sábado, 13 de mayo de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE APARECEN LOS CLÁSICOS COMITECOS




Querida Mariana: Vos sí conocés la obra de Armando Alfonzo. Me encanta cuando te botás de la risa leyendo el libro “Sólo para comitecos”, pero (habrá que decirlo) muchos jóvenes comitecos ya no tienen idea de quién es él, de quién fue Armando Alfonzo.
Los que saben dicen que “Sólo para comitecos” se publicó en 1969; es decir, en la década del setenta medio mundo de Comitán habló del libro, porque la primera y segunda ediciones se agotaron. Parece que ha sido el éxito editorial más grande del pueblo. Ni Óscar Bonifaz ni Lolita Albores ni doña Leticia Román de Becerril ni Amín Guillén han logrado vender mil libros en tan poco tiempo. Pero ahora, sólo los nostálgicos compran los libros de don Armando.
En un pueblo con tan escasos lectores fue un prodigio que el libro “Sólo para comitecos” tuviera mil compradores de inmediato. Dichoso el escritor japonés Haruki Murakami que, de su novela “Tokio blues”, vendió dos millones de ejemplares, en el periodo de lanzamiento. Acá en México las ventas son más “pishcules” y en Comitán más.
¿Es injusto que ahora pocos jóvenes conozcan a Armando Alfonzo? ¡No! Es la dinámica social natural. Quienes tenían cincuenta o sesenta años de edad en la década del setenta hablaban maravillas del doctor Rubén Alfonzo (pariente de Armando), contaban que el doctor Alfonzo fue uno de los más brillantes oradores de Comitán. ¿Qué joven reconoce hoy a ese personaje?
Mi generación conoció la obra de Armando Alfonzo y oyó hablar del doctor Alfonzo, pero nunca escuchó hablar de los personajes de inicios de siglo. ¿Quiénes eran los grandes contadores de anécdotas del Comitán de 1910? ¿A poco no hubo excelsos personajes? ¡Por supuesto que sí! Pero el paso del tiempo llenó de polvo sus caritas y sus virtudes.
La historia es una vieja cruel. Como decía el viejo líder Fidel Velázquez “El que se mueve no sale en la foto”. La foto histórica sólo registra a quienes asoman su cara frente a la lente del fotógrafo.
El Comitán actual sólo reconoce a los grandes personajes que ya se lograron colar en la Historia (con hache mayúscula). Los jóvenes sí tienen el registro de Belisario Domínguez, así como de ese personaje mítico llamado Josefina García. Por supuesto que un buen número de jóvenes comitecos sabe quién fue Rosario Castellanos, pero ya muchos ignoran quién fue, por ejemplo, Mario “Mocoso”, un maravilloso personaje que dio brillo al paisaje cotidiano de los años setenta.
La memoria colectiva es el árbol donde los frutos del pasado se mantienen. La historia se vuelve tutim cuando una sociedad deja de alimentar sus anécdotas. La identidad se pierde poco a poco.
Armando Alfonzo ha tenido reconocimientos importantes. Cuando él falleció, sus más cercanos amigos, admiradores de su obra, crearon un grupo que se llamó: Amigos de Armando Alfonzo Alfonzo. Ellos estimularon su recuerdo a través de una placa que fue colocada en la casa que el personaje habitó. Asimismo impulsaron la propuesta de que una calle llevara su nombre. Cuando las autoridades municipales (convencidas de la bondad de la idea y de la justicia del acto) aceptaron tal propuesta, los amigos de Armando Alfonzo mandaron a hacer las placas que indicaban que la séptima avenida poniente se llamaba Armando Alfonzo. Luego, en la administración del 2012 – 2015 se hizo un tachilgüil cuando esta avenida tuvo una remodelación muy adecuada y el nombre se extravió. Eso levantó polvo. Era la oportunidad de sacudir el polvo al nombre de don Armando, pero todo volvió a su origen, con excepción de que las placas que quitaron las autoridades no las volvieron a colocar. En realidad, todo mundo de Comitán habla de la séptima y contadísimos hablan de la avenida Armando Alfonzo, así como medio mundo habla de la quinta avenida y poquísimos la nombran como Avenida Dolores Albores Albores.
Acá sucede un fenómeno singular: Hay más personas que conocen quién fue doña Lolita Albores que personas que conocen quién fue doña Dolores Albores. Vos y yo hemos coincidido que, en ocasiones, hay sobrenombres o tratos afectuosos que se encaraman a los nombres. Si algún día se le hiciera un homenaje al famoso “Chicharito”, jugador de fútbol soccer, mucha gente no reconocería al personaje si la calle llevara su nombre verdadero: Javier Hernández Balcázar. Esa calle debería llamarse “Chicharito”, así como la quinta avenida de este pueblo debió llamarse Lolita Albores, pero bueno, para evitar más tachilgüiles, mejor que quede como está.
