajón de los temas posibles aún duermen aquéllos que tal vez nunca aparezcan impresos en un papel.
Quien escribe su autobiografía privilegia algunos instantes y entierra otros. Hay temas que nunca se cuentan. Son secretos que -los clásicos dicen- se llevan a la tumba. Los escritores empleamos el famoso recurso de “el primo de un amigo”. Es más fácil adosar a un personaje de ficción los hechos inconfesables y las culpas que nos asfixian.
Por esto ahora no sé si lo que platicaré a continuación me sucedió o es mera ficción o aprovecho el recurso para decir que le sucedió al primo de un amigo que, en esta ocasión, llamaré Peter (con este nombre y con el cabello rubio y los ojos azules, difícilmente alguien podrá ubicar a este niño de siete años en un cuarto de una casa de Comitán).
Peter era hijo único, nacido en Nueva York y por una historia no aclarada lo habían llevado a un pueblo de la costa de Chiapas cuando tenía dos años de edad. Parece que el frío de su lugar natal lo había marcado para siempre porque, a pesar de las temperaturas por encima de los treinta y cinco grados, él siempre vestía un suéter de lana. Cuando llegaba el tiempo de vacaciones y todos los de casa iban a la finca, él se quedaba con la abuela María y con Eugenia, la nana. Peter se encerraba en su cuarto y jugaba escondido debajo de una mesa de madera que estaba colocada en un rincón. Metía todos sus carros y soldados. Antes colocaba dos o tres sábanas blancas sobre la superficie de tal suerte que los extremos “cayeran” sobre los bordes de la mesa para cubrir los espacios vacíos, con lo que lograba hacer algo como una casa de campaña. Le fascinaba ver cómo la luz del exterior ahí adentro tomaba un color ámbar translúcido, como de miel o de barniz diluido.
Una tarde de un calor espeso, Peter jugaba dentro de su cueva cuando entró una de las niñas que lavaban la ropa. Peter iba a reclamar la presencia cuando vio que la niña se sentaba en una esquina y abría sus piernas. Peter abandonó el carro sobre el suelo y se acercó más a la hendija que dejaba la sábana. La niña se subió la falda blanca, sus piernas tenían el color de la canela, brillaban por el sudor. Ella puso las manos sobre sus muslos, en la parte interna, y como si abriera una sandía abrió sus piernas, echó para adelante su vientre y su cabeza para atrás. Peter abrió más la hendija con su mano, desde donde estaba, la niña se veía como una gallina a la que le hubieran cortado la cabeza. Entonces Peter vio que en medio de sus piernas aparecía una cabeza breve, blanca, peluda, con orejas. Las venas de los muslos de la niña se dilataron a tal grado que parecían raíces de un árbol enorme. Peter escuchó los pujidos de la niña que se fueron intensificando conforme la cabeza blanca apareció en todo su esplendor hasta que la bola blanca brincó por el piso de madera de cedro. ¡Era un conejito! La niña lo atrapó con sus pies y luego recompuso su postura. Su carita brillaba como si fuese uno más de los rayos de Sol que se colaban por la ventana del cuarto. La niña encogió sus piernas y con las manos cogió al conejito y lo abrazó amorosamente. La niña cerró sus piernas, con la mano izquierda se apoyó en el piso, se levantó y salió en medio de la misma niebla de luz con que había entrado, con el conejito entre sus brazos.
Peter asomó su cara entre las sábanas y miró por todos lados para asegurarse de que no había alguien. Si la niña hubiese seguido enfrente habría pensado que Peter era un conejito que nacía a través de las sábanas. El niño se arrastró hasta el rincón donde había estado la niña y vio la humedad del sudor de las nalgas de la niña. Un aroma de miel y requesón llegó a la nariz de Peter. Repasó sus dedos sobre la duela y los acercó a su nariz. Este olor, ahora, ya mayor de edad, lo encuentra en todas las muchachas bonitas. Sabe que aparece cuando ellas están excitadas, cuando están a punto de parir conejitos blancos y tiernos.
Se me agota el espacio de este texto. Cuando me dispuse a escribir esta Arenilla pensé en escribir acerca de cómo le hacen las abejas para resistir la tentación de comer la miel que producen, pero pronto otro tema brincó y el de las abejas se extravió en un laberinto de panal y, estoy casi seguro, nunca volveré a toparme con él.

