martes, 20 de septiembre de 2016

PUENTE SOBRE EL RÍO DE COMITÁN





Comitán no tiene río, apenas un hilo de agua sucia que llamamos Río Grande. El Río Grande, ya Óscar Bonifaz lo dijo: ni es río ni es grande. No obstante, en esta fotografía, está un puente. Un puente, como esos colgantes de Chamic, como esos que van de una a otra orilla del río Sena. Un puente que une dos orillas inadvertidas.
¿A quién se le puede ocurrir construir un puente que vaya de la Tierra a la Vía Láctea? ¡Es un proyecto imposible!, dirán muchos. Pero hay personas que sueñan con construir puentes. Hay muchos soñadores. Pero los soñadores son prescindibles. Los imprescindibles son los que sueñan los sueños y les echan mezcla y les tienden cuerdas y les adosan tablones para que los puentes sean realidades. Los imprescindibles son los que posibilitan que otros, poco soñadores y poco constructores, pero con curiosidad por saber qué hay del otro lado, crucen esos puentes.
Cuando las personas van en auto y cruzan el puente Chiapas, que une orillas en la presa Malpaso, todo mundo se sorprende ante ese prodigio que es una línea sobre el agua, pero a nadie le interesa saber el nombre de los constructores. Esos nombres son nombres que se ahogaron en el instante que ahogaron los cimientos en cemento.
El puente que acá se ve es como una línea que va de un lado a otro. Por fortuna sí sabemos los nombres de los cimientos. Una base del puente se llama Óscar y la otra se llama Manolo. Óscar Bonifaz y Manolo Morante forman el puente. Ninguno de los dos es más o menos importante que otro. Los puentes tienen esa característica: los anclajes de ambas orillas son necesarios e imprescindibles. Sin la presencia de Óscar este puente no existiría; lo mismo puede decirse: sin la presencia del ojo fotográfico de Manolo el mundo estaría como ausente.
Manolo se dedica a captar a personajes y monumentos de Comitán; lo hace desde hace poco tiempo. Una tarde pensó que sería bueno hacer una bitácora de personajes y de instantes; pensó que a través de sus imágenes podría realizar un registro del Comitán contemporáneo. ¡Está en lo correcto! Tan es así, que acá, en este puente, logró una imagen que difícilmente se repetirá. Óscar, como si fuera Diógenes, tiende un haz en pleno mediodía. ¿Por qué Óscar lleva una lámpara en la mano si la luz que se derrama en Comitán es generosa? ¿No le basta esa luz para hallar lo que busca, lo que a los hombres de todos los tiempos se les escurre entre el vacío y la plenitud? Diógenes andaba con la lámpara encendida buscando “un hombre honrado y aún con el candil encendido no podía hallarlo”. ¿Qué busca Óscar que ni la luz en cascada le alcanza para hallar la cosa buscada?
Uno no puede saber qué luces y sombras habitan en los cerebros de las personas. Tal vez Óscar lleva esta lámpara por cuestiones prácticas, tal vez la lleva porque en el Teatro de la Ciudad se le cayó una moneda en un hueco oscuro del escenario; o tal vez la lleva porque la lámpara tiene un nombre: es “Una lámpara llamada Rosario”. Óscar, como si fuese integrante de una cofradía, de esos que jamás abandonan el rosario porque lo rezan todas las tardes, ha sido fiel a la memoria de Rosario Castellanos y la lleva a todos lados, a todas horas.
Acá hay un puente, un puente sobre un río que se desborda en nubes y en aire. Un cimiento se llama Óscar y el otro se llama Manolo. A la usanza de clásico chiste del político que promete hacer un puente, cuando alguien del pueblo grita: “No tenemos río”, Manolo dice: “Haremos el río”. Acá está el puente. Falta hacer el río. El río ya es lo de menos. El puente era el difícil. Para lo otro basta esperar que llueva, que llueva mucho, para encauzar el agua por debajo de este puente.
¿En qué otro instante Manolo captará a Óscar llevando una lámpara en la mano? Tal vez ya nunca. Óscar, lámpara de inagotable palabra; Manolo, lámpara de inagotable imagen.
Acá ¡hay un puente!