sábado, 25 de febrero de 2017

CARTA A MARIANA, CON AROMA DE PETATE




Querida Mariana: Mi sobrina Pau me preguntó qué significaba la palabra estera. La encontró en un cuento que leía. Le dije que no sabía, pero que investigaríamos, entramos a la biblioteca del tío Armando, sacamos un diccionario del estante y hallamos que lo que en España nombran como estera, en esta región del mundo la conocemos como petate. Pau sonrió. Yo hice lo mismo. Siempre sonrío cuando algo me pone frente al prodigio del lenguaje.
Rosario me contó que en Burger Bistro, un local que vende hamburguesas, ofrece los días lunes la fabulosa hamburguesa pichita. Burger Bistro es un restaurante que forma parte de esa tendencia actual de presentar espacios con gran dignidad, porque tiene un área especial para que los niños jueguen. Ya no se trata de poner cuatro mesas con cuatro sillas cada una, sino de pensar en la comodidad y en el placer de los comensales. Me gusta la idea de bautizar a una hamburguesa con un nombre comiteco, porque ello pone de relieve la importancia del lenguaje propio. Es cierto, lo que ofrece el restaurante es una hamburguesa, alimento que, culturalmente, proviene de los Estados Unidos y que puede hallarse casi en cualquier parte del mundo, pero, y este pero es el rasgo distintivo, en ninguna otra parte del mundo puede un cliente pedir una hamburguesa pichita. ¡Ah, qué maravilla! Esta hamburguesa pichita, quiero pensar, es lo que en otras partes llamarían mini hamburguesa.
El otro día caminé por el portal del andador de San José, que está frente al parque central, y hallé, al lado de The Italian Coffee, un local que se llama “La esquina de Belisario”, que, insisto, va en esa maravillosa tendencia de presentar espacios íntimos con gran dignidad. El nombre llamó mi atención, porque en el logotipo aparece la silueta de Belisario Domínguez. ¿Qué es “La esquina de Belisario”? La razón social indica que es un Café – Resto – Bar. Dos cosas llaman mi atención: La inclusión del nombre del héroe comiteco y la palabra Resto. Los dos elementos son partes de un juego simpático. Sé que no faltará alguien que se moleste y diga que la figura de Belisario Domínguez no debería incluirse en el nombre de un bar; de igual manera, creo que no faltará el purista del lenguaje que se moleste con la palabra Resto que es como un apócope de la palabra Restorán, que es la forma coloquial con que designamos a un restaurante. A mí me gustó ese juego de palabras, porque esa triada emplea cinco, cuatro y tres palabras y todo mundo entiende a la perfección qué servicios ofrecen.
Conozco un restaurante que se llama Emiliano Zapata, que ofrece, como era de esperarse, platillos como el Burrito Emiliano Zapata. Nadie, que yo sepa, se molestó por el uso del nombre del luchador revolucionario, ni por la imagen de Zapata en el logotipo de la empresa. Y nadie lo hizo, porque en estos tiempos de globalización se antoja como algo importante el uso de los distintivos nacionales que refuerzan las identidades y contribuyen a que lo propio no se diluya en el olvido.
A mí (no sé a vos) me gusta que en Comitán se ofrezcan hamburguesas pichitas y que las parejas puedan tomar un café o una cerveza en un lugar que se llama “La esquina de Belisario” y que alude, no a cualquier Belisario, sino a nuestro Belisario.
Por el barrio de Nicalococ (¡Ah, qué palabra más bella!) hay un local que se llama “Pichitos”. Entiendo que tal empresa vende productos especiales para bebés, por lo que el nombre es un acierto. Hace diez años, algún experto en mercadotecnia hubiese sugerido el nombre en inglés, para darle caché, pero ahora, de igual manera que la tendencia es presentar espacios con gran dignidad también se mira hacia lo propio, hacia lo auténtico. En cualquier parte del mundo puede uno hallar negocios que ofrecen ropa para bebés que se llaman Baby, pero, sólo en Chiapas puede hallarse locales que llevan el nombre simpático, gracioso, de Pichitos. Y es que así como en Guatemala llaman patojitos a los niños acá les decimos pichitos, que viene de pich.
Nuestra riqueza dialectal hace más variada la cultura. Cada vez que usamos un modismo, como chento, tilibrís, chiquitío, alzado y totoreco o apulismado, hacemos que el universo rescate su sonrisa de niño lleno de vida.
