martes, 2 de agosto de 2016

EXPOSICIÓN





Me gusta dibujar. Me inscribo en la corriente del arte figurativo. He conocido amigos que dibujan muy bien. Puedo decir que he conocido a muchos Miguel Ángel en potencia. Cuando estudié arquitectura en la Universidad del Valle de México tuve dos compañeros cuyos dibujos eran sublimes. No pertenezco a la categoría de los grandes dibujantes, pero sí debo confesar que mis trabajos llaman la atención. Ya escribí una vez cómo en el bazar de Los Sapos, en la ciudad de Puebla, una mujer se detuvo ante mi obra y me dijo: “Pintas como los dioses. No lo vayas a decir, pero pintas mejor que mi güero”. Su güero era su pareja, un connotado cartonista e ilustrador que nació en Holanda y radica en México. ¿Por qué cuento esto? Porque no soy un excelso dibujante, pero mi obra tiene alguna luz que seduce a algunos. He visto cómo ante mi obra muchos pasan sin hacerle caso y otros se detienen, observan, y encuentran algo que les resulta atractivo.
Me gusta dibujar, porque, como niño, me divierto mucho. Actualmente realizo una serie de dibujos que está llena de animales (racionales e irracionales). Nunca he sido amante de los animales, pero desde siempre he sido muy respetuoso con ellos. Sé que, como dicen los sabios, los seres que respetan a los animales son más humanos y yo trato, en la medida de mis posibilidades, llegar a ser un humano respetuoso de la vida.
Mi pretensión es el juego y, a la hora de compartir, transmitir alguna sensación estética. Me emociona ver la reacción de los niños cuando, con su dedito, buscan a encontrar los animalitos que están enredados en mi propuesta plástica.
Debo decir que, si, a las cuatro de la madrugada, una cucaracha se me atraviesa en el camino de la recámara al baño, la aplasto. Le pongo el pie encima y mi pie lo muevo para destripar a la cucaracha, de tal modo que no quede viva. Si un zancudo está jodiendo, agarro una raqueta que, con energía, hace que el bicho quede chamuscado hasta la próxima vida. Como si fuera uno de los grandes tenistas del US open le doy un smash y lo hago talco (rogando a Dios que no reviva y me infecte con el zika). Pero, de ahí en fuera, soy respetuoso de la vida de los animales. Desde hace más de diez años soy vegetariano, así que no como carne de animalitos.
El número más reciente de Letras Libres muestra una reflexión acerca de la violencia que los seres humanos ejercemos en contra de los animales. No se trata sólo de la matanza pública y descarnada de toros en las plazas, sino también del maltrato que, por ejemplo, reciben los millones de pollos que son criados en granjas industriales. Yo desconocía que los pollos actuales son engordados de manera no natural, por lo que sus piernas no soportan el peso y dos semanas antes de que sean sacrificados tienen problemas musculares e intensos dolores. Su sobrevivencia es miserable. Todo ello es provocado por los humanos inconscientes.
Dibujo. Dibujo porque esta actividad me permite jugar como jugaba cuando era niño, cuando me tiraba boca arriba en el pasto y, con los brazos detrás de la nuca, miraba el cielo y buscaba formas a las nubes. Ahora hago lo mismo. Ante la hoja en blanco comienzo a dibujar sombras y, ¡prodigio!, hay un instante en que aparece la forma de un animalito. Yo no hago más que completar la figura. Me encanta cuando los niños se paran ante un cuadro que dibujé o pinté y, como si buscaran en el cielo, encuentran nubes con formas de animales.
Por ello, ahora estoy contento. El martes 2 de agosto, a las cinco de la tarde, se inaugura la exposición “El arte a través de las pupilas”, en la galería Nanishaw. Ahí estarán expuestos algunos dibujos y cajitas que pinto. Los dibujos forman parte de la serie “El sueño de la cueva de Altamira, en el siglo XXI”, y las cajitas, de la serie: “Los animales tenemos que con-vivir”; es decir, todo alude al mundo animal, recordando que antes que el ser humano llegara a la tierra, esos seres ya la habitaban y, como dice un teórico, en algo que parece paradójico, permitían que el mundo fuera más humanista sin la presencia de humanos.
El escultor Luis Aguilar me dijo que quien expone se expone. Es cierto. He expuesto en varias partes de la república el trabajo que ahora, por primera vez, expongo en mi pueblo. María Elena Jiménez, dueña de la galería Nanishaw e incansable promotora cultural, me invitó a exponer mi obra. Lo hago con agradecimiento y con gusto. Es un deber moral compartir la creación con los paisanos. Quienes acudan a verla, estoy seguro, hallarán algún motivo estético que será como ungüento en su espíritu y hallarán algún motivo de reflexión acerca de los modos en que convivimos con nuestros hermanos mayores: los animales.
Me gusta dibujar. Me gusta compartir. ¡Que la vida sea!