lunes, 22 de mayo de 2017

CARTA A MARIANA, CON SABOR A SOL




Querida Mariana: Fue hace muchos años. No sé cuántos. Tal vez fue cumpleaños de alguien de la casa. La sirvienta nos llevó al baño a lavarnos las manos y luego a la mesa del comedor, cuando mi amigo Fernando vio la gelatina que había hecho mi mamá, dijo: “Tu mamá hace soles”. Fernando no cabía en su asombro. Deduzco que la gelatina de aquel año era muy semejante a la que está en la fotografía que anexo. Esta gelatina acaba de prepararla mi mamá para obsequiarla a uno de sus afectos que cumple años.
Siempre que recuerdo lo que Fernando dijo recuerdo, también, la bandera de Japón, los casi creadores del minimalismo. Su bandera es la sencillez total: sobre un fondo blanco, un sol enormísimo en el centro.
Si Fernando viera esta gelatina dijera que mi mamá, el día de hoy, irá a repartir soles. Aquella vez sonreí y luego, cuando mi mamá nos sirvió pedazos de gelatina en platos pequeños, le pregunté a Fernando cómo estaba. Él, con los ojos cerrados, dijo que estaba rica. Lo vi, emocionado (él y yo), con la boca llena, sin abrir la boca. Dejó que el pedazo de gelatina se fuera diluyendo en su boca. Porque la gelatina posee el prodigio de deshacerse en la boca. No hay necesidad de masticar. Es como el helado. Son sustancias maravillosas que, como la luz adentro de una cueva, se funde en la cavidad oscura de la boca.
Cuando fui niño, mi mamá siempre preparaba los festejos de mi cumpleaños. Ella invitaba a mis primos, tíos y a mis amigos, quienes, puntuales, llegaban a mi casa. Mi papá instruía a los muchachos que trabajaban en la casa, en la distribuidora de cervezas y refrescos embotellados, para que colocaran un lazo grueso de una columna a otra para colgar la piñata. Yo veía todo ese barullo. No me interesaba mucho. El instante esperado era el momento en que pasábamos a la mesa, me cantaban las mañanitas y yo soplaba las velitas y mi mamá repartía el pastel y la gelatina que hacía con sus manos. Ni siquiera me interesaba abrir los regalos que me llevaban, porque sabía que eran regalos que no coincidían con mis gustos. ¿Para qué quería la camisa que me llevaba el primo Gustavo? ¿Para qué el juego de lotería que me llevaba la tía Eugenia? Era una pena que nadie de los invitados hubiese preguntado qué deseaba. Se hubieran sorprendido al ver que mis deseos eran casi elementales, sencillos. Hubiese pedido revistas de monitos (los cómics actuales) y juegos de plumones de colores. Me encantaba leer y dibujar. ¡Era feliz! Mis amiguitos me llevaban carritos o pelotas. Los jugaba, claro, pero los jugaba durante tiempos cortos. La mayor cantidad de mi tiempo libre lo dedicaba a hacer dibujos y a colorearlos, así como a leer revistas. De ahí copiaba los dibujos que luego trataba de hacer de memoria, sin ver el original. Estoy seguro que la felicidad no era más que esto: la gelatina y el pastel que hacía mi mamá, más los lápices de colores y las revistas de monitos. Los monitos, estaba seguro, los dibujaban hombres que habían sido niños dibujantes y lectores de monitos. Mi mamá fue una niña que aprendió recetas de su mamá y de su abuela. Sin duda, había sido una gran aficionada a comer pastel y gelatina, allá en su Huixtla natal, cuando acudía a los cumpleaños de sus amigas y de sus primos.
La declaración de Fernando fue hace muchos años, más de cincuenta, muchos más y aún sigo viendo su carita emocionada. Cuando lo dijo lo vi como un astrónomo descubriendo algo novedoso en el manto del universo. “Tu mamá hace soles”, había dicho. Y luego lo vi, feliz, comiendo un pedazo de ese sol, abrasando su espíritu. Sí, mi mamá lleva años haciendo soles para repartirlos en las mesas de sus afectos y, por supuesto, en el lugar de su hijo. Ella modela soles con sus manitas de más de ochenta y siete años, los modela con la misma ilusión con que, de niña, hacía tortillas con las hojas del plátano, a la hora que jugaba a la comidita con sus amigas.
Posdata: Mi mamá hace soles y reparte la luz con la generosidad de la flor que abre sus pétalos frente a la ventana. Hace soles rellenos con durazno en almíbar y con centro de cereza, tal vez para recordar que el centro de la bandera de Japón es un sol enormísimo que alumbra por siempre el corazón del cerezo.