La obra de Armando Alfonzo se va perdiendo. Aparte de algunos amigos y admiradores de su obra, y de su hija Lety que, con suprema lealtad, difunde todos los días en las redes sociales las virtudes de su padre, los comitecos de generaciones recientes pasan de noche. Su hijo Armando Javier, en 2006, publicó una trilogía con obras de su papá: el clásico “Solo para comitecos”, “Comitecadas en verso”, y “El rincón más suave de mi patria”. El libro ya no tuvo la misma demanda que tuvieron los originales.
Si en los años ochenta se hubiese hecho un sondeo entre jóvenes comitecos, un porcentaje decente hubiera respondido Sí a la pregunta: ¿Conocés el libro “Sólo para comitecos”? Sólo para sustentar este comentario hice un mínimo sondeo entre cuarenta comitecos universitarios, cuyas edades oscilan entre diecinueve y veintidós años. ¿Cuántos creés que dijeron conocer el libro de don Armando? ¡Atinaste! Ni uno. Y estoy hablando de universitarios; es decir, de gente con preparación superior.
Una vez, a finales de los años ochenta alguien sugirió que el libro de Armando Alfonzo debía difundirse en las aulas de bachillerato, para reafirmar la identidad cultural. Algunos consideraron que la propuesta era un exceso. ¿Lo era? Tal vez no. En el libro de don Armando está parte de los aspectos culturales que hablan de la picardía de este pueblo. Todos los aspectos formativos de este pueblo deberían afianzarse. No deberíamos permitir que se perdiera uno solo de los hilos, porque la ausencia de un hilo provoca huecos en los bordados, en los tejidos, en el chal comiteco. Deberíamos fomentar el conocimiento de la cocina comiteca, de los juegos infantiles, de las caballadas comitecas, de las anécdotas, de los chistes; deberíamos hablar de nuestros personajes, de nuestras calles, de nuestras casas. Deberíamos, digo yo, leer más a nuestros autores comitecos; escuchar más las canciones de autores de la región. En fin, deberíamos valorar lo nuestro, sin, ¡por supuesto!, desechar los valores de otras culturas.
¿Cómo hacer que la obra de Armando Alfonzo Alfonzo no se pierda? La única solución es que la gente de mi generación pase la estafeta a la siguiente generación y la cadena se perpetúe hasta el infinito. Siempre fue así. Los mayores trasmitían los saberes antiguos a las nuevas generaciones. Digo que siempre fue así, porque ahora, no sé por qué fenómeno extraño y complejo, la transmisión de los saberes ha decrecido, en cantidad y, sobre todo, en calidad.
Ya no hay la costumbre de la sobremesa ni de las veladas que anteriormente se efectuaban. Aquellos momentos de convivencia permitían que las abuelas transmitieran los secretos de las recetas, y los abuelos contaran las anécdotas llenas de humor y picardía. Armando Alfonzo pepenó muchas de las anécdotas que nos legó en esos instantes de convivencia. Los modismos comitecos volaban de un lado a otro de la estancia, como luciérnagas en los campos.
Los jóvenes ignoran sus raíces. Porque ya no hay momentos en que convivan con los abuelos y los padres. Cuando esta oportunidad se da he sido testigo de la alegría que asoma en los rostros jóvenes al paladear nuestros modismos. ¿Qué pueden decir si alguien, mayor, les cuenta una bomba comiteca, de esas que Armando Alfonzo aderezaba en las tertulias? Acá copio un ejemplo de una bomba: “Un frasco de comiteco /se bebió tococh tococh. / Dio tres pasos el pendejo / y después, mirá, ¡pongoch!”. ¿Es delicioso verdad? Dice Armando Alfonzo que son bombas con onomatopeyas. ¡Claro! Acá brincan las siguientes: tococh y pongoch. La primera es la onomatopeya comiteca con la que señalamos cómo bebemos un líquido de trago en trago: tococh tococh, sin parar; la segunda alude al ruido que hace un individuo a la hora que cae: ¡pongoch! Esta onomatopeya es genial. Siempre que la escucho imagino que quien está cayendo es alguien gordo, que cae sobre su tutís sin meter las manos. Alguien se va hacia atrás y cae sobre su culote. ¡Pongoch hizo don Ramón!

Posdata: Lo ideal es que todo el conocimiento superior se preserve. Que los jóvenes sepan quién fue Armando Alfonzo y qué hizo por este pueblo al que tanto amó. Lo ideal es que nuestros jóvenes se reconozcan en la tradición, que valoren lo que nuestros antepasados hicieron para el fortalecimiento de Comitán. Este pueblo maravilloso tiene más gente de bien que cabritos y cabrones. Hay algunos que ignoran las raíces y desconocen la riqueza de quienes han preservado la herencia cultural. Estos últimos son muy pocos, pero como, a veces, son los que detentan el poder talan los árboles donde se arracima el bosque de nuestra identidad. Por eso, para contrarrestar esos excesos es preciso que la mayoría de bien abone a favor de la cultura y de lo que le es consustancial al pueblo.