martes, 9 de mayo de 2017

NUNCA SUPIMOS




Nos sentamos en una banca del parque. Supimos que eran las cinco y media de la tarde, porque comenzaron a sonar las campanas dando el primer repique para misa de seis. Mariana abrió el libro en la página donde habíamos quedado y a punto de comenzar a leer pasó delante de nosotros un muchacho con un ramo de rosas. Se sentó en la banca de al lado y sacó su celular. “No oyó las campanadas. Revisa la hora”, dijo Mariana. Yo estuve a punto de decirle que apostáramos: ¿A qué hora llegaba la muchacha a la cita?, pero no lo hice, porque Mariana dijo: “Me apenará que ella no venga”. Estuve a punto de decirle que apostáramos, pero no lo hice, porque ella, de nuevo, se adelantó y dijo: “¿Recordás el cuento del muchacho que se suicidó porque su chica nunca llegó a la cita?”. No. Dije que no lo recordaba. Mariana dijo que el muchacho se había aventado a las vías del metro, en la ciudad de México, en la estación “Chabacano”; dijo que cuando leímos el cuento habíamos comentado que Chabacano no era una buena estación para morir. Mariana dijo que hubiese estado mejor suicidarse en la estación “Revolución” y yo dije que me parecía una buena idea tirarse a las vías de la estación “Terminal aérea”, para significar el fin del vuelo de la vida. Mariana había sonreído y concluyó: “Bueno, cuando menos, su muerte tuvo sabor a durazno”. Luego comentamos que ninguno había dicho algo acerca del suicidio. ¿Había sido un exceso esa toma de decisión? Esa tarde que leímos aquel cuento (no lo recordaba) habíamos comentado el nombre de la estación del metro, como si lo que realmente importara fuese elegir bien el lugar para morir. Como si no fuese lo mismo morir arrojándose al río Sena que arrojándose al río Grijalva.
Mariana cerró el libro y se puso a mirar el parque, a ver los framboyanes estallando en rojos; a ver los niños que jugaban a saltar desde una grada; a ver los pájaros que ya comenzaban a arracimarse sobre los árboles; a ver cómo la tarde declinaba. En realidad lo que hacía era ver, de reojo, los movimientos del muchacho del ramo de rosas. Tenía el celular en su mano y lo consultaba a cada rato. Yo dije que revisaba las redes sociales; Mariana dijo que no, que él miraba la hora, miraba cómo se consumían los minutos y su chica no llegaba.
¿Y si no espera a una chica? Me atreví a decir, justo en el instante en que otro muchacho pasó frente a nosotros y se acercó al chico del ramo. El chico se paró y los dos se abrazaron. Aquél le dio el ramo y quien lo recibió le dio un beso en la mejilla.
“¡Ganaste!”, me dijo Mariana y agregó que él no esperaba a una chica sino a un chico y eso ella no se lo esperaba. Pero la historia no era esa tampoco, porque el recién llegado se despidió y se fue con el ramo. El otro chico guardó su celular y se quedó un rato sentado mirando lo mismo que veíamos nosotros. Luego se paró y caminó en dirección contraria de donde había caminado el otro chico.
Mariana dijo que eran muchas las posibilidades de la historia. Sí, dije yo, como siempre sucede en la vida.
Mariana dijo que podía ser que el primer chico sólo fuese un mensajero de una florería. No, le dije, si así fuera el otro chico no le habría dado un beso en la mejilla. ¿Entonces? ¿Eran pareja? No, le dije. Si así hubiese sido se habría quedado más tiempo con el otro. El muchacho había llegado, había abrazado al otro, había recibido el ramo y le había dado un beso en la mejilla. Hasta ese momento caímos en la cuenta que nada se habían dicho, como si ya todo estuviese dicho.
¿Para quién era el ramo? Esta pregunta también guardaba múltiples posibilidades. Mariana dijo que era para la mamá que estaba en el hospital. Era un ramo de rosas. Como faltaban tres días para el festejo del día de la madre, Mariana dijo que cabía la posibilidad de que fuera un obsequio adelantado.
Cabían mil posibilidades. Ahora mismo el lector de esta Arenilla piensa en una más. El comportamiento de ambos chicos había sido inusual. La tarde era como cualquier tarde. Habían pasado quince minutos apenas (porque ahora tocaba el segundo repique para misa) y frente a nosotros había pasado la vida con su misterio. Mariana dijo: “Ahora no leímos”. No, dije, ahora nos ganó la vida. Nos paramos y fuimos a sentarnos a la entrada del templo, convencidos de que ahí hallaríamos más misterios.
No podíamos creerlo. El segundo chico estaba hincado frente a la imagen de la virgen de Guadalupe, ahí había dejado el ramo. ¿Qué estaba pidiendo el chico?
Supimos que ahí también había mil posibilidades de respuesta.