lunes, 10 de abril de 2017

LOS SITIOS MÁS AMADOS





Yazmín me dijo que la casa de Armín es generosa. Llamó mi atención el adjetivo. Cuando lo dijo, estábamos en la casa de ella, una casa comiteca construida en los años cincuenta del siglo pasado, con cuatro corredores abrazando su patio central, patio lleno de luz, de aire; patio que permite ver el cielo azulísimo del pueblo.
Llamó mi atención el adjetivo: generosa. Porque, así como conozco la casa de Yazmín, también conozco la casa de Armín, y la casa de Armín, digamos que no es como la de Yazmín, porque ni siquiera tiene patio central. La casa de Armín yo la definiría como modesta, porque cuando Armín me recibió en su casa, yo entré de inmediato a la sala y desde ahí vi el comedor, la cocina y un pasillo que conducía a los cuartos (imaginé). La sala, gracias al ventanal que da a la calle, tenía un poco de luz, pero el comedor estaba instalado más bien en la penumbra. Advertí que la cocina también estaba más o menos iluminada, gracias a otro ventanal que da a lo que imaginé era el sitio.
¡Claro!, dijo Yazmín, casi parándose del asiento. La generosidad de la casa de Armín está en el sitio (lo que en otros lugares llaman traspatio). Me dijo que su casa (herencia del papá) nunca tuvo sitio, o cuando menos, ella no recuerda haber jugado (como muchos niños de los años sesenta) en el traspatio. La casa que ella recuerda es la misma que habita. Y concluimos que era raro, porque, por lo regular, las casas de abolengo (esas maravillosas casas de rico, con cuatro corredores) tenían un sitio “generoso”, con plantas, flores y muchos árboles.
Pero no sólo las casas de abolengo poseían un sitio, ¡no!, las casas más modestas, las de las orilladas de Comitán, se caracterizaban por tener enormes sitios, donde la luz se columpiaba con emoción todas las mañanas. Los sitios de las casas comitecas restaban las diferencias sociales, ahí, los pobres eran más ricos que los ricos, porque sus sitios eran, como bien dice Yazmín, ¡más generosos! Los sitios comitecos eran tan generosos como la casa de Armín. Porque la casa de Armín, según cuenta Yazmín, tiene un sitio hermoso, un sitio que no tiene la casa de ella, que es casa de ricos.
Cuando Yazmín me explicó por qué decía que la casa de Armín era una casa generosa, entendí que lo mismo sucede con muchas personas: su generosidad no radica en el patio central de su cuerpo sino en aquello que está más adentro; es decir, ¡el espíritu!
Ramón (quien desde los años setenta fue a radicar a la Ciudad de México, primero por estudios universitarios, luego por cuestiones laborales y posteriormente por situaciones familiares, ya que allá conoció a su actual esposa, con quien procreó siete hijos, ¡siete! ¡Mero comiteco arrecho!), cuando le pregunté si era feliz allá, me dijo que vivía feliz en la Ciudad de México. “Sólo extraño una cosa”, me dijo. Yo me adelanté y le dije que era la comida. “No -dijo él-. Extraño el sitio de mi casa”, y me explicó que allá vive en un departamento, bonito, pero pequeño, reducido, casi asfixiante.
En Comitán, a pesar de las modificaciones urbanas, aún hay casas con sitios de manos abiertas. Sitios donde los papás cuelgan columpios de las ramas y los niños suben a los árboles a cortar jocotes, limas de pechito; donde las mamás (con un garabato) bajan los limones para el agua a la hora de la comida o para la cerveza Tecate del marido. Sitios donde las niñas juegan a la comidita, mientras buscan recetas en su celular. Aún, a pesar de los pesares, existen casas generosas como la casa de Armín.