jueves, 31 de agosto de 2017

CARTA A MARIANA, ¿CON MÚSICA CELESTIAL?




Querida Mariana: Pau preguntó: “¿Son partituras?”. Señaló los alambres y “las corcheas, fusas y semifusas” que habían dejado los pájaros. Vos y yo hemos hablado antes de ello, pero nunca habíamos pensado que fueran partituras. ¡Son cagadas de pájaros! Cuando los pajaritos se paran sobre los alambres ¡cagan! De ahí brotan esos macollos que son como sueños de orquídeas equilibristas.
Mi prima le explicó a Pau qué eran esos puntos. Yo pensé que crecer es triste. Conforme mi prima explicaba yo veía cómo se desinflaban nuestros globos: el de Pau y el mío, porque a mí me había encantado saber que eso que estaba ahí era una partitura. Y pensé si no era posible que algún músico tratara de interpretar lo que ahí había. ¿No es posible que un pianista toque lo que ahí se muestra? ¡Sólo como juego, por supuesto!
Recordé que de niño, mi papá quiso que yo aprendiera a tocar piano. Si en ese tiempo hubiese habido Casa de Cultura hubiera ido ahí. ¡No! No había casa de cultura. Entonces, mi papá le pidió a su amigo, el maestro Beto Gómez (que era mi maestro en tercero de primaria), que me enseñara. Así, una tarde llegué a la casa del maestro Beto y entré a la sala. En un extremo, cerca de un balcón estaba un piano. Una de sus hijas tocaba el piano (ella también recibía clases). Me maravillé. Sí, pensé, esto es sensacional, era prodigioso que con el simple juego de dedos pudiera crearse música. Me senté y escuché las escalas que su hija realizaba. El maestro Beto entró y me dio un lápiz y un cuaderno (después supe que se llamaba pautado). ¡La gran pauta! Me dijo que me sentara en el piso y que, usando como soporte la mesa de centro, escribiera una serie de dibujos que me enseñó: “Esta es una corchea y esta es una clave de sol y esta es…”. La hija se paró, bajó la tapa del teclado y yo me quedé solo, a mitad de la sala fría, en un profundo silencio, haciendo una plana de corcheas. ¡Eso no era lo que yo deseaba! Pero pensé que eso era como la novatada que siempre hacen a los principiantes. Estuve casi seguro que cuando terminara la plana, el maestro me llevaría hasta el piano y yo, con una leve inclinación hacia la audiencia, me sentaría, levantaría la tapa y comenzaría a practicar. Pero acabé dos planas y nada sucedió. Me hice para atrás y apoyé mi espalda sobre el sofá, en espera de que el maestro regresara. Así me halló el maestro cuando me despertó y dijo que me esperaba el próximo miércoles (las clases serían los lunes, miércoles y viernes). Me paré y ya salía de la sala cuando me llamó. ¡Ah!, pensé, por fin, ahora me dirá que me siente ante el piano. “Llévate el cuaderno para que hagas otras planas”, dijo y me dio el pautado. ¡Ah, la gran pauta!
¡No volví! No recuerdo qué dijo mi papá cuando le comenté que no volvería a la clase de piano, cuando le dije que eso de querer ser Mozart era muy aburrido.
Cuando Pau preguntó si eso era una partitura pensé que, tal vez, un amigo pianista, un gran pianista, como Luis Felipe Martínez, por ejemplo, podía llevar un piano a esa calle e interpretar esa música celeste. Estoy seguro que el genio del pianista podía interpretar esa serie de símbolos que son como corcheas y fusas colgadas en la partitura del cielo. Entonces, yo llevaría a Pau y le diría que escuchara y diría que sí, que era una partitura, una partitura escrita por sencillas chinitas que soñaban con ser cenzontles, con ser tiucas.
Posdata: Ahora que está tan de moda lo del Nuevo Modelo Educativo; ahora que un muchachito en un spot televisivo dice, frente al Presidente de la República, que a él le gusta aprender a aprender y no a memorizar, pienso que el maestro Beto debió unir la teoría con la práctica, debió llamarme frente al piano, poner uno de mis dedos en el teclado, hacerme apretar una tecla y decirme que eso equivalía a uno de los símbolos que yo había escrito en el cuaderno; debió hacerme escuchar la nota, porque yo creía que la música era el sonido que salía de la radiola que mi papá tenía en la sala. La música no era una serie de símbolos sobre un cuaderno pautado. La música era la serie de escalas que la hija del maestro tocaba esa tarde en que yo me puse a dibujar círculos blancos y puntos negros sobre un cuaderno.

miércoles, 30 de agosto de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA DE UNA SITUACIÓN SIN CONDICIONES




