martes, 21 de febrero de 2017

TRADICIÓN ROJA




Alfredo dice que recuerda con emoción los tiempos cuando fue diablito. En Comitán, en los festejos de San Caralampio, el santo más querido, los niños se visten de diablitos. En las entradas de velas y flores, ellos, los diablitos, van en la parte de adelante del contingente, casi después del grupo de personas que tocan los tambores y las flautas de carrizo (que en Comitán llaman pitos). Los niños se visten con disfraces de tela roja, con cuernos que, en muchas ocasiones, tienen las puntas hacia abajo, como si estuvieran agotados. Los niños llevan una matraca en una mano y con la otra mano juegan con la cola. Lo que a los niños les encanta es golpear con la cola las nalgas de los otros diablitos. Ningún adulto dice algo. ¿Qué van a decir? Los niños disfrutan esta tradición. Además, se sabe, los diablitos son tremendos.
En Comitán todo mundo festeja que los niños se disfracen y sean diablitos.
Ray, tío que es norteamericano, una vez que vio una entrada de velas y flores se sublimó cuando vio decenas de personas que llevaban farolitos hechos con papel de china. Comentó que en Japón había visto una procesión semejante que terminaba en un lago, donde depositaban los farolitos con velas. Dijo que era prodigioso ver cientos de faroles flotantes. No sólo era la belleza de la luz de las velas, sino los reflejos sobre el agua. Ray preguntó cuál era el fin de los farolitos en Comitán. Luz dijo que cuando los participantes de la procesión llegaban al templo, apagaban las velas y entregaban los farolitos al organizador para que las guardara y sirvieran en otra entrada de velas y flores. Luz dijo que los farolitos se amontonaban.
Pero lo que más le gustó a Ray fue el grupo de tamboreros y piteros. Sacó su celular y se acercó al grupo y grabó ese sonsonete. Preguntó si el ritmo tenía algún simbolismo especial. Luz dijo que sí, por supuesto que sí, y luego (comiteca tenía que ser) imitó el sonido y cantó: “Te lo tenté, te lo tenté; te lo tenté, te lo tenté, tenía pelitos y me espanté”. Ray no celebró la ocurrencia, porque ya otra cosa había llamado su atención: ¡Los diablitos!
Ahí Luz sí no logró que Ray entendiera el simbolismo. Cuando Ray preguntó, Luz dijo que los niños se disfrazaban de diablitos porque simbolizaban el mal. Ray abrió los ojos como si fuera un búho en las montañas de Yellowstone y dijo que no podía creer que los papás permitieran que sus hijos representaran a los diablos y terminó diciendo algo que molestó mucho a Luz, lo dijo con acento de gringo: “Porr eso, mexicanos serrr diabólicos”. Luz (quien la conoce sabe que tiene un carácter “endemoniado”) no volvió a atender a Ray y dijo que éste era “un gringo pendejo”.
¿Cómo hacerle entender que los niños disfrutan ese disfraz que no es más que eso: un disfraz? ¿Cómo hacer que Ray entendiera eso, si también, en una ocasión, no logró comprender por qué los mexicanos nos burlamos de la muerte?
Como Luz ya no le hacía caso, Ray me preguntó si los diablitos entraban al templo. ¿Qué podía decirle? Yo nunca he estado en el interior del templo cuando llegan los integrantes de una entrada de velas y flores. Dije que tal vez algún papá entraba con su diablito tomado de la mano. Ray puso los ojos como si fuera un oso en Yellowstone. “¿Eso serrr posible?”. Ya con el mismo ánimo de Luz le dije que nada tenía de malo, pero Ray dijo que era un contrasentido que en un templo católico la feligresía permitiera que el mal entrara por la puerta grande.
Pensé casi lo mismo que Luz, Ray era un gringo bobo. Busqué en mi mente algún elemento semejante de la cultura norteamericana, pero, por desgracia no hallé algo como lo nuestro y no lo hallé porque nuestra cultura es más rica en elementos.
Acá, en nuestro país, nos burlamos de la muerte y estimulamos que nuestros niños se disfracen de diablitos y que hagan ruido con una matraca y que usen la cola como si ésta fuera un fuete.
Así somos.
Es una bobera creer lo que Ray dijo. No es posible que seamos diabólicos por esa tradición ingenua. Luz dice que los gringos son más perversos y más pendejos. Quien conoce a Luz sabe que tiene un genio de los mil demonios. Ella (¡por supuesto!), de niña, se puso su disfraz de diablito y movió su cola como si fuera una matraca que golpeara el aire.