lunes, 8 de mayo de 2017

MODOS DISTINTOS




Cuando Romeo vio la invitación dijo que Lester era un mamón. No sé qué pensarían los invitados de Lester al recibir las invitaciones impresas. Era 1980, Romeo y yo vivíamos en la ciudad de México. Rosario nos había presentado a su amigo que había llegado de Londres para perfeccionar el español en una universidad privada.
Una mañana fuimos al departamento de Rosario, fuimos porque ella le había pedido a Romeo que la ayudara en un dibujo que presentaría en la universidad. Desde niño, Romeo se distinguió por ser un excelso dibujante (aún ahora dibuja con maestría). Esa mañana, a la hora que Romeo se sentó ante el restirador, vio una participación con un grabado hermoso, preguntó, y Rosario le dijo que era una invitación que Lester le había enviado. Rosario le dio la participación para que él la viera bien. Romeo vio el grabado con emoción y luego vio el mensaje. Con un mensaje escueto y preciso, Lester la invitaba a la inauguración de su departamento, daba la fecha y el horario de la recepción: de 8 a 11 de la noche. Rosario aclaró que los invitados eran pocos. Fue cuando Romeo soltó el plumín que tenía en la mano y somató la regla que tenía en la otra; fue cuando dijo: “Es un mamón”. Yo, que estaba sentado en un sofá de la sala, dejé de leer y pregunté por qué. “¿Por qué qué?”, dijo Ramón. ¿Por qué es un mamón? “Pues porque a las once corre a todos”. Ah, dije, yo pensé que te había molestado no ser de los elegidos. Romeo dijo que daba gracias a Dios ser de los no elegidos, de los no privilegiados, porque se le hacía una mamonería que alguien limitara la duración de una celebración entre amigos. Rosario dijo que Lester era inglés y que tenía la costumbre de hacer sus “partys”, como si fuesen luchas a la inversa: “Sin caídas y con límite de tiempo”.
Cuando salimos del departamento de Rosario y caminamos con rumbo a la estación del metro (que estaba lleno como si fuera hora pico, porque había un concierto en la plancha del zócalo) Romeo volvió a decir que se le hacía una mamonería la actitud del inglés. Yo nada dije, porque conozco el carácter intransigente de mi amigo. Entonces él, caminando como si fuese un dandy inglés, dijo que ya quería ver al tal Lester en un guateque en Comitán.
Romeo, como si yo no supiera la costumbre comiteca, dijo que en el pueblo las fiestas comenzaban a medio día y terminaban hasta que el cuerpo aguantaba. Dijo que siempre algunos invitados cooperaban para que alguien fuera por más botellas y para que la marimba siguiera tocando. Y, para rematar, me preguntó si recordaba la costumbre de decir que “Se perdió la llave”, donde el dueño de la fiesta echaba llave a la puerta para que nadie saliera.
Sí, imaginé a Lester despidiéndose de todos, tratando de abrir la puerta de calle. Lo imaginé preguntando (con el acento elegante de los ingleses) si alguien podía hacer “favorrr” de abrir la puerta. E imaginé a la tía Esperanza, con sudor en la frente y en el cuello, ya con el vestido manchado, con botella en una mano y con una copa tequilera en la otra, decir que la llave estaba perdida y que, hasta en tanto no se encontrara, nadie podía abandonar la casa. “Pero no se apure, míster, échese un purito y póngase a bailar. Al rato vamos a servir un caldito de mollejas bien caliente y picoso”. Y el “míster”, con lógica inglesa, preguntaría si no “fuerrra posible buscarrrr a un cerrajerrro”, y la tía Esperanza, con risa de guajolote en verano, diría: “Ay, míster, cómo cree que a esta hora va a estar abierta una cerrajería”, y lo jalaría a mitad del patio y, dando la botella y la copa al marido, abrazaría a Lester y lo movería como si fuera una marioneta, al grito de: “¡Hagan una rueda, giren esa rueda…”
Nada dije, porque Romeo “No entiende razones en juicio o en la borrachera”, sólo pensé que Lester hacía bien en delimitar el horario, así comprobaba el dicho de Octavio Paz, en el “Laberinto de la Soledad”, al explicar que los mexicanos se vuelcan en un festejo en una catarsis interminable, mientras que los ingleses son moderados.
Cuando logramos subir al vagón, en medio de empellones y codazos, pensé que, tal vez, en Inglaterra el modo de abordar los vagones del London Underground es diferente al modo brutal de México.
¿Qué diría ahora un comiteco que recibiera una invitación que dijera: “Te espero a mi fiesta, que se celebrará de 2 a 6 de la tarde”? ¡Ay, mi prenda! Sólo tío Tavo tuvo carácter inglés. A las cinco de la tarde cerraba su cantina y corría a los que ahí estaban. Cerraba porque iba a comer a su casa. Tío Tavo (el creador de las macharnudas) fue un verdadero gentleman.