miércoles, 22 de marzo de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE HACE UN HOMENAJE MODERADO A FORD




Querida Mariana: El automóvil es un gran invento. Los abuelos comitecos cuentan cómo era la vida antes del automóvil, antes de las carreteras. Hacer un viaje a la Ciudad de México exigía hacer testamento, porque era un viaje arriesgado que tardaba muchos días. Hoy, quienes viajan en auto, llegan a la megalópolis en pocas horas.
Pero, como todo en la vida, a las ventajas del auto se agregan los fastidios. Ahora, los viajantes comitecos ya no tienen necesidad de hacer sus testamentos, aunque, en las carreteras, fallecen más que en aquellos viejos tiempos. ¡La imprudencia es cosa de todas las horas! Las estadísticas señalan que han muerto más personas en la súper carretera de San Cristóbal a Tuxtla que en la peligrosísima carretera vieja, que está llena de curvas. ¿Cuál es la causa? ¡La velocidad imprudencial! He visto a amigos que se pavonean como jolotes cuando comentan que el trayecto de San Cristóbal a Tuxtla lo hacen en treinta minutos o menos. Viajan a velocidades superiores a los ciento diez kilómetros por hora. ¡Ah, la imprudencia!
Hay personas y sociedades que han cambiado la vocación del automóvil: de un mero medio de transporte lo han convertido en símbolo de poder. Hay algunos que (parientes ricos de los guajolotes soberbios) se pavonean por poseer autos de lujo y se burlan de los que, en forma modesta, manejan vochitos y tsuritos. Olvidan que el automóvil es un medio, un simple medio y no el entero de la aspiración.
En la foto que anexo, mirás cómo esta calle (frente al parque central) servía para estacionar autos. Ahora, la banqueta se amplió y en ese sitio hay espacio para que la gente se siente y tome un refresco o una cerveza o una famosa macharnuda y platique y mire cómo se relaja la tarde. Igual que como sucede en las grandes capitales del mundo, donde la gente se sienta en un café al aire libre y disfruta una buena conversación o lee el periódico o un libro, con una copa de vino. ¿Ganó Comitán? Pues no sé qué pensés vos, pero yo creo que sí ganó, ganaron los comitecos, porque en tiempos anteriores los comitecos pasaban por ahí y sólo miraban las trompas y los culos de los autos y, a menos que sea una exhibición de autos antiguos o de autos de carreras, no creo que sea un buen hábito andar viendo llantas y parabrisas. Además, los autos ahí estacionados eran de los propietarios de negocios cercanos que llegaban desde temprano y usaban el espacio como su cochera particular.
Antes, en Comitán, quienes poseían un caballo (como dicen que sucedía en el caso del doctor Belisario Domínguez), para trasladarse de un lugar a otro (el doctor Domínguez lo usaba para visitar a sus enfermos), acondicionaban una caballeriza en la parte trasera de la casa. Ahora, como ya no se usan caballos, la gente acondiciona cocheras. Todo es lógico y muy correcto. En la casa hay un lugar especial para estacionar el auto. Nadie se atrevería a modificar la vocación de una sala o de un comedor para que un auto se estacionara ahí. De la cantidad de metros cuadrados de la residencia se destina un mínimo porcentaje al garaje. El dueño del vehículo llega, estaciona el carro en su cochera y camina hacia la cocina, hacia el cuarto, hacia el sitio donde hay árboles de naranja agria, limón y jocote. Todo es lógico y muy correcto.
¿Qué sucede en nuestro hogar común, nuestro pueblo? Un lema gubernamental dice que: En Comitán ¡el peatón es primero! ¿De verdad es así? Cuando se amplió la banqueta de esta fotografía y, en lugar de estacionamiento, se convirtió este espacio en un andador (así se llama: Andador San José) el slogan sí reafirmó su vocación. Pero de ahí en fuera, vemos que en la ciudad el auto es el primero en todo, como si este medio fuera el completo del ideal. ¿En qué momento dejamos que el caballo mecanizado tuviera más relevancia que el ser humano?
El contador Marco Antonio Moya revivió el otro día la idea de la peatonalización del centro de Comitán. Con ello revivió el ideal de muchos comitecos de devolver al pueblo algo de la armonía que fue su distintivo. El automóvil, con sus grandes ventajas, vino a llenar de smog los cielos azules, a llenar de ruidos el aire silencioso, a llenar de sangre la avenida limpia de nuestros cuerpos. ¿Ya viste lo que ahora es la Ciudad de México, lo que, en un momento, fue nombrada por Carlos Fuentes como la Región más transparente? Los segundos pisos hablan de un absurdo, pero necesario recurso para desahogar las arterias de ese cuerpo congestionadísimo. Pero, ¿en Comitán es preciso comenzar a constreñir nuestro organismo, a ahogarlo?
¿Y si en lugar de hacer de nuestro centro la cochera de la casa o el pasillo por donde deben pasar todos los carros, lo convirtiéramos en el espacio donde el peatón fuera primero en todo? ¿El espacio donde los niños pudieran correr libremente, donde los jóvenes caminaran agarrados de la mano, donde los mayores tomaran una limonada o una cerveza, donde los ancianos botaran con orgullo los años acumulados?
¿Perderían mucho los automovilistas al devolver a Comitán su vocación irrenunciable de ciudad comprometida con la vida armoniosa?
Los autos son necesarios, pero ¿a quién se le ocurriría meter el carro a la sala de su casa o al comedor? ¿Que no la sala es para compartir una buena plática y tomar una taza de café caliente? ¿Que no el comedor es para disfrutar un buen plato de olla podrida, de esa que hace doña Conchita Pérez, con tortillas recién salidas del comal? ¿Que no el chiste de esta vida es vivirla a plenitud y no en medio de claxonazos y de escapes llenos de humo?
Un día alguien imaginó que esta calle dejara de ser un estacionamiento ¡y lo logró! Hoy, el contador Moya (y con él cientos más) sueña en que esta calle sea peatonal y los autos transiten por vías alternas. ¿Se logrará? ¿Ganaría Comitán? ¿Ganarían los comitecos? ¿Ganaríamos todos?
En la Ciudad de México no les quedó de otra que rendirse ante el automóvil, ¿por qué en nuestra ciudad debemos rendirnos si no hay necesidad?

Posdata: Querida Mariana, se considera al centro como el corazón de la ciudad. Sería maravilloso que el corazón estuviera limpio, siempre limpio, como limpio el espíritu de los comitecos.