sábado, 20 de mayo de 2017

CARTA A MARIANA, CON LA HISTORIA DEL COMAL Y DE LA OLLA



Con un abrazo respetuoso para la familia Pérez Velasco,
por la ausencia física de doña Carmelita.


Querida Mariana: A menudo escucho la expresión: “¡El comal le dijo a la olla!”. Las personas la utilizan en sentido irónico. Chona le dice a Chano: “¡Ya estás muy panzudo!”, y en respuesta, Chano le dice a Chona: “El comal le dijo a la olla”; es decir, Chona no tiene mucha fuerza moral para criticar el vientre generoso de Chano porque ella también está timbuda.
Cuando en la preparatoria, el maestro Omar nos dejó de tarea leer “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo, Armando usó también la expresión, pero le dio una vuelta: “Comala le dijo al hoyo”. Ahí andaba repitiendo la frase por todos los pasillos de la prepa (que ocupaba el edificio donde ahora está la casa de la cultura). Cuando le pregunté qué significaba eso, me dijo que era el modo que halló para aprenderse el nombre del pueblo al que llega Pedro Páramo, aseguraba que el maestro, en el examen, iba a preguntar: “¿Cuál es el nombre del pueblo donde vivió Pedro Páramo?” ¡Comala!, diría Armando y tendría asegurado el diez.
Matilde preguntó a quién se le ocurrió nombrar así a un pueblo: Comala, como si fuera la mujer del comal. ¿Existía Comala? ¡Claro que sí!, dijo el maestro Omar, todo lo que aparece en la buena literatura tiene existencia. Desde el momento en que el escritor Rulfo nombró Comala al pueblo de Pedro Páramo, ese nombre fue como una semilla que generó un gran árbol. El maestro dijo que, además, Comala también era el nombre de un pueblo de Colima. Ah, dijo Matilde, entonces sí existe. ¡Te estoy diciendo que sí!, reafirmó el maestro, ya un tanto molesto. ¿Y por qué le pusieron ese nombre?, preguntó Matilde y agregó: ¿Será porque es muy caliente como un comal? El maestro levantó el brazo, como respondiendo al llamado de alguien y dijo: “Bueno, muchachos, me voy, me están llamando de la dirección”. Y se fue. Matilde dijo: No quiso decirnos.
¿De dónde viene eso del comal le dijo a la olla? De la canción de Cri-cri. De niño escuché, en el jardín de niños, la letra de la canción, pero nunca puse mucha atención. Vos, ¿la recordás bien? Yo no sé bien a bien qué dice. Quiero pensar que las personas que usan la expresión sí la aplican con conocimiento de causa. Sé el principio y me gusta porque suena bien: “El comal le dijo a la olla: Oye olla, oye, oye.” Me gusta cómo suena esa combinación de dos palabras tan sencillas: Oye olla, oye, oye.
El maestro, luego del examen, nos enseñó a apreciar la riqueza de la combinación de palabras que Rulfo hizo en la novela “Pedro Páramo”. El párrafo inicial de la novela cuenta cómo la madre, moribunda, le dice a su hijo que vaya al pueblo llamado Comala a buscar a su padre. En una línea, el hijo dice: “…no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decirlo se lo seguí diciendo aún después que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.” ¿Mirás qué prodigio? “De tanto decirlo se lo seguí diciendo”.
Cuando estudié literatura en la universidad, el maestro Pepe (maestro y escritor de excelencia) nos enseñó que el corrido mexicano usa el verso octosílabo, por ejemplo, el inicio del famoso corrido “El quelite”, dice: “Qué bonito es el quelite”. Silabeado da nueve sílabas, pero cantado, así de corridito, da las ocho, el octosílabo del corrido. Lo mismo sucede con el verso de la canción de Cri cri: “Oye, olla, oye oye”. Bien decía Carlos Fuentes: Somos de la tradición. Tan es así, que el corrido mexicano viene de la tradición de los romances españoles. Los conquistadores españoles sacaban la guitarra y cantaban los romances. El “Romance del prisionero” comienza así: “Que por mayo era, por mayo”. ¡Ahí está el octosílabo! ¡Ah, qué prodigio!
Recordé el octosílabo nemotécnico de Armando: “Comala le dijo al hoyo” porque el otro día me enteré que en este año México y el mundo entero conmemoran el centenario de Juan Rulfo, quien nació el 16 de mayo de 1917, en Sayula.
A propósito, Armando estuvo a punto de no obtener el diez en el examen de literatura. Como él había pronosticado, una de las diez preguntas fue: “¿Cómo se llamó el pueblo donde vivió Pedro Páramo?”. Armando sin dudarlo escribió: Comala, pero se fue de largo y agregó “le dijo al hoyo”. Tanto tiempo estuvo dándole a la oración que olvidó recortarla. Cuando el maestro revisó el examen colocó una soberana equis, con tinta roja, en la respuesta. Y no sólo eso, sino que a la siguiente clase llamó a Armando al frente del grupo y lo exhibió: “¿Cómo lo ven? Armando dice que Pedro Páramo nació en Comala le dijo al hoyo”. Cuando los alumnos terminaron de reírse, el maestro agregó: “¿Y qué le dijo el hoyo a Comala? ¿Le dijo ¡Oh!, Comala, oye oye?” El maestro, por supuesto, jugó con el verso de la canción de Cri cri, como, inicialmente, Armando lo había hecho. Pero el maestro sí podía jugar con eso, pero el alumno no estaba autorizado. Vos sabés que así es el poder. Las carcajadas de los alumnos eran como graznidos de patos. Armando no sabía qué decir. Nada dijo. Marisol se puso de pie y entró en defensa de Armando. Ella dijo, más o menos lo siguiente: “Maestro, ¿no cree usted que Armando usó el verso de Cri cri para significar dos cosas: primero, que el femenino de Comal puede ser Comala y que este pueblo, por la desolación que presenta es como un comal donde todo se tatema, por el calor y por la soledad; y segundo, el hoyo puede ser como una representación de la tumba, de la muerte?”