viernes, 8 de julio de 2011

DEBAJO DE LA BOLETA




Manolo escribió para darme la noticia del centenario del nacimiento de Cantinflas. Recordé un cuento escrito por Andrés Chong, escritor belga nacido en Tonalá. Siempre que lo entrevistan él bromea: “Soy un Tonalteco ¡mucha belga!, así que más que tonalteco ¡soy belga!”. Por esto a su primer libro de cuentos lo tituló: “Histolietas belgas” (fue tan exitoso que está agotado. El libro ¡no él!).
En su segundo libro: “Caras vemos, intenciones sabemos”, incluyó un cuento de apenas dos páginas, donde, de manera tangencial, aparece el nombre de Cantinflas. El libro fue publicado en la Editorial Alianza y la fecha de edición es: abril de 1993 (mes y año del fallecimiento de Cantinflas).
En la línea número dieciocho se lee: “…Alfonso dejó el vaso con güisqui sobre la mesa, abrió la ventana y vio la torre latinoamericana perfilarse contra el cielo plomizo, pensó: Otra cosa sería este país si Cantinflas hubiese ganado la presidencia…”.
Todo mundo sabe que en muchas boletas de elección las personas escribían el nombre de Cantinflas como candidato a la Presidencia de la República.
¿De verdad este país sería otro? Sí, otro sería si en lugar de Vicente Fox hubiese ganado Labastida o Cárdenas. ¿Qué país será si gana Ebrard o Peña Nieto? Nadie puede vaticinarlo. Con excepción de Andrés Chong, pues en el cuento en cuestión dice una línea esperanzadora en el renglón cuarenta y cuatro: “…las calles se inundaron con banderas, con confeti y con voces que eran un monumental grito iluminado. ¡Por fin, Cantinflas había sido electo presidente!”.
El cuento es elemental y soso. Pero, dentro de su candidez expresa un sentimiento cada vez más recurrente: la patria está colgada de una rama frágil y la tierra es muy resbaladiza. ¡Medio mundo desea que este mundo sea otro!
Cantinflas cumpliría cien años en este 2011. Sería un viejo inútil, empotrado en una silla de ruedas arrumbada en un rincón. ¡Nadie, en el 2012 votaría por él! Nadie, en su sano juicio, elige viejos inútiles para la Presidencia de su patria. Todo mundo trata de elegir al mejor hombre, al que sea como un faro de luz y de esperanza. Elegir al hombre que al final del sexenio permita decir: ¡este país es otro, por fortuna!
¿De veras todo mundo trata de elegir al hombre faro de luz y de esperanza? ¡Quién sabe! Basta pensar que mucha gente votaba por Cantinflas para dudar de tal aseveración. Este país, ¡oh, qué desgracia!, en muchas ocasiones, vive inmerso en la confusión. No sólo ha votado por comediantes como Cantinflas, también ha votado por payasos y por equilibristas. Hemos confundido a la patria con un circo de tres pistas. La única disculpa que lo justifica es ¡la esperanza! La mayoría siempre vota creyendo que al país le irá mejor. Y si esto es así ¡no importa que el presidente sea alguien como Cantinflas!
Y ahora que estamos cercanos a conmemorar los cien años del nacimiento de Cantinflas y, el próximo año, a definir al próximo Presidente de la República, no es atrevido decir que el cómico fue tan admirado y querido porque representaba a cabalidad nuestra esencia. Cantinflear significa hablar de manera atropellada e incongruente. No pocos políticos hablan así.
A muchos políticos les encanta hacer malabares con el lenguaje y ejecutan un desperdicio de palabras, que cae como torrente sin alcanzar a significar algo.
¿Qué país hubiese sido un país gobernado por un presidente incapaz de articular un discurso coherente propiciado por una mente lógica? ¡Dios mío, parece que en los últimos tiempos hemos vivido inmersos en esta epidemia! ¿Qué nos alcanzará para el 2012 cuando Cantinflas cumpla ciento un años?

martes, 5 de julio de 2011

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL AGUA ESCURRE


Con un abrazo para Hugo Campos Flores por haber
concluido satisfactoriamente sus estudios profesionales.




