jueves, 20 de octubre de 2016

DE LA SERIE “PORQUE LA TELE TAMBIÉN BORDA NUBES” (4) CUARTO OSCURO





Le enseñé la foto a Paulina y preguntó: “¿Y luego qué hizo el colibrí?”; luego fui al escritorio de Joaquín y él dijo: “¿Es Irán Castillo? Esa chamaca está bien buena”. Entendí lo que entiende todo el mundo: vemos cosas diferentes. Porque, a diferencia de Paulina y de Joaquín, a mí me llamó la atención el cuarto oscuro. Hacía años que no veía un cuarto oscuro ni pensaba en él. En estos tiempos de formatos digitales, salvo los fotógrafos profesionales, nadie visita un cuarto oscuro. Es más, estoy seguro que muchos jóvenes no saben qué es un cuarto oscuro. Acá, en este fotograma, está la esencia del cuarto oscuro, en el primer plano se observa un frasco con revelador y, al fondo, el lazo donde eran colgadas las fotografías a través de pinzas, y la luminosidad del foco rojo que impedía que las fotografías se velaran.
En un taller de creación literaria, en mil novecientos ochenta y tantos, el conductor nos motivó a escribir un cuento que se desarrollara en un cuarto oscuro. En ese tiempo aún no existían las cámaras digitales, por lo que el concepto de cuarto oscuro lo teníamos bien aprehendido. Los integrantes de taller éramos diez (por ello, Alan decía que nuestro taller era un taller de diez), seis escritoras y cuatro escritores.
Un mes después expusimos nuestros textos. De los diez trabajos, ocho planteaban tramas eróticas, jugaban con la propuesta de usar el cuarto oscuro para hacer algo más que revelados de fotografías. Nos quedó muy claro (en medio de lo oscuro) que dicho espacio despertaba pensamientos sensuales. Siempre ha sido así. Cuando una pareja se halla en un cuarto en penumbra, de inmediato, como si fuese primavera, un cosquilleo aflora entre el árbol de los cuerpos. El conductor del taller, con su sonrisa acostumbrada de nieve a punto de derretirse, cerró un ojo y dijo que era revelador que cinco de las escritoras y tres de los escritores hubiesen elegido el camino de la seducción. Sí, usó la palabra revelador, tal vez en consonancia con el espacio empleado como entorno del acto de creación. Como cosa rara, mi cuento se fue por otro sendero (no por mojigato, sino porque, la primera imagen que apareció cuando el conductor sugirió el tema fue una foto que, como si fuese un cuadro antiguo, revelara una fotografía en tono sepia detrás de la reciente a todo color). Mónica, la única chica que no eligió el tema erótico (no por mojigata) planteó un cuento fantástico en el que Azul, chica universitaria, fotógrafa de una revista de modas, es encerrada en un cuarto oscuro. ¿Cómo escapar? La chica revisa el archivo fotográfico de su captor y halla que una fotografía muestra una puerta abierta a mitad de un paisaje desolado, de un desierto. ¿Era esa fotografía la posibilidad de escape? ¿Era una señal divina? Azul dudó. No, no era posible. Eso era una utopía, una posibilidad que entraba al terreno de lo imposible. Pero Azul toma la fotografía, una pinza y la coloca en un lazo que está colgado frente a la puerta del cuarto oscuro. En ese instante, el captor le grita desde afuera, Azul calla, se esconde, el captor abre, la busca y no la encuentra. Ella está escondida detrás de una mampara, el tipo avienta frascos, sillas, pasa frente a ella, pero no la ve. Ella no sabe por qué no la descubre, si está frente a sus ojos, pero él se aleja y mira la foto con el paisaje, mienta madres y grita que la muy cabrona, la muy perra, se escapó por ahí, entonces, Azul, en un acto reflejo, sale de su escondite y, con sus brazos, le da un empellón al tipo que pasa por la puerta y cae de bruces en la arena del desierto. Azul, entonces, cierra la puerta.
El conductor del taller pidió que los otros compañeros le dieran sus textos, porque, dijo, estaba en proceso de revisión de cuentos para hacer una antología. Mónica y yo fuimos excluidos. El conductor del taller, en muchas ocasiones, era implacable en sus juicios y sus acciones. En una ocasión se paró, golpeó la mesa, interrumpió la lectura del integrante número once y lo corrió, le dijo que nunca sería escritor, le pidió, casi le exigió, que no volviera al taller. Fue cuando el taller se convirtió en un taller de diez.
En la salida, Mónica me llamó. Nos sentamos en una banca, debajo de la sombra de un árbol, ella prendió un cigarro y dijo, sin verme: “Mierda. No eligió nuestros textos porque no eran cuentos de putería”.
Hacía muchos años que no pensaba en un cuarto oscuro. Ahora tengo la duda de qué pasaría con el colibrí. Y digo que sí, que Irán Castillo es una actriz muy linda. ¿Qué haría Joaquín si la encontrara sola adentro de un cuarto oscuro?