miércoles, 11 de julio de 2012

UN CUENTERO PEREGRINO




¡Se lo advertí!, dijo mi tía Aurora cuando le comenté que Gabriel García Márquez está perdiendo la memoria. Cabroncito, se lo advertí, repite, mientras me dice que me siente y ella va a la cocina a preparar agua de guanábana. La guanábana es muy buena para la alegría, grita. El loro la remeda: ¡alegría, alegría! Mi tía me trae un vaso con agua de guanábana. Mirá, dice, qué blanca, parece leche de la Vía Láctea. Se sienta, ofrece su vaso para que yo choque el mío. Bebemos. Dice: le dije a Gabrielito que no jugara con las palabras, ahora va a acabar igual que esos cabroncitos de Macondo. La última vez que lo vi le volví a decir lo que siempre le decía: tené cuidado, Gabrielito, no estés invocando de más la miseria con la palabra. Los de Macondo comenzaron a olvidarse de las cosas, igual que la abuela de Gabrielito. Un día, ahí donde estás sentado, se sentó la abuela y comenzó a decirme que quién era yo, que si no tenía qué hacer. Ah, cabroncita, ¿sabés que hizo? Me corrió. ¡Me corrió de mi propia casa! Entonces fui a la tienda de doña Rome y pedí una llamada por teléfono. Gabrielito, le dije, acá está tu abuela y…ya no me dejó seguir. Sí, dijo él, ya está perdiendo la memoria. Ahí le recordé a Gabrielito lo que siempre le decía, ¿ya miraste? Debés tener cuidado, porque a vos te puede pasar lo mismo si seguís escribiendo de desmemoriados y de muertos. Y cuando dije muertos toqué madera y recé la oración de la Buena Dispensa, porque es muy buena para evitar los hoyos y la humedad de la tierra. Gabrielito vino y se llevó a su abuela. No vayás a pensar que ella fue por su propio pie, fue necesario que lo llevaran en andas, como si fuese una reina de Sudamérica. A la hora que Gabrielito entró su abuela le preguntó quién era. Soy yo, tu Gabito, dijo él, pero ella miró por la ventana y dijo: parece que va a llover, y Nicolás no viene. Y se persignó y luego rezó tres misterios que sirven para evitar los rayos y los truenos. Entonces a Gabrielito se le ocurrió decir que era el abuelo y la abuela volvió a persignarse y dijo: ¡Bendito Dios que ya llegaste, el agua está subiendo hasta el techo! ¿Trajiste el barco?, preguntó ella, y Gabrielito dijo que sí, fue entonces que entraron dos mulatos, vestidos con trajes de manta, y la llevaron en andas a su casa. Así recuperé la mía. Desde entonces supe que a Gabrielito lo rondaba el mal de la pérdida de memoria. Se lo advertí, pero no me hizo caso. Y ahora ahí está, dice el Apuleyo que Gabrielito está perdiendo la memoria. Está igual que su abuela, dice Apuleyo. Uno entra a su casa, saluda, su mujer abre las cortinas, ofrece té o café con pan, y cuando uno ya está sentado en la sala aparece Gabrielito y pregunta: ¿A qué hora llegaste? Uno contesta como gente decente, pero él vuelve a preguntar lo mismo. Entonces uno se da cuenta que él no sabe quién es uno. Tal vez, pienso yo, tiene confusión de cuento. Inventó tantos personajes que ahora debe pensar que están llegando a verlo, pero él no sabe quién es quién. Dios mío, pobre Gabrielito, su cabeza debe ser como una jaula de mil pájaros. Pero yo se lo advertí, insiste la tía Aurora. ¿Cómo conociste a don Gabriel?, le pregunto. Ella va a la cocina, me pregunta si quiero más agua. Yo subo la voz y digo que sí, mientras me levanto y voy al librero y comienzo a curiosear. Ahí hay una fotografía donde está Gabriel García Márquez, de niño. Como fondo hay un platanar verdísimo (aunque la foto está en color sepia). Mi tía regresa, me ofrece el vaso y dice: Acá está Gabrielito. La foto la tomé en el patio de la casa. Acá, mirá. Camina a la ventana y señala el patio donde crecen unos rosales. ¿Quién sembró esos rosales?, pregunto y ella dice que Marito. ¿Qué Marito? Marito. ¡Marito, cabroncito!, remeda el loro. Yo le advertí que tuviera cuidado, pero no me hizo caso.