sábado, 18 de febrero de 2017

CARTA A MARIANA, CON DOS O TRES PREGUNTAS




Querida Mariana: En esta carta anexo una fotografía. La foto muestra un torreón del templo de El Calvario. ¿Lo habías visto en alguna ocasión? ¿Ya viste que la celosía es la tradicional celosía comiteca que utiliza ladrillos y forma triángulos? Todos los demás lados utilizan otra celosía. El lado posterior de este torreón es el único que tiene esta celosía. ¿Por qué? Los otros extremos están hechos con columnillas. El sentido común indica que también este lado tenía esas columnillas, pero, en algún momento, por causa ignorada, se deterioraron y fueron cambiados por este material arquitectónico tan nuestro.
Estas celosías son un disfrute a la vista y un reconocimiento al diseño sobrio. A alguien, en algún momento, se le ocurrió hacer este diseño, diseño sencillo y agradable. ¿Recordás que en alguna ocasión hicimos este diseño en papel? Tomamos una tira de papel e hicimos dobleces y colocamos la tira sobre la superficie de la mesa, imitando la estructura que usan los albañiles. Y luego ¡apareció el prodigio! Vos tomaste la tira, uniste sus extremos y me enseñaste que formaba una estrella y dijiste que era una de las nueve estrellas, uno de los nueve guardianes de nuestro Balún-Canán.
Ayer caminé por esa calle y cuando vi el torreón con esta celosía pensé que fue hecho en memoria de Rosario Castellanos, nuestra escritora comiteca, autora de la novela “Balún-Canán”. ¿Por qué lo pensé? ¡Ah, pues muy fácil! Porque ella vivió, mientras vivió en Comitán, a media cuadra de este templo. Vos ya viste que, ahora, en dos fachadas de casas hay placas que señalan que ahí vivió Rosario, cuando fue niña. La primera casa es una que está casi al frente de la salida del Pasaje Morales. La segunda es una casa que está mero enfrente del módulo turístico, del edificio del palacio municipal.
Aparentemente -mirá bien lo que digo- la primera casa donde Rosario vivió fue la que está frente al módulo turístico y luego pasó a vivir a la que está frente al Pasaje. Y esto es así, por dos razones: la primera es que doña Lolita Albores, la cronista de Comitán, cuenta en una entrevista que le realizó Luis Armando Suárez Argüello, actual director de la Casa de la Cultura, que ella pasaba al frente de la casa y miraba a Rosario y a Minchito en el balcón. Minchito fue el hermano que falleció; y la segunda es que Armando Alfonzo, compañero de secundaria de Rosario, en su libro “Comitán 1940” expone un croquis de la casa donde vivió Rosario, croquis cuyas referencias de ubicación corresponden a la casa frente al pasaje. Armando Alfonzo explica que su dibujo tuvo como modelo un trabajo escolar que Rosario realizó.
Como ves, Rosario vivió “siempre” a media cuadra del templo de El Calvario. Este templo fue un referente auditivo supremo. ¿Imaginás cuántas veces escuchó el repique llamando a misa, o para el rosario, o, con ese tono lúgubre, con que se llama a muerto?
Entrecomillé el “siempre”, porque, en apariencia (mirá bien lo que digo: en apariencia) la familia de don César Castellanos habitó tres casas comitecas, mientras vivió en Comitán. El medio hermano de Rosario, Raúl, en una entrevista que le realizó la investigadora Andrea Reyes, corrobora que la primera casa fue la que está entre el parque y el templo, pero, además, sostiene que vivieron en tres casas. ¡Tres! Si esto es cierto (no tendría por qué no serlo), hace falta que los investigadores y cronistas nos den luces acerca de la otra casa.
El maestro Jorge Gordillo parece confirmar el dicho de Raúl cuando cuenta que su cuñado, Armando Alfonzo (quien, ya lo dije, fue compañero de Rosario, en la secundaria), le contó que la escritora vivió en la casa que fue propiedad de los papás de doña Lolita Albores. Y si recordamos que doña Lolita siempre contó que la familia de Rosario fue muy amiga de la familia de ella, pareciera que uno de los hilos de ese puente podría ser esa tercera casa. Raúl dice, en el libro de Andrea Reyes: “… mi padre nunca quiso comprar, tenía para comprar las tres, podía hacerlo, pero no, porque le caía mal ya el vecindario, dijo: mejor voy a rentar.”
¿Mirás qué interesante? En Comitán medio mundo sabe que el papá de Rosario tenía muy buena lana, era el clásico rico hacendado. Ahí están los nombres de las dos fincas de su propiedad: Chapatengo y El Rosario. ¿Por qué, entonces, él y su familia vivieron en casas rentadas? Bueno, parece que la declaración de Raúl da una explicación: “Le caía mal ya el vecindario”. Y si recordamos que el vecindario era la zona habitada por gente de su misma clase social, porque en el centro de Comitán estaban las residencias de los hacendados, de los apellidos ilustres, puede decirse que don César no vivía muy a gusto en el pueblo. La lógica indica que quien está a gusto en una ciudad y no tiene pensado cambiar de lugar aspira a poseer una casa; por el contrario, quien renta una casa pareciera que tiene en mente la posibilidad de ser un eterno nómada.