. El salón quedó expectante. Todos los alumnos se habían calmado conforme Marisol había dicho lo que dijo. Al final, todos voltearon a ver al maestro, atentos para escuchar lo que el maestro iba a decir. El maestro vio hacia la puerta, levantó el brazo como respondiendo al llamado de alguien y dijo: “Ahora vengo, muchachos, me llaman de la dirección”, y salió. Armando se sentó y, ya olvidado del momento incómodo, comenzó a cantar: “Comala le dijo a la olla: oye, hoyo, oye, oye”. Y digo que estuvo a punto de perder la máxima calificación, porque cuando fue la entrega de calificaciones Armando encontró que su calificación era de diez. El maestro había rectificado. Halló el sentido del juego de Armando. Matilde se acercó a Marisol y le dio las gracias por responder su pregunta de si el pueblo de Comala era tan caliente como un comal.
Un poco más adelante, en la novela de Rulfo hallamos las siguientes líneas: “El camino subía y bajaba: «Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja».” ¿A poco no es prodigioso lo que hacía este escritor? Es una bobera lo que dice, pero lo dice de tal manera que nos embelesa, nos hace pensar que, como Armando, como el maestro Pepe, como el maestro Omar, juega con las palabras y el sentido inicial de la literatura es, precisamente, jugar con la palabra, con eso que, como decía Carlos Fuentes (¡otra vez, ay, por Dios!), es la moneda corriente que usamos todos los días.
México celebra los cien años de Rulfo porque fue un escritor prodigioso. Los críticos señalan que su obra es una de las máximas creaciones de todos los tiempos. Y como vos sabés, querida niña, Rulfo no publicó más que dos libros: la novela “Pedro Páramo” y un libro de cuentos que se llama “El llano en llamas”. El otro día, con el grupo de alumnos universitarios del segundo semestre a quienes les doy clase, leímos el cuento: “No oyes ladrar a los perros” y ellos coincidieron en decir que les gustó. Rafael decía que Rulfo se equivocó en el título, que debió ser una pregunta, porque el papá que carga sobre sus hombros al hijo es lo que hace de manera reiterada: preguntarle al hijo si no oye ladrar a los perros. ¿Por qué -decía Rafael- el título del cuento no tiene los signos de interrogación y suena como si, en lugar de preguntar si oye ladrar a los perros, asegurara que no oye ladrar a los perros? ¡Pucha! El Rafael, ¡qué osado!, se atrevía a criticar al máximo escritor de México.
Marisol se acercó mucho a la verdad del texto. Tal vez por eso el maestro Omar reculó en la calificación de Armando y, al final, le puso diez. En la novela leemos que: “Después de trastumbar los cerros”, el hijo de Pedro Páramo y un arriero que se encontró en el camino (y que también resulta ser hijo de Pedro Páramo) dejaron “el aire caliente allá arriba” y se iban “hundiendo en el puro calor sin aire”. Sí, Comala era como un comal donde todo se tatemaba. Así, pues, el recurso memorístico de Armando no era tan malo. El verso de Cri cri le había servido para recordar el nombre del pueblo y no halló mejor colgadero que el verso donde aparece el comal que hablaba con la olla. En Comala “el aire era escaso” y, además ¡hablan los muertos! Hablan los comales y las ollas ¡ni modos que no hablen los cadáveres!

Posdata: La mente es simpática, traviesa, como la mejor literatura. Escuché que el mundo conmemoraba el centenario de Juan Rulfo y esa noticia me trajo el recuerdo de Armando. Recordé que él iba al café Intermezzo, que estaba en la planta alta de un edificio desde donde se veía el parque central de Comitán. Armando ponía una libreta sobre la mesa, al lado del refresco que le habían servido y escribía lo que él llamaba “pensamientos”. A veces, alguna compañera quería ver sus textos, pero él nunca mostró sus trabajos. Entiendo que Armando se fue a vivir a Tecate, Baja California, junto con su mamá. Nunca volvimos a saber de él. Tal vez sigue viviendo allá, tal vez no. A veces, cuando tengo tiempo, escribo su nombre en el buscador de Internet: Armando Gómez, pero como no recuerdo el apellido materno, la búsqueda se vuelve algo casi imposible, porque el buscador me arroja miles y miles de personas con ese nombre. En lo de Comala, Armando no se equivocó, donde sí lo hizo fue en llamarse como miles y miles de personas y tener un apellido de lo más común en este país.