lunes, 30 de julio de 2012

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO ESTAMOS EN MANOS DE INDECENTES




Querida Mariana: tiré el libro y busqué el diccionario, busqué con avidez, como si fuese un sediento a mitad del desierto. Al fin hallé la palabra: “precario: adj. Con escasa estabilidad, seguridad y duración”. Me tiré sobre el sillón y respiré tranquilo.
A veces, no sé si te pasa a vos, uso palabras que no sé bien a bien qué significan y, en varias ocasiones, las empleo mal. Una vez escribí la palabra “inflingir” en un texto y mi maestro Enrique García Cuéllar, muy decente, me envío un correo advirtiendo que le había quitado la “ene” porque, sin duda, había cometido un error de dedo. No, le escribí, yo siempre la había escrito mal, un día así lo oí y así la escribía. Pero, bueno, yo soy Molinari y puedo justificar mi ignorancia, soy un simple mortal, pero a don Carlos Fuentes, casi vecino de Zeus, no podemos perdonarle un error tan notorio como el que aparece en la página 72 de su libro más reciente: “Personas”.
Carlitos escribe acerca del doctor Ignacio Chávez y, como debe ser, elogia la labor de tan destacado mexicano, pero, de pronto, como si a los lectores se nos apareciera un león a mitad del patio de la casa, dice: “Fue una fortuna para México que este michoacano de inteligencia precaria y voluntad inquebrantable…”, fue en el momento que boté el libro y busqué la definición de precario. ¡Pucha, dije, capaz que siempre he entendido mal el concepto y lo he empleado peor! Pero no, precario es lo que es y, pucha, no cabe en las líneas escritas por Carlitos. ¿Cómo que don Ignacio Chávez fue un hombre de inteligencia precaria? Precarios de inteligencia uno o dos de los precandidatos a la Presidencia de la República, pero don Ignacio ¡no! ¿Entonces? Al principio pensé que a Carlos Fuentes se le había deslizado la palabra, que su mente le había jugado una travesura, pero dos minutos después (casi tres, ya sabés que soy de lento aprendizaje) me di cuenta que el error no era de él sino de quien transcribió el texto y, al final, del editor. Claro, pensé. Carlos Fuentes escribió: inteligencia preclara y la secretaria “tradujo”: inteligencia precaria. ¡Uf, la honra del autor de “Aura” estaba salvada, no así la de los editores del librincillo!
Una vez, ya te conté, una correctora de estilo del periódico escribió “Hilo de Adriana”, donde yo había escrito “Hilo de Ariadna”, cuando le reclamé me dijo que ella sólo había cumplido con su trabajo y había corregido mi error, ¿en dónde se había visto que alguien se llamara Ariadna?
A veces cree uno que los libros de las grandes editoriales son impecables, pero luego corroboramos que no. A veces los errores son de “dedo” y se pasan, pero cuando son errores conceptuales ¡ahí sí los queremos quemar en leña verde! Lo que pareciera un simple error se convierte en un gran error al multiplicarse en miles y miles de libros leídos por lectores de toda Hispanoamérica.
Carlitos ya no vio impreso su librincillo, porque le dio la gana morirse antes. ¡Qué bueno que así sucedió! Cuando menos le hubiera dado un retortijón de pleura al mirar tal dislate (ah, saber qué es pleura).
Ya no está don Carlos para exigir más cuidado a los editores. Por esto ahora ya no queda más que sus lectores hagamos la exigencia. Sé que los de Alfaguara no leen estas Arenillas (ellos se lo pierden), pero pido a un lector que tenga contacto con ellos que les exija más cuidado. A pesar de que vivimos en un país tan escaso de lectores esto suena como a un complot Lopezobradorista donde nos refriegan en la cara el dicho de: “la inteligencia es un peligro para México”. ¿Qué debemos hacer para que nos respeten? ¿Hacer un plantón en Avenida Reforma?