¿Por qué en la Ciudad de México, don César sí compró una casa de inmediato? ¿Le gustó ser uno más de ese maravilloso enorme conglomerado? ¿Ser uno más de los miles y miles de seres que pasan de manera casi inadvertida, en lugar de lo que era en Comitán: uno de los señorones reconocidos y venerados por todos? Una amiga mía, comiteca, se casó y se fue a vivir a la gran Ciudad de México, un día (dos o tres años después que se fue), por no sé qué asunto, le hablé por teléfono y en medio de la conversación salió el tema de la nostalgia por el pueblo dejado. No, me dijo, yo no extraño a Comitán, acá soy feliz. Dijo que amaba salir a la calle, ir temprano al mercado y saber que nadie la estaba “juzgando”, así me lo dijo. En nuestro pueblo, ella se sentía “juzgada”. En Comitán usamos el término juzgar como sinónimo de criticar, decimos: “El fulano de tal es muy juzgón”. Esto que pareciera un exceso es una realidad: En el pueblo nos erigimos como jueces y hacemos juicios acerca del comportamiento del otro. ¿Con qué calidad moral lo hacemos? ¿Qué nos da derecho a “juzgar” la conducta del prójimo?
No miento. En el título de esta carta dije que te haría preguntas, no para que me los contestés, sino solo como un mero juego de supuestos, porque la verdad verdadera, en el caso de Rosario, ya parece imposible de abarcarla. Las personas que convivieron con Rosario ya están desapareciendo físicamente. Hizo falta que más gente diera sus testimonios. La obra de Rosario ahí está para todos los análisis que los estudiosos quieran realizar, pero los detalles finos de su vida poco a poco van quedando ocultos detrás de esa niebla implacable que se llama olvido.
Lo que sí podemos casi asegurar es que el templo más cercano a Rosario, no sólo físicamente sino también afectiva y creativamente, fue el templo de El Calvario. En la novela “Balún Canán”, Rosario dice: “Nuestra casa pertenece a la parroquia del Calvario”. Uno entiende que esto es una simple referencia, pero si uno va un poco más allá advierte el sentido mágico: “Nuestra casa pertenece a la parroquia del Calvario”. En primer lugar se advierte ese sentido de posesión de la casa, a pesar de que es rentada, todo aquel que renta se “adueña” del espacio, por eso hay algunos abusivos que luego ya no quieren abandonarla y, como los “paracaidistas”, aducen derecho de permanencia y se erigen en propietarios; en segundo lugar llama la atención que la protagonista de la novela (recordemos que tiene tintes autobiográficos) dice que la casa pertenece a la parroquia, como si esta entidad religiosa determinara los límites. En esta desviación ligera, en apariencia intrascendente, hay un simbolismo. Ahora cualquiera define los límites de pertenencia a través de los barrios o colonias. Si uno revisa la credencial del INE advierte que la referencia es un código postal que depende de la nomenclatura oficial. Vos pertenecés al barrio Centro (pucha, qué bonita imagen) y yo al barrio de Guadalupe. Nadie, en estos tiempos, diría que la casa pertenece a la iglesia de Santo Domingo o a la iglesia de la Virgen de Guadalupe; y en tercer lugar, la lectura advierte que si la casa pertenece a la parroquia y, lo sabe medio mundo, nosotros somos las casas que habitamos, el personaje de la novela pertenece a El Calvario. Ningún otro templo marcó a Rosario como sí lo hizo el templo de El Calvario. Su vida pareciera que fue eso, estuvo signada desde el principio. ¿Rosario fue católica? ¿Iba a misa? Tal vez sí, en la misma novela, hay una referencia al interior del templo. Recordemos que su mamá, doña Adriana, era del barrio de San Sebastián y esto, perdón, casi casi indicaría que ella era una mujer asistente a misa diaria. ¿Don César asistía al templo?

Posdata: En la foto que te envío se ve que hay faldones del torreón que ya desaparecieron. Sin duda, lo que falta es la celosía de columnillas. ¿Por qué estos vacíos totales? ¿Por qué ya nunca se completó el espacio? Poca gente advierte este detalle, porque la mayoría observa el frente del templo. Siempre es así. Nuestras lecturas son de los espacios más visibles. En la vida se aplica no solo a las estructuras arquitectónicas, sino, también, a las lecturas que hacemos de nuestros semejantes. Yo diría que esta construcción es mero comiteca: en el espíritu (lo menos visible) existe una celosía de triángulos, formada con ladrillos hechos en Yalchivol. ¡Ah, qué bonita palabra! ¡Yalchivol! Casi tan bella como las palabras ¡Balún Canán!