lunes, 17 de octubre de 2016

52 DÍAS VIVIDOS





En la vida hay instantes muertos. Días que no recordamos, días que son como lastre para lo que llamamos vida.
Yo, cuando menos, tengo conciencia de cincuenta y dos días vividos a plenitud. Días que he compartido con personas que no conozco, que tienen un título hermoso, pero indefinible. Son personas sin rostro. Y digo que ostentan un título hermoso, porque cuando estoy del otro lado de la página me convierto en uno de ellos, yo también soy lector; pero, además, soy escritor.
Ayer entré a mi blog: areni-ya.blogspot.com y hallé que he escrito dos mil quinienta Arenillas.
Hice entonces un recuento, metí ese bonche de Arenillas en un costal y lo llevé a la báscula que usa don Romeo para pesar los bultos de café.
¡Dos mil quinientas Arenillas! No son todas las que he escrito. Hay muchas más, pero estas son las que he subido al blog, a manera de bitácora de vida.
En promedio, porque las Cartas a Mariana me llevan mucho más tiempo, a cada Arenilla le dedico media hora en su escritura, sólo en la redacción. Los escritores saben que una cosa es el tiempo de escritura y otra es el proceso de creación. La última novelilla que escribí la redacté en mes y medio, pero, por supuesto, fue incubándose en un periodo de muchos meses más.
Así pues, si hago caso a la Media digo que he empleado mil doscientas horas de mi vida en la redacción de las dos mil quinientas Arenillas; es decir, cincuenta y dos días sin hacer alguna otra cosa. Imagino que un día me senté frente a la computadora y redacté durante cincuenta y dos días seguidos. No me levanté para ir al baño, para platicar, para leer, para comer, para caminar por el parque, para ver alguna película, para impartir mis clases, para soñar, para dormir, para abrir la ventana y mirar nubes, para dar de comer al Misha o para ver cómo teje mi mamá o para decirle a mi Paty que la Pigosa tiene “pú” nuevo. No hice más cosa que mover los dedos, con rapidez, para capturar en la pantalla lo que mi mente dictó de manera febril, enfebrecida. Cincuenta y dos días, atrapado; cincuenta y dos días, a bordo del barco a mitad del mar en plena tormenta. Cincuenta y dos días, vividos, maravillosamente vividos.
Si el relato bíblico menciona que Jesús estuvo durante cuarenta días y cuarenta noches en el desierto en oración, en ayuno y alejado, como dijera el cantante, “de la falsa sociedad”, yo, durante cincuenta y dos días de mi vida he hecho lo mismo (salvadas las distancias ante ese personaje único y trascendental). Ahora comprendo la grandeza de Jesús. Él ayunó, yo he hecho lo mismo. Durante esos cincuenta y dos días, hipotéticos días seguidos, he ayunado y me he fortalecido. No he comido más que la miga que cae del cielo, el pan que reparte la diosa de la creación. Todos los escritores acudimos al desierto para ayunar y orar.
Digo que estos cincuenta y dos días han sido plenos, como si hubiese sido un periodo sabático donde dejé lo urgente para atender lo esencial.
¿Qué pepena un escritor en el desierto? ¿Qué, donde no hay más que arena? No sé los demás, pero yo he pepenado arenillas, mi talento no me ha dado para pepenar algo más robusto, más luminoso, pero esas nubes brevísimas me han servido para matizar mi cielo y para, de vez en vez, volar uno que otro papalote.
He vivido cincuenta y dos días sin hacer otra cosa que escribir, no he hecho más. Durante ese tiempo he dejado a mis amigos, a mi Paty, a mi mamá, a mis hijos, a mis mascotas, a mi gente y a mi pueblo. He dejado todo, porque así lo exige esta actividad. He dejado de vivir para vivir. Como el granjero que mira el terreno sembrado con maíz, miro el terreno arenoso donde, con cuidado, he sembrado Arenillas. Cualquiera diría que soy un tonto: ¿Cómo sembrar Arenillas en medio de la arena, en el desierto? Tal vez no soy tan tonto, tal vez he pensado que las Arenillas no necesitan mucha agua para sobrevivir, para, tal vez, algún día ¡dar frutos!
Todo mundo ha dicho y todo mundo sabe que el oficio de escritor es el oficio más solitario del mundo. Para crear es preciso retirarse, aislarse. Yo lo he hecho durante cincuenta y dos días continuos, cuando menos. Falta la contabilidad de los libros de cuentos, de las novelas breves, de los cientos de dibujos, de las decenas de cajitas pintadas. Me he aislado. Por eso digo que soy escaso para los demás. Pero éstos son felices sin mi presencia, sin mi cara de piedra. Jodo poco. Me entrego mucho.
Si hay un periodo que pueda decir que me ha servido para llenarme ha sido este periodo de cincuenta y dos días donde no he hecho algo más que dar gracias a la vida ¡por la vida!
Esto ha hecho que yo me acostumbre a la soledad de la creación. Por ello, ahora me resulta difícil relacionarme con los demás. Se me hace un exceso seguir dándome cuando ya me di a través de mis obras. En fin.