sábado, 11 de marzo de 2017

CARTA A MARIANA, CON AROMA INDESCIFRABLE




Querida Mariana: ¿A qué huelen las mujeres comitecas? Me refiero al aroma natural, no al que está disimulado debajo de perfumes franceses.
Entiendo que no todas las mujeres huelen igual. De igual manera que no todas las ciudades del mundo tienen los mismos aromas.
Comitán tenía un aroma a pan recién hecho, a chimbo, a butifarra, a juncia. Ahora, (¡qué pena!), Comitán huele mal, apesta a albañal, a rata muerta. No sé si lo has advertido, en algunas zonas huele muy feo, sobre todo en zonas bajas: algunas partes de Yalchivol y zonas aledañas al periférico. El olor es insoportable. El otro día pasé por el cauce de lo que le llamamos río grande y, prácticamente, tuve que huir del lugar porque apesta a mierda y es que, literalmente, lo que ahí fluye es agua del albañal.
En el lugar donde, hace años, la autoridad construyó unos merenderos y área de juegos, el río ya se secó, que es la zona con rumbo a Los Riegos, a Señor del Pozo, a Yalumá. Los mayores cuentan que el paseo al río grande era un paseo muy recurrido de los comitecos. Los jóvenes se bañaban en esas pozas. Ahora, el lecho está agrietado, porque no fluye el agua. Pero, más adelante, del otro lado de la carretera que va del CBTis a la ciudad de Las Margaritas, el agua sigue fluyendo. ¿Por qué sucede esto? Un amigo me explicó que la causa es muy simple: el agua que ahí corre proviene de las salidas del drenaje; es decir, las aguas negras del pueblo van a dar a ese cauce. Por eso ahora, la pestilencia está concentrada. Antes, el agua que nacía limpia, fresca, del nacedero de Jishil (Ji-shil), al unirse con el agua del albañal hacía que la peste no fuera tan rotunda, pero ahora está la esencia de la caca en toda su magnitud. Esto es un problema severo de salud municipal. Al lado de este afluente hay huertos, dichas verduras son regadas con agua de este canal. ¿Qué mujer comiteca lavaría con el agua del drenaje las frutas y verduras que sirve a su familia? ¡Ninguna! Por supuesto que ninguna. Pues en nuestro pueblo, los productores están regando sus huertos con agua de caca. ¿Dónde está la autoridad sanitaria?
Me da pena escribirte esto, pero es una realidad que modifica (insisto, ¡qué pena!) el aroma de nuestra ciudad y con ello, el aroma de sus habitantes, de sus mujeres, de sus jóvenes, de sus viejos, de sus niños, de todos.
Comitán olía a mujer joven, a campo plantado con menta, a aroma de jazmín. Ahora comienza a oler a una mujer vieja, descuidada. Las ancianas que no son atendidas en las casas por sus familiares, las que son arrinconadas como sacos viejos, huelen a humedad, a moho, a los meados y a los excrementos que se convierten en parte de su carne. Me da pena decirlo, pero Comitán comienza a asemejarse a una vieja abandonada. ¿Y las autoridades, en dónde están?
En cualquier ciudad del mundo, las autoridades son como los hijos mayores. El grueso de la población los eligió para que cuiden y salvaguarden el entorno común, el hogar de todos. No es otra la responsabilidad, el compromiso, de quien solicita, a través del voto popular, la encomienda de representar a la ciudadanía. La confianza está puesta en ellos, para que el hogar sea un espacio limpio, correcto; un espacio que huela a tenocté y no a jutush ya podrido.
Somos las casas que habitamos. Si nuestro hogar está sucio, algo de esa podredumbre se nos pega. ¿A qué huelen las mujeres comitecas? ¿A qué olés vos? No podemos tapar el sol con una capa de barniz, no podemos encubrir un aroma con un olor artificial.
Los comitecos, tal vez sin mucha conciencia, siempre hemos respetado a la mujer de esta ciudad. Y esto es así, porque la mujer comiteca está siempre presente en cada instante de nuestra historia, tanto la historia con hache mayúscula, como la de todos los días.
Armando llegó un día a Comitán. Vino porque el jefe de la empresa donde laboraba lo comisionó para un encargo especial. Llegó y se enamoró de la ciudad y de una de sus hijas. Una tarde, en la casa que rentaba, tomando una cerveza en el corredor, me dijo que se había enamorado de Lucía (que así se llama su esposa) porque era una con Comitán y viceversa. A mí me pareció un juego de palabras interesante, pero por encima de eso, entendí lo que él me decía: nuestro Comitán enamora por sus cualidades, por lo tanto, lo mismo sucede con sus mujeres. ¿Qué dice la letra de esa maravillosa canción que se intitula “Comiteca”? Es una canción que elogia las virtudes de las mujeres de este pueblo y por eso, entre otras linduras, dice: “Eres orgullo de Chiapas, nacida en Balún Canán”. ¿Orgullo de Chiapas? Sí, las mujeres de este pueblo son de una belleza soberana, que es cuando se conjunta la belleza física con la belleza intelectual. Pero, más adelante, el autor de “Comiteca” dice: “Qué bello símbolo tienes en la flor del tenocté. Se nota que eres mimada, yo también te mimaré”.