Querida Mariana: ayer que fui a la casa de Rosendo, Eugenia abrió la puerta y de entrada me dijo: “Mira, tío, ¡cómo escurre el Sol sobre las tejas!”. ¡Me quedé turulato! ¿Mirás qué prodigio? La tarde, en efecto, se inclinaba sobre la ciudad. Después de dos días de lluvia intensa, los cielos de Comitán hicieron una pausa y el “Sol escurría sobre los techos”.
Eugenia me dice tío por afecto. Vos sabés que Rosendo y yo tenemos añísimos de conocernos. Sólo somos amigos, pero somos como hermanos. Su hijita, a sus escasos siete años, es una niña hermosa y muy inteligente. Le encanta leer y pintar (ahora pienso que también será una gran escritora). Una tarde, hace como dos años (yo estaba recién desempacado de mi estancia en Puebla), estábamos con su papá en el corredor de la casa, tomábamos té, cuando Eugenia se subió a mis piernas y me dijo: “¿Y cuando no estabas aquí eras real?” y me dio un pellizco afectuoso. ¡Dios mío, vi a Rosendo como buscando un asidero antes de caer en el vacío! Él rió y cuando su hijita saliendo corriendo detrás de la perrita, me dijo que no lo tomara en serio, eran ocurrencias de ella, que quién sabe dónde las sacaba.
El asombro, querida mía, era precisamente esa incógnita: el lugar de donde saca lo que saca. ¿De dónde los niños obtienen esas gemas? A veces pienso que mi oficio de escritor debería tener un rostro de delincuente. Me bastaría grabar todo lo que los niños dicen para escribir la gran obra (sin duda, con ello obtendría el Premio Estatal de Poesía, o quién sabe, porque luego el jurado es adulto y carece del agua limpia que cubre la palabra luminosa del niño y ¡premia cada cosa que da pena ajena!). A veces pienso que me bastaría grabar lo que dice la gente del campo. Esta gente también juega una piedra húmeda que se emparenta mucho con las luces que los niños prenden a cada instante.
Disfruto mucho la presencia de esa niña hermosa que quiero como si fuese mi sobrina. Pero a veces una cuerda de luz me asfixia. ¿De dónde saca esas hojas de oro? ¿No puede tomarme de la mano y llevarme a ese lugar que imagino como esos territorios donde todo es dúctil?
Cuando estuve en Puebla fui real para aquella región, pero ¿para Comitán? ¿Es real aquella sustancia que no es mensurable ni tangible? Si un día me dijeran que Japón es una mera ficción, a mí no me costaría trabajo aceptarlo. Es un lugar tan lejano que bien pudiera ser una mera idea sacada de una maravillosa imaginación.
Si esta idea la traslado a los confines del universo, ¿qué rasgo de realidad puedo tocar? En este instante puedo ir más allá de este simple pensamiento e imaginar que existen más universos y entonces, al tocarlos con mi mente, puedo darles categoría de realidad. Jugando, como niño, te pregunto: “¿Y el universo que no vemos es real?”.
La imaginación ha creado las más grandes realidades de este mundo. A veces me topo con algún compa que asegura la inexistencia “real” de El Quijote y dice que sólo existió en la loca imaginación de Cervantes, pero luego, cuando abro la ventana y veo un viejo trepado sobre un caballo flaco, como si fuese una reproducción magnífica de Doré, pienso que mi compa es el que no tiene cómo comprobar su existencia “real”, porque si yo viajo a Japón, allá él no tendrá ninguna sustancia y, sin embargo, El Quijote cabalgará orondo en los libros de los lectores que caminan por cualquier calle bulliciosa de Kioto. Es chistoso pensar que es más real un personaje de papel que los papeles de personajes que representamos.
Pd. Ahora, a veces, pienso que esos diez años en que me alejé de Comitán fui irreal para este pueblo y también lo fui para Puebla. Pienso que fue como estar metido en una burbuja llena de vacío. Recordá que a veces algunos lectores me preguntan si vos sos real. ¡Qué complicado es este mundo para los adultos! Todos los niños, no sólo del mundo sino del universo, saben que la realidad cabe completita en la cubeta de la imaginación.

COMENTARIO DEL MAESTRO ENRIQUE GARCÍA CUÉLLAR.


Modelo: Cielo Angélica Méndez Pinto.


Al entrar a las páginas de Conjuros, nos introducimos en un mundo fantástico sólo en apariencia, porque existe. Los seres humanos son apenas parte de un todo mayor al imaginado, donde los muros hablan, la luz llueve y las mujeres desnudas son espigas de trigo.

Hay verdades que ahogan, pero nos salva el ritmo de lo narrado, de lo atestiguado por los ojos del poeta, ojos de gato en la noche que nos revelan ese mundo paralelo.
Y la casa. Y la puerta casquivana. Y la vocación del patio y de las ventanas. Y la presencia eterna de los mayores, entes que siempre rondan en la memoria y, por lo mismo, en el presente eterno.

Todo lo aparentemente inanimado tiene vida propia, luz propia. Las cosas nos ven y sienten a veces compasión por nosotros y quizá nos aman. ¿Acaso no nos apegamos a las cosas como lo que son: seres de verdad, más allá de la carne y el hueso?

