sábado, 22 de abril de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA DE ALGUIEN QUE VIVE CERCA DEL CHULUL




Querida Mariana: El otro día bajé por la calle de Elektra y me topé con una cenaduría que se llama El chulul. Ah, esto activó mi emoción. Te cuento. Yo, que en mi infancia comí muchos chulules, en mi adolescencia, cuando estudiaba en la UNAM, entré a un teatro a ver “Electra”, con la participación de la gran actriz Ofelia Guilmain. ¿Mirás que la Electra del teatro se escribe con c y la del negocio que hay en Comitán, y en muchísimas partes de la república, se escribe con k?
A ver, parece que me estoy haciendo bolas. Digo que esta carta hablará de Elektra y del chulul y, de refilón, de Electra. Digo que los dos primeros nombres son como la síntesis de lo que ha sucedido en el pueblo. En los años sesenta, en Comitán, era muy famosa doña Lupe, que le decíamos doña Lupe, del chulul, porque en el patio de su casa tenía un árbol de ese fruto riquísimo. En ese tiempo no existía Elektra. Si alguien necesitaba comprar un televisor o una plancha iba a la Casa Tovar o a la Casa Yanini. ¿Mirás?, estos negocios tenían como razón social los apellidos de sus dueños, que eran don Fernando Tovar y don Vicente Yanini. Punto. De igual manera, el negocio de doña Lupe (quien se dedicaba a vender comida) era conocido como El chulul. Actualmente son escasos las negociaciones que tengan como razón social los apellidos de sus dueños. Ahora tenemos Sam’s (franquicia estadunidense), The Italian coffee (franquicia que crearon algunos poblanos). En lugar del cine Comitán y del cine Montebello (nombres muy cercanos a nuestra identidad), tenemos a Cinépolis (empresa que creó un michoacano).
Ya te he contado en varias ocasiones que el famoso chulul servía como referencia, así como ahora Elektra sirve de referencia. Alguien puede preguntar ahora: “Oí, vos, ¿en dónde se pasó la Relojería Sánchez?” Y otro, bien tranquilo puede responder: “A la vuelta de Elektra”.
La Relojería Sánchez, igual que la Casa Tovar o la Casa Yanini, debe su razón social al apellido de su propietario, Don Guadalupe Sánchez, quien fue un exitoso comerciante y gran promotor de un deporte que era casi inexistente en Comitán cuando él llegó: ¡el tenis!
Has de comprender que, para mí, fue un deleite haber presenciado a la gran actriz Ofelia Guilmain, representando a la reina Clitemnestra, en una tragedia basada en antiguo mito griego. La obra, así de rapidito, cuenta que la mamá de Electra mata a su marido, el rey, y después entrega a su hija a un campesino para que, si tiene hijos, los hijos sean plebeyos y no nobles. Como la mayoría de cosas en la vida, se trata de la ambición de poder. Si Electra llegara a tener hijos nobles, éstos podrían reclamar el trono. Así pues, Electra es enviada al exilio del campo, borrada del campo real. El campesino, que representa la sencillez de la gente del campo, no tiene relaciones con la tal Electra, pues (dicen los críticos literarios) es un hombre honesto e impoluto. De esta manera, Electra permanece intocada. Un día aparece en casa del campesino, un hermano de Electra, que quiere vengar la muerte del padre y le pregunta a su hermana si está dispuesta a matar a su madre. Ella entra en conflicto, pero al final dice que sí y ambos hermanos matan a la madre. Tan tan. Una gran tragedia.
Vos sabés que quien padece el Complejo de Edipo es alguien que siente un amor desmedido por la madre y no la lleva muy bien con el papá. Pues el Complejo de Electra es lo contrario, se aplica a quien odia a la madre y se identifica más con el papá. ¡Pues cómo no! Viendo la historia de Electra entendemos perfectamente el complejo con su nombre; así como entendemos el complejo de Edipo si le damos una vuelta al mito griego donde, en historia semejante a la de Electra, el rey Layo se entera, por medio del oráculo, que será asesinado por su propio hijo, Edipo. Para tratar de evitar este designio, el rey ordena a un sirviente que se deshaga del pichito. Pero el sirviente desobedece al rey y entrega la criatura a un pastor, quien se hace cargo de él. La historia llega al clímax cuando Edipo mata a su padre, en un final predestinado. Bonitas historias, ¿no? ¡Tremendas!
La obra Electra me impactó. La actuación de la Guilmain era sensacional. Si podés mirá la película “El jardín de Tía Isabel”, una película que dirigió Felipe Cazals. En esa película actúa doña Ofelia Guilmain. ¿Sabés quién actúa ahí también? Ah, ya sé que sabés, porque te lo he dicho varias veces: ahí actúa Javier Esponda, actor comiteco. En ese tiempo, Javiercito era jovencísimo, un muchacho bello. Ahora, Javier Esponda es productor de esa serie televisiva que se llama “La rosa de Guadalupe”. Te lo digo, porque el otro día mencionaste que tu prima Alondra sueña con ser actriz, pues no sé, pero tal vez alguien de acá sea amigo de Javiercito o pariente y pueda ser el enlace para que Alondra conozca al destacado productor y chance un día de éstos veamos a Alondra actuando en la televisión. No sé quién me contó que Javiercito logró incursionar en el cine mexicano gracias a que doña Irma Serrano lo presentó con un productor de cine mexicano en los años setenta. No sé si esta historia sea cierta, pero puede ser. Alondra es muy bella y muy talentosa, así que por capacidades físicas e histriónicas no paramos. Lo único que le falta es que alguien lo relacione con el medio.
