sábado, 14 de enero de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE SUEÑA UN SUEÑO





Querida Mariana: Yolanda me dijo que en un libro de autor japonés halló una receta para el insomnio: “Colocar una hoja del árbol del sueño debajo de la almohada”. Yo, como vos, sin duda, pensé de inmediato en el poema de nuestro paisano Jaime Sabines que en unos versos dice: “Pon una hoja tierna de la luna debajo de tu almohada y mirarás lo que quieras ver”.
¿Cómo se llama esa coincidencia universal? Existe algo como una memoria colectiva que tiende puentes entre la cultura japonesa y la chiapaneca. Claro, hay una diferencia sutil, abismal. El autor japonés habla de un elemento cultural real: hay un árbol que se conoce como el árbol del sueño cuyas hojas, colocadas debajo de la almohada, ayudan a ahuyentar al insomnio tan jodón. En el caso del poema de Sabines, un elemento irreal (la hoja tierna de la luna) sirve para mirar lo que uno quiere. En ambos casos, eso sí, se trata de invocar al sueño, en el caso japonés el sueño real y en el caso chiapaneco ¡el sueño que ayuda a soñar!
En Japón hay un árbol que le llaman el árbol del sueño; en México, los artesanos realizan unas obras bellísimas que se llaman Árboles de la vida.
Siempre que escucho mencionar al árbol de la vida recuerdo un cuentito de Adrián Armenta, autor bajacaliforniano. El cuentito de Adrián (creo que el cuento se llama, precisamente, Árbol de la vida) narra, en síntesis, la historia de una mujer que, después de dos años de casada, no logra embarazarse, por más que hace la tarea todos los días, con gran emoción. En el vestíbulo de su casa (que en realidad es casa de su mamá, doña María) hay un crucifijo antiguo de madera que, en un conato de incendio que no pasa a mayores, se quema. La mamá se apesadumbra más de la cuenta, en cuanto ve que el crucifijo no tiene remedio, porque quedó como un fragmento de carbón, le pide a su hijo Armando (quien espera el resultado de las becas para hacer un posgrado en Londres) que le compre un nuevo “árbol de vida”. Armando no sabe que, para su mamá, Cristo es como el árbol de la vida, así que interpreta de manera literal la petición y, a través de Internet, compra un árbol de la vida en una tienda de artesanías de la Ciudad de México. Cuando el servicio de mensajería le avisa que ya llegó esa maravillosa artesanía que hacen los artesanos del centro del país, Armando va a la oficina, firma el registro de entregas y al regresar a su casa coloca el árbol de la vida sobre una mesa de cedro, en el vestíbulo, en el mismo lugar donde estaba el crucifijo. Doña María casi se infarta cuando Armando le quitó la venda de los ojos que le había puesto para revelarle la sorpresa. “¿Dónde está el Señor?”, preguntó ella y después de varios minutos se desenredó el malentendido.
A mí siempre me sorprende la fastuosidad barroca de los árboles de la vida. Tienen mil representaciones hechas en barro y pintadas a mano, con un colorido indescriptible. Los árboles de la vida tienen muchos elementos de la fauna mexicana (venados, conejos, tapires, cerditos y cuches pasmados), tienen figuras que representan elementos de la flora (claveles, hojas, muchas hojas, margaritas, y árboles en miniatura); asimismo tienen figuras de juguetes populares (ruedas de fortuna, máscaras como las que usan los chiapacorceños en la fiesta grande, trompos, canicas, dados, pirinolas y mil objetos más); y, por último, tienen figuras humanas que representan a hombres, mujeres y niños. Una vez, en Puebla, vi un árbol de la vida que tenía elefantes, jirafas, ballenas, sirenas y muertes. Me llamó la atención que un árbol de la vida contuviera la muerte, pero un segundo después supe que era lo más certero: La muerte es parte esencial de la vida. No sé, pero no creo que en Japón exista una representación tan bella como esos árboles de la vida que hacen los ceramistas prodigiosos del estado de México.