Y hablo de los espacios dignos, porque la tía Elena cuenta que antes era costumbre, cuando una pareja se casaba, abrir una puerta de la casa hacia la calle y poner una tienda de ropa o de sombreros o de abarrotes. No había mayor cuidado en la presentación. Bastaba colocar un mostrador de madera y una serie de estantes para que todo quedara listo. Ahora ya no basta eso. Ahora, los tiempos modernos exigen que los comerciantes o prestadores de servicios piensen en la comodidad de los comensales. Esta tendencia actual tampoco tiene que ir en contra de los rasgos de identidad.
Vos sabés que mi casa de infancia estuvo a media cuadra del parque, en la misma calle donde ahora está “La esquina de Belisario”. Cuando fui niño gocé mirar la calle a través de los barrotes del balcón. En las tardes, abría las puertas del balcón y me sentaba en el piso de madera y colocaba mis manos en los barrotes del barandal. Pegaba mi cara y miraba todo lo que sucedía en la calle, lo miraba desde una altura de dos metros, más o menos. Miraba a las mujeres que cargaban sus canastos, cuando pasaban frente a mí yo alcanzaba a ver lo que llenaba sus canastos: manías, pepita molida, chayotes, duraznos, chiles siete caldos, maíz de guineo, melcochas y mil delicias más; veía a los burreros que, en burritos, llevaban los barriles llenos de agua; a los empleados de la fábrica de don Jorge Soto, que, también en burritos, llevaban las gaseositas. ¡Ah, era muy bonito! Como Rosario Castellanos dice en “Balún Canán”, era maravilloso escuchar “el trotecillo diligente de los burros que acarrean el agua en barriles de madera”. Creo que por este gusto me acostumbré a ver todas las cosas desde lejos, desde una cierta lejanía, con una suficiente perspectiva. A veces camino por la vida como si todo lo viera desde un balcón. Digo esto porque pasé por “La esquina de Belisario” y no me acerqué ni, mucho menos, entré. Lo vi desde la banqueta opuesta, pero logré ver un ambiente muy íntimo, muy cálido, muy comiteco. No sé cómo está el servicio, pero aspiro a creer que será un servicio eficiente y atento. Nuestra ciudad requiere ya espacios que sean agradables a la vista y al paladar y que la atención sea cordial.
Hubo un tiempo en que existió una tienda de abarrotes que la picardía comiteca nombró como “La necesidad”, porque los compradores sólo entraban a ella en caso de una extrema necesidad, porque los precios eran muy caros y la señora que atendía era, como decimos en Comitán, ¡muy brava! Los tiempos exigen un cambio de actitud. Y los comitecos no tenemos que batallar mucho con ello, porque si de algo podemos presumir es de la bonhomía de nuestro carácter.
Por el rumbo de Yalchivol acaban de abrir un local que se llama “Que-sos vos”. ¡Ah, qué belleza de nombre! Un anuncio avisa que ahí venden quesos. No había necesidad de hacerlo, todo mundo podría intuir que ahí hay una quesería. En Comitán se cuenta un chiste relacionado con la palabra quesos y con la aplicación que se da en el caso de este lugar que vende productos lácteos. Cuentan que en una ocasión un niño iba en la calle, con una morraleta, gritando: “¡Quesos, quesos, quesos…!”, y un compa que trabajaba en correos se paró y le dijo: “¡Qué sos! ¿Qué no mirás mi uniforme? Soy cartero, totoreco.” El niño explicó: “El totoreco sosté usté, yo vendo ¡quesos, quesos, quesos…!”
Hay una tienda que se llama “Abarrotes El Cotzito”. Nada que ver con un Oxxo o con esas tiendas de conveniencia que se llaman Súper 24. En todo el mundo hay Coca Cola, pero sólo en este pueblo prodigioso hubo en alguna ocasión un refresco que le llamamos Gaseosita Verde, de don Jorge Soto. Es una pena que se haya extinguido. Los compas de San Cristóbal han logrado preservar la Cervecita Dulce.
Es genial que en este pueblo exista un restaurante, de gran calidad, que se llama “’Ta bonitío”. Este restaurante no existe en ninguna otra parte del mundo. En París está el Maxim’s, pero en Comitán no nos quedamos atrás, acá tenemos el “’Ta Bonitío”; en París tienen el restaurante Julio Verne, acá tenemos “El rincón de Belisario”.

Posdata: Hay una tendencia positiva de presentar locales limpios, luminosos, con diseños atractivos. Es bueno, también, que los nombres de dichos locales retomen elementos de nuestra rica cultura comiteca. Que si en la tierra del pan compuesto y del chinculguaj tenemos que consumir hamburguesas, que estas hamburguesas sean hamburguesas pichitas.
Bien por esos empresarios comitecos que le apuestan a la región y que se sienten orgullosos de sus rasgos hereditarios de identidad, que, en lugar de acostarse en una estera, se acuestan en un petate cuando van de día de campo. ¡Que viva el cotz, lindo y jacarandoso!