En el letrero que anuncia la Cenaduría El Chulul, hay un agregado que dice: “Recuperamos lo tradicional de la cocina comiteca con las recetas de doña Lupita”. ¡Ah, qué maravilla! No sé qué platillos ofrecen. Algún día de éstos me daré una vuelta. Lo que sí sé es que no sólo logran el prodigio de recuperar las recetas de doña Lupita, sino, también, ¡oh, maravilla!, rescatan la identidad. Ahora, los comitecos podemos decir: “La Lavandería El Chulul, está a la vuelta de la Cenaduría El Chulul”. Un día el chulul del patio de doña Lupita fue tumbado. Hoy, sus familiares han vuelto a sembrar gajos mentales de ese enormísimo árbol.
No sé, pero creo que esta fruta de sabor riquísimo no se encuentra en muchas partes del mundo. Parece que sólo en esta región hallamos el chulul, por ello, la importancia de treparse a las azoteas de todas las casas y gritar a todo pulmón esa palabra que, al escucharla, de inmediato nos otorga recuerdos, sabores y aromas indecibles.
Espero que esa cenaduría exista de acá en adelante, que los sabores de la cocina tradicional se recuperen, que exista una atención meramente comiteca; es decir, atenta y afectuosa. Espero que mucha gente acuda a cenar y salga satisfecha. Lo espero, de veras, para que el nombre del chulul siga subsistiendo con la misma fuerza que subsisten otros nombres tan cercanos a nuestra identidad comiteca. ¿Qué hay al lado de la Cenaduría El Chulul, ah, pues una sucursal de la famosa Panadería Las Torres? ¿En dónde hay un árbol de chulul? ¡En el patio de la tienda El Veinticinco!
¿Mirás este prodigio? Los nombres son esenciales para la preservación de nuestros valores culturales. Disfruto mucho cuando escucho que el Diario de Comitán está al lado de “La esquina blanca”, un negocio que, además de ofrecer una comida riquísima, conserva, como en un alhajero, el nombre con que desde hace muchos años es conocido ese lugar. La esquina blanca es tan famosa como Las siete esquinas. Estos nombres son nuestras referencias geoposicionales. Nuestro GPS interior así los señala en el mapa de nuestros afectos.
Cerca de la Cenaduría El Chulul hay una florería que se llama “El Paraíso”. Perdón, pero paraísos hay en todo el mundo, bueno, con decirte que Adán y Eva vivieron en un lugar que así se llamaba. Pero, pregunto: ¿En qué otro lugar del mundo hay un lugar que se llame Paraíso Chichimá? En ninguna otra parte del mundo. Sólo en Comitán, en Comitán de los tomates, como decía doña Lolita Albores, porque acá te dicen tomate una, tomate dos, tomate tres.
Me gusta que un restaurante se llame “Comitán lindo y qué rico”. ¿Dónde comiste? En Comitán lindo y qué rico. Me encanta que exista un barrio que se llama Nicalococ. ¡Ah, qué bonita suena la palabra! ¡Nicalococ! Esa terminación es muy eufónica: ¡Coc!
Disfruto cuando escucho en la radio el anuncio de la veterinaria del “Cuch grande, afuera”.
Con todo respeto digo que a mi corazón suena más alegre cuando alguien menciona que estuvo en el templo de San Caralampio que cuando otro dice que estuvo en el templo de la Virgen de Guadalupe. Y lo digo porque en pocas ciudades de México hay templos dedicados a nuestro santo consentido.

Posdata: Tuve el privilegio de ser espectador de la puesta en escena de Electra, en la que participó doña Ofelia Guilmain; tuve el privilegio de asistir, en el Cine Comitán, a la premier de la película “El jardín de Tía Isabel”. Jorge Saborío anunció, desde temprano, que en la pantalla estaría “El actor comiteco Javier Esponda”. El cine se llenó. Recuerdo con emoción el instante en que Javiercito, bonito, apareció con su tambor y, a la hora que la horda de tipos, de manera violenta, aventó a la Guilmain para tener relaciones sexuales, Javiercito, con su vocecita de niño tamborilero, dijo: “Si es de todos ¡que me toque mi parte!”. Por el amor de Dios, la escena era tierna por ilógica. La Guilmain era una mujer lobo y Javier era un muchacho ratita.
Tuve el privilegio de nacer en este pueblo, así como vos. Por esto, me encanta cuando alguien dice que bebió una macharnuda y luego fue, con su novia, a echar cotzito lindo y jacarandoso.