Querida Mariana: En el Youtube ya está disponible el tráiler de “Los adioses”, cinta de Natalia Beristaín. En dicho tráiler se advierte que la película está basada en “la extraordinaria vida de Rosario Castellanos”. En inglés el título es “The eternal feminine”, que alude a una obra de teatro que Rosario escribió. Pareciera que el título en inglés va más acorde con la personalidad del personaje. Los que saben (los expertos que han estudiado la obra o los lectores o quienes, ocasionalmente, han visto la obra en escena) comentan que “El eterno femenino” trata el tema del androcentrismo. ¿Qué? Busqué en un diccionario la palabra y me dijo que es: “Colocar al varón en el centro de todas las cosas”. ¡Ah! Ahí le entendí. Si alguien puso en el centro de su vida al varón ¡fue la Chayo! ¡Y de qué manera! En el libro “Cartas a Ricardo”, el lector encuentra la síntesis del amor incondicional que Rosario profesaba por quien luego fue su esposo. Yolanda usaba el término “amor cachetero” cuando se refería a una persona que andaba “cacheteando el pavimento” por otra. Yolanda decía que esa clase de amor no era amor porque era indigno. Yolanda insistía en que el amor no debe esclavizar. Pregunto: ¿Rosario amaba de manera indigna? ¿Andaba cacheteando el pavimento por Ricardo? Uf, ¡qué fuerte! Sobre todo si pensamos que a Rosario se le muestra como paradigma de la mujer precursora del feminismo. Parece que ella fue muy teórica pero poco práctica, jamás aplicó en su vida personal lo que pregonaba en público; es decir, no fue una mujer congruente y esto (perdón) la coloca en entredicho, porque si algo es digno de elogio en el comportamiento de una persona es ¡la congruencia! Rosario, parece, no fue una mujer congruente. La mujer racional se vio supeditada por la mujer pasional. ¡Ay, Rosario!
Aún no hay fecha de estreno de la cinta. Algunos comentan que, tal vez, la premier se dé en Comitán. El productor consideró que podía ser un buen inicio de circuito. Pero, por lo que se ve en el tráiler, la película aborda, sin cortapisas, ese amor desmesurado, ese amor “cachetero”; es decir, en la cinta los espectadores presenciaremos una pasión desmedida, un amor sin condiciones, de esos que son capaces de llegar a lo indigno con tal de conservar el amor del varón. ¿Esto es congruente con el pensamiento filosófico de nuestra paisana?
En el tráiler aparece Rosario diciendo: “Si me dices llueve ¡está lloviendo!”. Cuando lo escuché no pude menos que recordar ese ejemplo indigno de subalternos cuando el gobernador pregunta: “¿Qué hora es?” y el servil responde: “Las horas que usted diga, señor”. ¡Qué indigno! ¡Qué comportamiento tan cachetero!
Cachetear el pavimento es estar con la mejilla pegada al suelo, es estar tirado en el piso, casi confundido con la tierra. Ella, mujer hecha de nubes, aparecía enlodada en cuestión de amores. ¿En qué momento su voluntad cesó ante el ideal masculino? ¿Y sus ideas de liberación femenina en dónde quedaban?
Sólo como un ejemplo, niña mía, transcribo una línea de una carta de Rosario a Ricardo: “Escríbame una tarjetita a Roma… Será como un vaso de agua a un sediento”. En el contexto de la oración, la palabra “escríbame” contiene una súplica, la misma palabra pierde su gallardía y se convierte, igual que su autora, en una palabra cachetera; una palabra que, en lugar de volar, casi se arrastra. ¿Y qué agregar ante la siguiente línea: “Será como un vaso de agua a un sediento”? ¡Nada! Nada puede agregarse.
Los comitecos acudiremos a la sala para ver la película que se basa en la “extraordinaria vida de Rosario Castellanos”. Iremos, querida Mariana. Iremos aun cuando sabemos que nada “extraordinario” hallaremos. Hallaremos la vida común de miles y miles de mujeres incapaces de asumir una posición digna ante la relación de pareja. ¿Qué dirán las jóvenes que hoy luchan por evitar colocar al varón en el centro de todas las cosas? ¿Qué dirán esas jóvenes que en sus discursos de equidad ponen a Rosario como ejemplo de precursora del feminismo?
Rosario, parece, no es ejemplo de vida. Sus lectores reconocen la importancia de su obra literaria. A mí, por ejemplo, me gusta su novela “Balún-Canán”, y me seducen sus ensayos publicados en periódicos, pero no encuentro algo atractivo en su comportamiento como mujer. Llegó (ella lo supo y no tuvo el valor de enfrentarlo) a niveles indignos en su relación con Ricardo.

