martes, 7 de marzo de 2017

HACIA ADENTRO





¿Qué miran los que miran a través de una ventana? En principio podemos decir algo muy obvio: ven hacia afuera o hacia adentro. Ven hacia afuera quienes están en un cuarto, en un almacén, en un baño. Ven hacia adentro los que están en la calle y husmean algún interior, que puede ser un cuarto, un almacén, un baño.
¿Qué mira el que mira hacia afuera? Ve la prisa que corre afuera, porque, por lo regular, quien está adentro está como en una cápsula donde el tiempo se modifica, donde el reloj no tiene la prisa del que está afuera. Basta preguntarle a un oficinista, a una mujer que atiende detrás de un mostrador, a un mesero, para comprobar que adentro, el tiempo tiene cara de tortuga. Son pocas las excepciones, digamos que, tal vez, una prostituta tiene prisa en que el viejo, con cara de cerdo, llegue al clímax, porque pesa mucho, porque apesta a ron, porque tiene un olor a rata muerta.
¿Qué mira el que mira hacia adentro? Si mira un aparador lo hace con total libertad, si husmea en un interior íntimo debe hacerlo como si fuese un delincuente, porque ¡lo es! Quien escudriña en interiores roba imágenes que, en término estricto, le estaría vedado. He visto mirones que, en los jardines, hacen como que ven pájaros y, en realidad, miran hacia las ventanas de los edificios más altos, ven el departamento donde una muchacha hace ejercicio, mientras mira la televisión.
Porque quien mira a través de una ventana no hace más que proclamar la vocación voyerista del hombre. De todos los sentidos del hombre, el sentido de la vista es el más apremiante, el más metidito, por su posibilidad de vuelo. Hay sentidos que requieren la cercanía: el tacto, el gusto; el olfato y el oído son como piedras lanzadas al agua que, en círculos concéntricos, extienden su posibilidad, pero de manera limitada. La vista, en cambio, va más allá, va hasta donde el ojo de águila o de ratón lo permite. Sólo hay una ocasión en la que el sonido aventaja a la vista: cuando el escucha está en la cima de un cerro. El que está en lo alto de un cerro puede escuchar, ¡prodigio del sonido!, los gritos de los niños y el ladrar de los perros que están en una ranchería abajo. Pero, de ahí en fuera, la vista siempre aventaja a los demás sentidos.
El que mira hacia afuera ve la calle, la mujer que cruza con rumbo al mercado, la estudiante que hace la parada a un taxi, el perro que levanta la pata, el tendero que abre la cortina de su negocio, la mujer que se persigna cuando pasa frente al templo, el hombre que prende un cigarro, el que se detiene ante un estanquillo y solicita una revista, el niño que compra un helado, la niña que lleva un globo azul.
El que mira hacia adentro ve el cuarto donde un hombre acomoda libros, la mujer que limpia la mesa, el viejo que dormita en una mecedora, el niño que juega un tren en el piso de la sala, el hombre que sale del baño y mueve las manos al aire en intento de secar sus manos, la niña que abre el refrigerador y saca una gelatina, el gato que sube a una cómoda y se recuesta, el hombre que acaricia las nalgas de la sirvienta cuando ésta sube a una escalera para bajar un sombrero.
¿Qué miran los que miran a través de una ventana? Ven las nubes, el cielo, las lámparas; ven cómo los árboles se quedan sin hojas, sin ramas, mientras el viento de un huracán los mueve de un lado para otro.
El cristal de una ventana es una pequeña frontera, casi inadvertida. Quien traspone la puerta para, por ejemplo en un almacén, dejar de mirar a través de la ventana y tocar el libro que observaba, deja su condición de extranjero y pierde su capacidad de asombro a distancia.
Hay hombres que son felices viendo a las mujeres a distancia, viéndolas a través de una ventana. No desean conversar, acercarse a ellas, acariciarlas, poseerlas físicamente. ¡No! No les interesa la cercanía. Se excitan sabiendo que las poseen con la mirada. A través del cristal las vuelven suyas. Si están vestidas, poco a poco, con la simple mirada, las despojan de sus prendas y las huelen y las lamen, sin importar que estén en un departamento de un quinto piso y ellos estén viéndolas desde una banca en el parque, donde unos niños juegan en la arena a construir castillos.