Molinari nos habla de su casa-templo en tono de letanía, y con ello, anima lo que parece inerte. Desde De Rerum Natura, se intuyó que la vida vibra desde el átomo más íntimo. Todo es vida, todo es tiempo, todo es infinito, por eso el abuelo sabio afirmaba que “Dios está en todo lugar”. Y en el principio fue el verbo… La palabra, por ello, es elevada a su trono mayor: el inicio y el final circular del ser y su entorno. El poeta se aferra a las palabras como la última (y única) tabla de salvación. ¿Lo salvará de sí mismo? La incógnita queda como conclusión.

Luego de leer Conjuros, todo nos vigila: la lluvia nos sonríe y los muros se convierten en centinelas, la silla de tres patas nos habla del extravío humano.

¿Quién se atreve a juzgarla?

La vida está en todo como nunca antes. Y en un descuido, alguna página arderá.

Enrique A. García Cuéllar
4 de julio de 2011

domingo, 3 de julio de 2011

PARA CUANDO ES CUATRO DE JULIO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: periodistas que son como La Chimoltrufia, y periodistas que son como Pepe López Arévalo.
El peperiodista no es como aquélla que así como dice una cosa dice otra. Él es hombre de palabra, de línea luminosa. Por esto es gavilán pollero y no zorra, rata o tlacuache, como muchos otros. No hay pollita que se le vaya viva, pero no es mera calentura, no, no, es el pan de cada día en su religión. Ha demostrado que para ser periodista de altura se necesita estar con los pies en la tierra y con los muslos en el agua; ha demostrado que en medio de la grabadora reportera, la libreta y el lápiz bien afilado, se necesita tener bien afilado el espíritu y otros órganos del cuerpo (la mente, la mente, mal pensados). Además, es necesario, junto con un equipo de computación, impresora y cámara fotográfica tener siempre a la mano ¡una alberca y una estancia donde haya un tubo y un catre cuando menos! Peperiodista ha dado la suprema lección: para ser periodista, de los buenos, se necesita empaparse de vida. La lluvia no es un mero pretexto ¡es la condición indispensable para teclear! La lluvia, de vez en vez, puede ser de agua, pero la mayoría de veces es de orquídeas, de lunas, de soles, de ladrillos, de güisquis, de pétalos y de sones.
El peperiodista debe tener, asimismo, siempre, a la diestra del Señor, una cerveza bien fría con un plato de carraca y chile “mirapa’rriba”; unos discos de salsa y una salsa de tomate verde; una piedra que sirva para hacer cimiento y no para desmitificar la cita bíblica. Así, con el cimiento bien hincado ¡ya puede hacerse una columna! Una columna que sea la vértebra del periódico, la más buscada, la más leída, la más cachonda, la más juguetona, la más alejada de la solemnidad.
Tiene los elementos suficientes en la mano y en el corazón para demostrar que el periodismo no es un juego de carros chocones, ni siquiera una autopista para ángeles caídos. El periodismo es una ventana para aventar palomas mensajeras o botellas al mar.
¿Cómo, desde Chiapas, escribir una columna periodística que atraiga la atención del mundo completo? Peperiodista ¡encontró la fórmula! Una mañana, en los años ochentas miró que un lector de “Proceso” abría la revista en la página donde estaban los cartones de “Boogie, el aceitoso”; luego vio que un lector de la “Segunda de Ovaciones” la abría en la página tres, donde venían hermosas mujeres, y ¡eureka! Le enseñó su columna a un japonés y miró que el japonés se emocionaba al mirar las fotos de las mujeres más hermosas de Chiapas.
La cualidad mayor de Peperiodista ha sido ¡la de ver al Sur! Mientras todo mundo, deslumbrado con el sueño americano, mira hacia el Norte, Pepestesur es fiel a los vientos de esta tierra prodigiosa. Al igual que Benedetti nos ha enseñado que “el Sur también existe”.
Todo mundo disfruta sus columnas y éstas son tan sólidas que no hay Hércules que las pulverice. Lo único que las hace temblar son esos arcángeles que, en lugar de alas, tienen pechos que son como cervatillos dispuestos a brincar al ojo del espectador. El lector no puede evitarlo, lo primero que hace al abrir el periódico es dejarse seducir y soñar con esas mujeres bellísimas que están ahí, generosas, dispuestas a demostrar que el periodismo puede ser la ventana más lúdica del mundo, a pesar de todo y de todos. Gracias Pepe, gracias niñas hermosas, ¡que Dios bendiga su generosidad y les dé más, mucho más para que den más!
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como periódicos para matar moscas, y mujeres que son como moscas que cagan sobre los periódicos.

viernes, 1 de julio de 2011

¡LLÉVELAS, LLÉVELAS!




