lunes, 27 de marzo de 2017

MUNDOS AGRESIVOS




Nadie podrá negar que hay palabras agresivas. Algunas tienen sonidos que son provocadores. Alguien pensó, un día, que la palabra viejo era una de esas palabras. Por lo tanto, buscó una más suave. No la halló, por eso inventó el término de “Tercera Edad” y, ahora, ya en el colmo de la melcocha, algunos se refieren a los viejos como “Adultos en plenitud”.
No sé qué le cause a ustedes, pero a mí la palabra viejo no me resulta agresiva. ¿Saben cuál palabra sí me resulta cruel? La palabra Padrastro, que por un lado nombra a esos pellejitos que molestan en la comisura de las uñas, pero que, en principio, designa al hombre que se casó con la madre de alguien. Los hijos que tuvieron un padre biológico diferente dicen: “Ese hombre es mi padrastro”. Y la palabra no se conformó con ser padre impuesto, sino que (¡faltaba más!) engendró engendros: hijastro, hijastra. Así entonces, el padrastro se refiere a los hijos de su esposa como ¡hijastros!
La connotación es severa, agresiva.
De igual manera aparece la palabra bastardo, que designa al hijo nacido fuera de matrimonio.
Creo que en este caso sí debería proscribirse el uso de esos términos que, por fuertes, resultan un tanto agresivos para la persona que no se lo merece. Pensemos que el “padrastro” es un mal hombre y que acosa sexualmente a su “hijastra”; pero pensemos en el otro extremo, el caso del “padrastro” que cuida, protege y ama honesta y sinceramente a la hija de la esposa. ¿Merece este último hombre que alguien diga que es padrastro de la niña? No sé qué piensen ustedes, no sé qué sientan. Yo pienso que esa palabra es injusta; pienso que nuestra lengua española debería tener la capacidad de buscar otro término que pueda aplicarse en el segundo caso. Está bien que los abusivos reciban el trato de padrastros, pero ¿cómo nombrar a los que reciben a hijos ajenos como propios? ¿Cómo nombrar a esos hombres que asumen un rol que encarama nubes en los sueños de los hijos de la mujer amada?
Algún día, así como hacen concursos de la palabra más bella del idioma castellano, habrá que hacer uno de la palabra más grotesca, tanto en su sonoridad como en su conceptualización. Y que el “premio”, en este último caso, sea la erradicación del diccionario y la inmediata suplantación por una con más eufonía, con más aire, con más espíritu positivo.
Hay personas que cometen acciones negativas y tienen parte del castigo en la palabra que los nombra. Así, los delincuentes se tienen bien ganada la palabra que los señala, que los tacha, que los marca de por vida en la sociedad. Los pederastas tienen bien ganado el infierno de su nombre. Pero, insisto, cuando alguien, por el simple hecho de unirse con una mujer con hijos, que no tiene esposo, se convierte en padrastro de ellos, el hecho parece inmerecido. La palabra debería proscribirse y ser sustituida por una que no parezca una cadena.
Es un castigo no sólo para el “inculpado” sino para los hijos que no tienen culpa alguna. ¿Por qué una niña debe cargar con el fardo de tener un “padrastro”?
Hay palabras agresivas y éstas son parte importante de la vida, porque la vida no sólo tiene luz y brillo, también está hecha de oscuridades. La puta no tiene nada de qué avergonzarse o sentirse ofendida cuando alguien la nombra así, ya que fue su decisión convertirse en tal. Además, a mí la palabra puta me resulta menos agresiva que la palabra madrastra.
En los cuentos infantiles existe un cliché que identifica a la madrastra como una mujer ponzoñosa. En la vida real ¡no siempre es así! De igual manera que en el caso de los padrastros, hay madrastras que cuidan y protegen a los hijos del hombre con el que se unen. Asimismo, la idea de que los hijos de un hombre que trata de recomponer su vida, dándose una segunda oportunidad, tengan que soportar la nube negra de ser hijastros suena a castigo inmerecido.
Nadie soy para modificar el lenguaje, pero si en manos estuviera borraría las palabras padrastro y madrastra y las supliría por palabras menos agresivas, porque pienso que la vida no tiene terceras edades, pero sí puede ser una vida vivida en plenitud.