sábado, 4 de febrero de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE MUESTRAN OBJETOS DE UN MUSEO




Querida Mariana: Hubo un tiempo en que no existían museos en Comitán. Hoy tenemos varios, muy valiosos. No sé si vos has ido al Museo Arqueológico, conserva piezas muy interesantes halladas en las zonas cercanas a Comitán. Cada pieza nos relata historias de tiempos prehispánicos y nos ayuda a entender nuestra historia.
Hay personas que creen que los museos son simples bodegas de objetos viejos. No le encuentran el chiste.
Además del Museo Arqueológico, tenemos el Museo de Arte Hermila Domínguez de Castellanos, que conserva un buen acervo de cuadros (litografías de Tamayo, de Toledo, cuadros al óleo de Rodolfo Morales y muchos más de pintores oaxaqueños. Por ahí, en buen momento, se colaron algunos pintores chiapanecos: Suasnávar y doña Gloria Cruz de Gómez). En un inicio dos o tres comitecos protestaron por el nombre, dijeron: “¿Cuál es la relación del arte con doña Milita, como cariñosamente le decimos los comitecos?”. En realidad el nombre fue elegido por Isabel Arvide, quien era la encargada de comunicación social en el gobierno de Absalón Castellanos. Una mañana, en la biblioteca pública regional Rosario Castellanos, en la inauguración de una exposición, Isabel, frente al gobernador Castellanos, dijo: “No le estoy pidiendo permiso, señor general, le estoy informando que pronto inauguraremos un museo de arte en esta ciudad y llevará el nombre de Hermila Domínguez de Castellanos”. El general se sorprendió y no pudo evitar la emoción de saber que dicho museo llevaría el nombre de su mamá, hija de Belisario Domínguez. La mayoría de comitecos recibió con agrado la noticia de la apertura del museo de arte y que llevara el nombre de doña Milita. Quien visita este museo tiene un acercamiento con el arte pictórico. Abunda (tal vez en demasía, por ser un museo de Chiapas) pintura oaxaqueña, pero permite que los comitecos, sobre todo, puedan admirar de cerca obras de pintores importantes.
¿Qué otro museo tenemos en la ciudad? Pues el del papá de doña Milita: ¡Belisario Domínguez! Museo que recientemente se reinauguró, después de una restauración que, al final, se volvió remodelación, porque dio al traste con el patio central y con la zona de caballerizas, con lo que, dijeron los inconformes, transformaron su identidad.
¿Algún otro museo? ¡El museo de la Ciudad! Como nunca se le da gusto a todo mundo, hay comitecos que lo criticaron. Dicen que no tiene la esencia de Comitán, además, critican que tiene un exceso de vinilos y hace falta un lote de objetos representativos. Además, insisten los criticones, hay personajes que no están y, de los que están, algunos no deberían estar. No obstante esa crítica, quien visita el museo tiene un acercamiento cercano a la historia y a las costumbres de este pueblo gozoso.
¿Cuál otro museo? Está pendiente la inauguración de un museo que anhelan los comitecos: el museo de Rosario Castellanos, que ya hasta nombre tiene: MUROC, pero cuyas puertas siguen cerradas. ¿Qué falta para que se inaugure? Tal vez el acervo aún está muy pishcul. Ojalá, dicen los críticos, no vaya a terminar siendo como el de la ciudad y lo expuesto se limite a un muestrario de vinilos, con la vida y obra de la escritora. Algunos compas que han estado cerca del proyecto museístico revelan que las autoridades han estado en contacto con Gabriel Guerra Castellanos, hijo de Rosario, para que él done la biblioteca personal de su mamá. Dicen los amigos de la familia Guerra Castellanos que la biblioteca de ella era una biblioteca no muy grande. Se sabe de escritores famosos que han tenido bibliotecas particulares inmensas. Basta ver la biblioteca que tenía Umberto Eco, intelectual italiano, recientemente fallecido. No había rincón de su casa que no estuviera tapizado de cientos de libros, los pasillos tenían el largo que siempre tuvieron, pero el ancho, conforme pasaron los años, se fueron haciendo más y más estrechos, porque Umberto mandó a colocar repisas para colocar libros. Cuando uno ve fotografías de su casa pareciera que las paredes estuvieron construidas con libros en lugar de ladrillos. Así era el edificio intelectual de ese hombre único, cuyo conocimiento es infinito y que, como ya advertía su apellido desde el origen, sigue siendo un eco sublime para el mundo.