El hombre me ofreció piedritas. Las llevaba en un morral. Yo había estado toda la tarde en el parque de Comitán, leyendo cuentos de Marguerite Yourcenar. El cielo amenazaba con unas nubes negras a lo lejos, pero Paty había dicho que si no estaba “oscuro” por el rumbo de Las Margaritas no iba a llover.
Me gusta sentarme en el parque. Desde ahí veo cómo pasa la vida en el vuelo de los pájaros, en la chanza de los jóvenes, en la plática sosegada de los viejos, en el caminar de río de las muchachas bonitas. Leía el cuento La tristeza de Cornelius Berg, que trata acerca de la imperfección del universo, cuando el hombre extendió la mano con piedritas, comunes y corrientes, de esas que se encuentran en cualquier calle. “Se las doy baratas”, dijo y sonrió.
¿Piedritas? Y para qué un hombre puede querer comprar piedritas. Reconozco que hay tiempos en que los hombres compran piedras: cuando comienzan a construir los cimientos de sus casas o cuando quieren impresionar a las amantes. Pero en el primero de los casos son piedras enormes y en el segundo ¡preciosas! Pero este hombre me ofrecía piedritas comunes. Con su mano izquierda eligió una de las que tenía en la palma de la derecha y la ofreció como algo inusual: “¡Mire, ésta es de diez pesos!”. El hombre tenía una gran dignidad al ofrecer su producto. Dos muchachas pasaron frente a nosotros y sonrieron. Se alejaron haciendo algún comentario. Volvieron la vista. Un carro con altoparlantes pasó por la calle anunciando las novedades de una tienda de ropa.
Pensé que si alguien compraba una piedrita era por caridad al hombre que, con saco y corbata, las ofrecía como si fuesen artículos de primera necesidad. El hombre no había dicho más que dos oraciones. La primera había referido a que no tenían gran costo y en la segunda refrendó el dicho. ¡Diez pesos, por una piedra común! Bueno, pensé, diez pesos ni me harán más pobre ni más rico. Busqué en el bolsillo de mi pantalón de mezclilla y reuní dos monedas de cinco, acepté la piedra y entregué el dinero. Me sentí estúpido con la piedra entre mi mano, el hombre advirtió mi turbación porque me dijo: “¡Tírela ya! ¿Qué espera?”, y tomó mi mano en movimiento de látigo. Yo, inútil por naturaleza, le hice caso. Como si tuviera algo caliente ¡la aventé al jardín! El hombre sonrió satisfecho, brincó la protección y buscó la piedra. Levantó la mano y me la enseñó. El hombre regresó las piedritas al morral y me dijo adiós con la mano. Bajó las gradas y se acercó a un grupo de jóvenes que estaba sentado en la fuente, frente al templo de Santo Domingo. Vi cómo el hombre sacaba las piedritas de su morral y las ofrecía a los muchachos que reían como pirinolas, divertidos con el encuentro.
¡Bonita historia!, pensé. Me quedé sin mis monedas y sin “mi piedra”, pero no estaba molesto, ni siquiera me sentía engañado. El sentimiento de estupidez también había desaparecido. Mi sentimiento era el de que algo pesado se había vuelto nube. ¿El simple acto de tirar la piedrita había hecho el prodigio? ¿Había sido ese acto un acto meramente simbólico o había significado algo más? Tuve la certeza de que el prodigio se había dado por la presencia del otro. Él había puesto la piedrita en mis manos y yo, gracias a su aviso, la había tirado. Al principio pensé en guardarla. ¿Guardar una piedra? ¡Qué absurdo! Sin embargo lo pensé, tal vez porque me había costado diez pesos. A veces me he visto levantando piedras y guardándolas. ¡No vuelvo a hacerlo!
A veces las grandes enseñanzas cuestan poco. En esta ocasión, el hombre me legó una gran enseñanza por sólo diez pesos, ¡diez miserables pesos!
¡Qué prodigio! ¡Qué talento del hombre que con simples piedras puede ser un gran Maestro! Cuentan que a Jesús le bastaba hacer malabares con parábolas, con simples palabras. El hombre, qué maravilla, ¿vive de vender piedras? No, estoy seguro de que su oficio es otro. ¡Esa tarde no llovió!