¿Hay necesidad de decir más? Pareciera que no, pero sí. Insisto, somos la casa que habitamos y nuestro hogar tiene mucho de lo que nosotros le imprimimos. La mujer comiteca es lo que es la ciudad y ésta posee las virtudes de sus mujeres. El símbolo de Comitán es la flor del tenocté (árbol que ha dado pie a una de las anécdotas más simpáticas y picarescas de nuestro pueblo). Antes, cuando llegaba la primavera, el paisaje se llenaba de palomitas blancas que matizaban el azul inmaculado de la ciudad. Ahora, ante el rebumbio provocado por el calentamiento global y demás nubes infecciosas, el tenocté florea a todas horas y en cualquier tiempo. En el pasado diciembre, los árboles florearon de manera indecisa y confusa.
¡Ah!, qué hermoso sería que la autoridad, el garante de nuestra armonía, tuviera como directriz esencial la línea que en la canción dice: “Eres mimada, yo también te mimaré”. Porque (todo mundo lo sabe, lo intuye), hubo un tiempo en que cada comiteco mimó la ciudad, la cuidó, la protegió. Hubo un tiempo en que la hierba fue cortada de tajo a fin de que sus calles estuvieran relucientes. Hubo un tiempo en que la autoridad buscó el bien común, antes que el nefando interés personal. Hubo un tiempo en que en el cauce del río grande fluyó agua limpia, tan limpia como el rostro de la comiteca más sencilla.
Hubo un tiempo en que la mujer comiteca olía a mañana fresca, a salvadillo con temperante, a festón de juncia, a cántaro de agua pura. ¿Y ahora?
La mujer comiteca es ejemplo de talento a nivel internacional, basta mencionar a Rosario Castellanos.
Una mujer fue la primera cronista oficial del pueblo, una mujer que tenía la cultura comiteca en el corazón y en la punta de la lengua: doña Lolita Albores, siempre fresca, siempre plena; casi casi tan llena de gracia como el Ave María.
Una mujer es el paradigma del valor histórico en ese mítico pasaje donde doña Josefina García se puso de pie y motivó a que la turba libertaria no olvidara su sueño de independencia.
Pero las mencionadas, querida niña, son las mujeres que están en los peldaños más altos de la historia. Cientos, miles de comitecas bordan, de manera modesta, las nubes que adornan nuestros más valiosos cielos. Las comitecas son los colibríes que liban la luz del día y el misterio de las noches. Las comitecas son las guacamayas que pintan el sol de nuestros patios y la luna de nuestras alcobas. Doris Lesing, premio nobel de literatura, dice que las mujeres “parecen estar dotadas de una armonía natural con el devenir del mundo”. Sí, así es.
Hubo un tiempo que Comitán tuvo el aroma de la buganvilia, el color de la buganvilia. ¡Ah!, todo mundo admiró el bulevar con su camellón estallando en rojos y lilas. ¿Quién logró tal prodigio? Lolita Guillén, quien siendo secretaria del ayuntamiento, siempre veló porque esas flores se abrieran con la misma intensidad con que se abre un abrazo de comiteco. El otro día leí la opinión de un paisano en el sentido de que ahora esas plantas carecen de una tierra abonada y suelta, ahora el piso es como una capa compacta que no permite el paso del aire y del agua.
La mujer comiteca siempre ha sido una mujer sencilla, limpia, hacendosa. Siempre ha mantenido su casa ordenada, con patios iluminados, con oratorios donde los floreros siempre tienen flores frescas. ¿Qué pasa con la casa mayor?
En los últimos tiempos, las autoridades se han desentendido y cada vez más nuestra casa pierde su color de fábula, de historia bien contada, de poema iluminado.
¿A qué huelen ahora las mujeres comitecas? Siguen oliendo a durazno, a mango, a hierbabuena, pero en el ambiente hay un olor a podrido, a caca, que puede contaminar sus vestidos. No estamos cumpliendo con la consigna de mimarlas, no en forma cursi, sino como forma de respeto por todo lo que han hecho por este pueblo.

Posdata: Querida mía, hubo un tiempo en que la casa comiteca fue el templo para nuestros deseos y para nuestros sueños. Lo adornamos con festones de juncia y flores de pape crepé y pagamos marimba para que los pies de nuestras paisanas se movieran como si fueran un mar de ternura. ¿Y ahora? ¿Por qué permitimos que estén viviendo en una casa que no las honra, que no les corresponde?