miércoles, 18 de julio de 2012

PORQUE A VECES BASTA UN MAULLIDO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como caricia de gato y mujeres que son como caricia de leona.
La mujer caricia de leona sueña con sabanas y sábanas que se extienden en el costado del atardecer. Como amuleto usa la sorpresa del venado ante la levedad de la hoja seca estrujada.
Juega a jugar el juego de la semejanza en agua tibia y anhela volar como vuela la codorniz a la hora en que los patos mojan sus sueños.
Se recuesta a la hora que el sol se oculta; hora en que sus pasos son como nubes sobre la arena que evitan las huellas.
Le gusta platicar, por eso, cuando las nubes son como una lluvia de cintas, acude a los cafés y cuenta de cuando halló a un hombre trepado sobre su árbol. Ella le preguntó al hombre qué hacía, ¿acaso no tenía temor de ser devorado por ella? El hombre, lamiéndose los brazos, dijo que nadie puede evadir la muerte, por eso jamás debe uno rendirse ante la consecución de un sueño. Y ella preguntó cuál era su sueño y él, lamiéndose el pecho, dijo que su sueño máximo era ser un gusano. Dios, que andaba por ahí, soltó la carcajada y dijo que su deseo ya estaba cumplido desde el primer día de la creación. ¡No!, dijo el hombre, quiero ser un gusano, pero con alas, para poder volar. Dios volvió a columpiarse de la risa y dijo que su deseo ya estaba cumplido: Dios hizo un pase y el gusano se convirtió en mariposa. Entonces el hombre lloró y Dios le dijo que tampoco hiciera apología del llanto porque sus miserables deseos también estaban cumplidos desde el primer día. El hombre bajó del árbol, se sacudió el pantalón y se despidió de la mujer caricia de leona. Desde entonces, cuenta la leyenda, los hombres suben a las ramas de la mujer, temerosos de hallar ese espejo que los muestra indefensos, a imagen y semejanza de la rama más frágil.
La mujer caricia de leona tiene la esperanza del hombre que mece el ayer donde se acuna el porvenir; tiene el pensamiento de la mujer que se asfixia en el subterfugio del agua; tiene el muro del cabello que se resiste ante la caricia del aire; tiene la prisa de la maleta olvidada; posee la desidia del cordel que se extiende en el aire de la azotea; la misma fragilidad de los rascacielos ante los fragmentos de un papel.
Ella se sacrifica por lo esencial: por la ola que no regresa, por la carta que nunca llega, por la almohada donde el hilo sueña que se vuelve Nada.
A pesar de su velocidad ante la presa, cuando encuentra un muro, como el de Berlín, camina con la lentitud de la cinta enredada en el cabello.
Al primer contacto, sus amados la repelen por el olor que expide, pero, un segundo después, todo varón cae rendido ante la pértiga que le ayuda a conquistar el salto. Asimismo, al primer contacto la repelen por su ilusión de mujer con ojos de horizonte.
A pesar de ser mujer acostumbrada al calor del desierto busca acomodo en la sombra del agua.
Su asiento favorito es la silla tapizada con piel de oveja; su lámpara preferida es la que ilumina con voltios de seda; su color recurrente es el de la caricia que se recuesta sobre el ojo en retirada; su canción perene es la del cuello que retoza en labio.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como el dedo sobre la tecla del piano, y mujeres que son como puertas que sueñan con un abrazo.