¿Hay algún otro museo en la ciudad? Parece que no. ¿Faltan? Faltan, por supuesto que faltan. Aunque algunos dirán que la construcción de un museo es un puro tiradero de dinero.
No se necesita un gran edificio para constituir un museo. En la Ciudad de México hay casas particulares que ahora funcionan como museos. No sé si vos sabés que el famoso Púas Olivares, campeón mundial de boxeo, tiene un museo en el barrio donde nació. Ahí muestra fotografías y muchos objetos relacionados con su vida y su trayectoria profesional. Marcos, que ya visitó el Museo de Rubén Olivares, me cuenta que es alucinante darse una vueltita por ahí, porque en ese pequeño espacio está concentrada gran parte de la historia de un mito. Sin duda que los visitantes, al ver las fotografías, los recortes de prensa, los cinturones de Campeón del Mundo, conectan esos objetos con su vida personal y recuerdan el momento en que frente a la televisión, o escuchando la radio, o (los privilegiados) sentados en una silla de ring side, disfrutaron y sufrieron las peleas del Púas. Todo México estaba pendiente, todo México quería que el Púas ganara, y ¡ganaba! Y ganaba y se iba a echar trago con su plebe y acababa butul de bolo.
En la Ciudad de México hay museos majestuosos, pero hay otros modestos, riquísimos en su acervo. El Museo del Juguete es sencillamente alucinante. Ahí están los juguetes con que jugaban los abuelos, los papás y los niños de generaciones más recientes. Es infinito el universo del juguete. Por ahí, en una vitrina, aparece el yoyo, el balero y las canicas; en otros espacios están los triciclos o los carretones y las colecciones interminables de muñecos y muñecas.
En Zacatecas hay un museo, maravilloso también, que muestra una colección de títeres.
En la Ciudad de México hay un Museo de la Plancha. Cientos de planchas, desde una que (jura el propietario) perteneció a Hernán Cortés, hasta las más modernas, pasando por las que se usaban en los años cincuenta, que eran calentadas con carbón. Hay una que el propietario dice que nunca venderá: la plancha que usó su mamá, que no es más que una semilla de mamey. Cuenta el propietario del museo que su mamá fue de las adelitas de la revolución mexicana y usaba esa semilla, que es bien pulidita, para “planchar” las camisas de su hombre.
En la región de Los Lagos, en Tzizcao, hay un pequeño museo de sitio, que da cuenta del origen de la comunidad y del avance de la misma. Entiendo que esta breve sala, pero muy rica en elementos modestos, fue iniciativa de don Roberto Hall.
En Tenam y en Chinkultic también hay salas que dan una idea de la riqueza de la región.
Todos estos museos sirven para que las nuevas generaciones vislumbren las raíces de lo hecho por el hombre. Ninguna sociedad se ha formado de manera espontánea. Las puntas de flecha, talladas en piedra, fueron cinceladas por la mano del hombre, porque tuvieron necesidad de cazar para subsistir; los bordados que realizan las mujeres indígenas (y que están expuestos de manera fantástica en un museo en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas) nacieron por la urgencia de llenar de color las prendas que les servían para protegerse del frío.
Los museos son necesarios como reservorios de la memoria del hombre. Ahí, en cada una de las salas del mundo, están expuestas las riquezas de las culturas.
¿Hacen falta museos en la ciudad de Comitán? Si, hacen falta. A veces (es una pena) se ve que los museos no son visitados. Hay muchos comitecos que nunca han entrado a la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez, ya ni por curiosidad natural. Es una lástima, porque si entraran y admiraran lo que ahí está expuesto tendrían más elementos para comprender por qué los comitecos somos como somos.
Lo que acá te cuento me brincó porque ahora leo una novela de Orhan Pamuk: “El museo de la inocencia”, que no es más que un recuento de objetos e instantes de una relación amorosa. Quien narra cuenta que el museo que nos presenta está lleno de cosas que estuvieron en momentos en que ella y él fueron felices sin darse cuenta, porque siempre sucede así: cuando volvemos la vista hacia atrás vemos, con nostalgia, que vivimos momentos gloriosos, que, a la hora de suceder, no los valoramos en su cabalidad.

Posdata: Cuando camino por las calles de Comitán, a veces hago un alto total, una pausa, miro el cielo, miro las tejas, los zaguanes de las casas y agradezco el privilegio de vivir ese instante, porque creo que el Museo de mi Vida es el pueblo todo. Todos los museos son partes de mi museo personal que contiene los instantes más gloriosos de mi vida. El pueblo todo es el museo más vivo de la esencia de los comitecos.