martes, 4 de octubre de 2016

EL NATURAL




La tía Romelia decía que a Julia le brincaba “su natural”. Su natural aparecía en el momento que caminaba frente a una banca del parque donde se reunían los jóvenes del pueblo; movía el trasero como si fuese un barco en medio de una tormenta, mandaba sus nalgas para la izquierda y segundos después las bamboleaba para la derecha. Lograba su objetivo, porque ninguno de los jóvenes despegaba la vista de ese espectacular trasero.
¿Por qué la tía Romelia decía que a Julia le brincaba su natural? Porque, aseveraba, esta indizuela de porra ya trae la calentura desde que nació. En cuanto probó el chupete (chupón) no quiso dejarlo jamás. ¿Usted ha visto cómo los niños disfrutan un pedazo de pastel de tres leches? Pues la Julia se relamía y cerraba los ojos cada vez que chupaba y chupaba. El día que lograron quitarle el chupón (a la edad de siete años), pasó al escalón del dedo, el dedo gordo, por supuesto, pero como el gordo de la mano del tío Arcadio era más gordo y más grande, cada vez que el tío llegaba a casa, Julia se sentaba en sus piernas y, con sus dos manitas, tomaba la mano tosca y llena de vellos del tío y se solazaba chupando el dedo gordo del tío.
Una noche, Juan Jorge, primo de Julia, que había llegado de vacaciones al pueblo, procedente de Veracruz, lugar donde residía y donde estudiaba el bachillerato, entró al cuarto de Julia (que ya tenía trece años) y se sentó en una poltrona que daba a la ventana y la llamó para enseñarle una revista con fotografías del puerto. Julia se acercó y vio que Juan Jorge tenía unos pies hermosos. Calzado con chanclas de plástico, dejaba al descubierto sus pies que tenían un tatuaje realzado en el ojo de pescado. Juan Jorge no se sorprendió cuando su prima se hincó y tomó un pie entre sus manos y le quitó la sandalia. Creyó que ella quería ver la figura del tatuaje, pero sí se sorprendió cuando vio que, contra todos los pronósticos, ella llevó el pie a su boca y comenzó a chupar su dedo gordo. Juan quiso decir algo, detenerla, pero el movimiento fue tan abrupto y resultó tan delicioso que se dejó chupar. Vio que la prima cerraba los ojos, succionaba, hacía un movimiento hacia adentro y hacia afuera, como si fuera un émbolo. Quiso cerrar los ojos para disfrutar la arremetida, pero cuando iba a hacerlo notó que Julia sacaba la lengua y, en lugar de chupar, comenzaba a lamerlo. De acuerdo a la versión que contaba la tía Romelia, esa tarde, Julia agregó a su experiencia chupadora la afición por lamer y jugar con su lengua, ya no en un juego de succión, sino de envolver el dedo en círculos y en juegos de ida y vuelta ensalivados.
Como los lectores comprenderán, Julia (que parecía responder sin trabas a su llamado natural) pasó al siguiente escalón. Cuando el tío Arcadio la llamaba al lugar más oscuro del pasillo y le daba su dedo gordo para que ella lo chupara, la sobrina lo hacía con destreza, pero, minutos después dejaba el dedo y comenzaba a lamer todo el brazo. La primera vez, el tío llevaba una camisa de manga larga, Julia, con su boca, destrabó el botón y ensalivó la muñeca y lamió el brazo hasta llegar al codo.
De ahí, Julia pasó al siguiente escalón. Y lo hizo una tarde en que Juan Jorge, quien desde siempre había pasado la navidad con sus papás, se presentó de improviso en la casa. Todo mundo se sorprendió pero recibió con agrado al sobrino. Lo primero que Juan Jorge hizo fue preguntar por su prima (quien ya tenía catorce años y cuyo cuerpo había ido recogiendo las transformaciones de tal manera que Teodomiro decía que la había tocado el dios del deseo, porque todas las miradas masculinas quedaban arrobadas ante la visión de ese trasero espectacular, de esa boca cuyos labios eran peces siempre dispuestos a saltar y de unos pechos que parecían dos naranjas sin cáscara a punto de derramarse).
La tía Romelia dijo que Julia se había ido al rancho. Lo hizo porque presentía que su hija ya estaba a punto de pasar al siguiente escalón, como fue, porque Julia se escapó del cuarto donde su mamá la había encerrado, entró al cuarto de Jorge y le dijo que había cometido una imprudencia, no debería volver a casa en tiempo de navidad. Juan Jorge quiso hablar, pero ya Julia se hincaba ante él y le lamía la punta del cinturón que, poco a poco, quitó de su cintura.
La tía nada pudo hacer para impedir el natural de su hija. Como decía Teodomiro había sido tocada por el dios del deseo, desde niña.