miércoles, 15 de febrero de 2017

COMPORTAMIENTOS ENAJENADOS





Comparto mi CCC (Código de Comportamiento Cabrón). En los últimos tiempos, mis acciones se sustentan en dichos preceptos, preceptos que van contra lo que sería mi deseo, pero que, en vista de la realidad circundante, me obliga a actuar como un soberano egoísta y como un estúpido irredento.
El primer precepto indica: “Si conduces un auto ¡no des paso al peatón!”. Y no lo hago ya más (hubo un tiempo en que lo hice) porque puedo ocasionar una tragedia y no quiero cargar una culpa por el resto de mi vida. Explico: Antes, al ver a un peatón en la esquina, deseoso de pasar a la acera contraria, detenía el auto y, con una sonrisa de mojol, movía mi mano, por encima del volante, de derecha a izquierda, como en pase de torero, para indicarle a la persona que había detenido el auto a fin de que él caminara con tranquilidad. ¡Ya no lo hago! No lo hago desde una mañana en que detuve el auto, sonreí e hice el pase de torero a fin de que la señora cruzara de uno a otro lado. La señora también sonrió y agradeció el gesto amable, bajó un pie, luego el otro, y pasó por enfrente del auto, instante en que vi, en el retrovisor, que un motociclista movía el volante hacia la izquierda a fin de rebasar mi auto. Casi vi el momento en que ambas trayectorias se cruzarían: el motociclista atropellaría con brutalidad a la señora que caminaba tranquilamente. Por fortuna, el motociclista se dio cuenta, en último instante, de que la señora cruzaba y frenó, causando un ruido ensordecedor a la hora del derrapón. Yo sudé frío, la señora también, y el motociclista, que quedó tirado al borde de la banqueta, ¡igual! ¿Qué necesidad? Desde entonces decidí no volver a ceder el paso a un peatón. Esa mañana pudo ocurrir una tragedia y yo (soy muy dado a cargar con culpas ajenas) me habría sentido culpable. ¿Cómo vivir con una carga semejante? Ahora prefiero que los peatones piensen que soy un desgraciado y nada digo cuando veo que sus labios se mueven en el clásico movimiento de mentar la madre.
El segundo precepto indica: “Si eres peatón ¡ignora la indicación del automovilista al cederte el paso!”. Una tarde estaba en una banqueta del parque central, iba a cruzar para ir a la farmacia Del Ahorro, a poner una recarga al celular. Un amigo venía en su auto y, al verme, muy amable, detuvo su auto y me cedió el paso. Con el antecedente de lo ocurrido con la señora, agradecí su gesto y me aseguré que detrás no viniera un motociclista o un ciclista. ¡No! Detrás venía un auto, que conducía una señora. Pensé que era imposible que ella intentara rebasar por la izquierda o derecha, porque el espacio no lo permite, así que bajé un pie, luego el otro y comencé a caminar. Lo que no pensé (¡qué tonto!) es que la mujer podía venir revisando su celular y respondiendo un WhatsApp (como venía haciéndolo) y se fue a incrustar contra la defensa del auto de mi amigo, golpe (más o menos enérgico) que provocó que el auto de mi amigo se hiciera para delante y yo pensara que él quería atropellarme pues su carro se impulsó hacia donde yo caminaba. Moví mi brazo izquierdo, casi casi como si fuera yo Supermán para detener el impulso. Mi amigo, con el rostro blanco, abrió la portezuela de su lado y bajó, primero, a encarar a la conductora (que también tenía la cara transparente), y, segundo, corrió para ver si yo estaba bien, deshaciéndose en disculpas y dejando en claro que él no había tenido la culpa.
Ah, yo que sé bien de culpas ajenas, de inmediato le hice saber que no había mayor problema; no había pasado del pequeño susto. Desde entonces, siempre que estoy a punto de cruzar de una a otra banqueta, me hago tacuatz. A veces (nunca falta el amigo o la persona decente) escucho que un auto se detiene y, de reojo veo que desea cederme el paso. Yo miro hacia abajo, a veces hago como que tengo sueltos los cordones de los zapatos y me acuclillo y hago como que los amarro, tardo eternidades a fin de que los detenidos continúen con su trayecto.
Cruzo cuando advierto que en la calle no transita vehículo alguno. Veo a ambos lados de la calle, aunque sea sólo de un sentido, porque nunca falta el ciclista que conduce en sentido contrario, sin ninguna precaución, porque así son sus modos incivilizados, de quienes, alguna amiga mía, llama bicicleteros.
Perdón, mi CCC es un código antisocial, un código perverso, pero lo llevo con precisión de cabo a rabo, a fin de no acabar con el rabo deshecho.