En el cuento de Adrián, Armando corrige el error y compra (de nuevo por Internet) un crucifijo lo más parecido al que se consumió en el breve y tonto incendio. Pero para que el vestíbulo de la casa no esté vacío, doña María permite que el árbol de la vida quede ahí. Apenas han decidido esto cuando suena el teléfono fijo. Armando fue a levantar el aparato, su rostro se iluminó, apareció algo como una mariposa llena de colores. Colgó y le dijo a doña María que le habían concedido la beca. Por la costumbre, doña María se persignó ante el árbol de la vida, creyendo que aún estaba el Cristo. Se sonrojó cuando se dio cuenta del error. De ahí en adelante, como una coincidencia extraña, las buenas noticias comenzaron a aparecer, como si (así lo pensó Miriam) la llegada del árbol de la vida hubiese sido un amuleto de buena suerte. Cuando el crucifijo llegó, después que Miriam retiró el árbol de la vida, doña María fue la encargada de colocarlo en el clavo que seguía en la pared y que había desaparecido temporalmente detrás del árbol. Doña María estaba contenta. Iba a persignarse cuando el teléfono sonó, le dijo a Miriam que respondiera. Miriam levantó el aparato y conforme los segundos transcurrieron su rostro comenzó a congestionarse, como si fuese una autopista con un gran embotellamiento. Colgó. Doña María se acercó y preguntó cuál era la novedad. Miriam estaba conmocionada. Dijo que había llamado alguien del Instituto y que, por los recortes que se daban en el país, habían cancelado becas del programa de posgrado. ¿Cómo se lo diremos a Armandito?, preguntó doña María, pero Miriam no escuchó la pregunta, pensaba que lo sucedido con las llamadas había coincidido con el cambio de las figuras del vestíbulo. Tomó a su mamá de los hombros, con ambas manos, la vio fijamente y le pidió algo inusual. ¿Podían colocar de nuevo el árbol de la vida sobre la mesa? Doña María no entendió, seguía pensando cómo recibiría Armando la noticia tan demoledora. Al ver el titubeo de su mamá, Miriam tomó el árbol de la vida, inspiró profundamente y, como si fuese una reliquia antigua, colocó el árbol de la vida sobre la mesa. En ese instante, ambas mujeres oyeron el sonido de la llave en la cerradura de la puerta de calle: era Armando, quien entró, dejó el suéter en el perchero, abrazó a su madre, saludó de beso a su hermana y, con el brazo en alto, les mostró un papel: era su confirmación para la beca, explicó que su alegría radicaba en que hubo un recorte de becarios, pero él, gracias a la calidad de su propuesta, no había sufrido modificación alguna. Miriam vio a su mamá, quien se limpió las lágrimas que no habían aparecido por la emoción de la última noticia, sino por el fango de la previa. Miriam pidió la hoja, la leyó y, al terminar, le dijo a Armando que confirmara el dato, porque… y le explicó lo sucedido. ¡Nada! Nada había pasado, Armando llamó al Instituto y ahí le confirmaron que su beca no había sufrido modificación con el recorte, la encargada del departamento insistió en que era un afortunado.
En la noche prepararon una cena especial para festejar la beca de Armando y la noticia del embarazo de Miriam. “¿Cómo se dio el milagro?”, le preguntaron a Luis, el esposo de Miriam, y él, viendo a su esposa, dijo que ella era la del prodigio. Entonces todos volvieron la mirada hacia donde Miriam, con un mandil impecable, cortaba los trozos del pastel a servir, y repitieron la pregunta, Miriam dejó el cuchillo sobre la mesa, se limpió las manos sobre el mandil y dijo: “No sé si me lo crean, pero yo le pedí a Dios con mucha fe y lo hice frente al árbol de la vida”. Todos aplaudieron.
A la hora que todos los invitados se habían retirado, doña María y Miriam limpiaron la mesa, dejaron los platos en dos torres, al lado de los vasos sucios y de la botella de vino que sólo quedó con un rescoldo. La señora le dijo a su hija que se sentaran, se sobó los muslos y dijo: “Estuvimos muy contentos, pero me cansé”. Miriam asintió, iba a servirse el resto de vino en un vaso, pero luego se arrepintió. “Lo que dijiste en la mesa fue una broma, ¿verdad?”, dijo doña María. Miriam puso cara de inocente. “No te hagás, lo que dijiste del árbol”, insistió la mamá. Miriam dijo que no y sonriendo dijo que ella se refería también al Cristo, ¿qué no árbol de la vida, llamaba ella al Cristo? Doña María dejó de sobarse las piernas, subió sus brazos a la mesa y comenzó a barrer con su mano derecha las migajas de pan. Quedaron en silencio. Miriam interrumpió esa burbuja y, como si la cortara con una hoja de papel, dijo que tenía un mes de embarazo. “¿Cuándo hiciste la petición?”, preguntó su mamá. Miriam sonrió, dijo que antes que el cristo se quemara. Entonces doña María modificó su rostro, como si una mariposa de piedra apareciera ante sus ojos, contrajo sus labios y entrecerró los ojos. Miriam se paró, la abrazó y dijo que recordara el incendio que acabó con las imágenes de la iglesia de El Carmen, en San Cristóbal. La señora colocó sus manos en el regazo y sonrió.
Y ahí acaba el cuento. Bueno, la última línea dice que Miriam pensó que había mentido. En realidad había hecho su petición a la divinidad el día que Armando puso el árbol de la vida sobre la mesa de cedro.

Posdata: Cuando Yolanda me dijo lo del árbol del sueño me preguntó si yo conocía algún árbol que fuera el árbol del deseo. No, le dije. Tal vez existe. Tal vez los árboles del deseo son los libros de poesía. Tal vez las hojas con poemas deben colocarse debajo de las almohadas para soñar con la brisa que aparece cuando una pareja se acaricia y toca el árbol de la vida, el árbol que invita a soñar más allá o más acá del sueño real.