Posdata: No me hagás caso, pero no creo que la película sea soberbia. Los comitecos iremos porque habla de nuestra célebre paisana y porque en la cinta aparecen escenas grabadas en Campumá, en el Parador Santa María, en Chucumaltic y en el parque de La Pila. Iremos porque reconoceremos esos lugares y reconoceremos a nuestra Rosario, pero espero que ninguna de las espectadoras se reconozca en esa vida amorosa tan cachetera, tan arrastrada.

martes, 29 de agosto de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE UNA MUÑECA




Querida Mariana: Hay fotografías que son muy sencillas, que tienen pocos elementos. En esta fotografía no hay más que un piso, una flor, unas hojas, pétalos regados y una muñeca. No sé si los verdaderos artistas buscan tal fórmula en sus creaciones: pocos elementos que produzcan muchas y atractivas lecturas.
Si le preguntara a Hugo Nandayapa o a Ángel Gabriel Penagos, ellos podrían decirme si esta fotografía tuvo el enfoque correcto. Ellos, estoy seguro, dirían que le falta luz. Y la luz, todo mundo lo sabe, es elemento esencial para lograr una buena fotografía. Entonces, esta fotografía no es una buena fotografía.
Pero esta fotografía no tiene la pretensión de lograr ser admirada por los observadores ni la intención de ser de concurso. ¡No! Su pretensión es más sencilla: es la pretensión de quien se toma una selfie o de quien va a un día de campo y toma una fotografía para conservar un recuerdo. Esta fotografía es el testimonio de un instante, no es más que un testimonio de la muñeca que tejió mi Paty.
Cuando coloqué la muñeca en el piso pensé que así como el geranio le da vida al muro, de igual manera, las muñecas dan vida.
Yo no soy fotógrafo, soy, eso sí, un observador de fotografías, he visto miles de ellas colgadas en las salas de las casas, en los álbumes personales, en exposiciones, en celulares y en carteras. El otro día, la tía Eugenia me llamó y me dijo que me sentara a su lado. Sacó una cartera pequeña que llevaba adentro de una cartera más grande y, de una bolsita con mica, tomó una foto tamaño infantil, en blanco y negro. La foto estaba toda ajada, mostraba un rostro infantil que parecía viejo por tanta arruga del papel. “Es tu prima Elena”, dijo. Elena tiene la misma edad que yo (sesenta años), radica en Nuevo Laredo. Tiene más de treinta años que salió de Comitán y jamás ha vuelto. Las manos de mi tía temblaban mientras sostenían la foto. Ella se emocionó. Me entregó la foto y yo la tuve entre mis manos, mientras ella sacaba un pañuelo de la cartera grande y se secaba los ojos. La fotografía había tocado el corazón de la tía. ¡Claro!, dirás vos, esta foto tocó a la tía porque muestra a su hija ausente. Si otra persona observara la fotografía de Elena nada le diría.
Pero, el verdadero fotógrafo es aquel que logra, a través de una foto, hacer que el personaje central sea la Elena de cada uno. He visto (tal vez vos también) observadores en el museo que se emocionan con una imagen. Una vez vi una fotografía de un artista guatemalteco que mostraba una niña cargando una muñeca similar a esta. La niña estaba en medio de un basurero, al lado de cubetas deshechas, pañales sucios, cadáveres de perros y, a un metro de donde estaba la niña, un montón de llantas donde estaban parados tres zopilotes con sus alas desplegadas. La muñeca que la niña sostenía estaba toda sucia, le faltaba un brazo y no tenía un ojo. Sin duda, la había encontrado tirada, pero la acariciaba como si fuera nueva. El título de la fotografía era escueto: “La mamá con su hija”. Dejé de ver la fotografía y miré a la señora que estaba a mi lado, ella lloraba. La foto, sin duda, la había “tocado”. Esa niña anónima, gracias al genio del fotógrafo, era la Elena de cada uno.
Vi a mi Paty tejer por horas y horas la muñeca. La vi deshacer una pierna, porque le había quedado más gorda que la otra, y volver a tejerla. Así estuvo durante muchos días. Poco a poco yo era testigo de cómo el estambre tomaba forma, la forma de una niña bonita.
Cuando me la enseñó ya terminada y se la pedí para tomarle una foto no pensé más que en conservar ese instante, un instante hecho de miles de instantes, en los cuales mi Paty abonó su cariño. Esta muñequita es como la flor del geranio. Ha hecho la diferencia en el universo. Sé que algún día, como la flor, se secará y sólo será un recuerdo, pero cuando alguien, dentro de muchos años, vea esta fotografía tal vez le produzca algún sentimiento. Tal vez esta muñeca sea la Elena que todos llevamos en el corazón.

Posdata: Le dije a Paty que no la venda, que no la regale. Le dije que procure conservarla. Si alguien quisiera comprársela no le pagaría lo que vale; si la regalara, más temprano que tarde quedaría olvidada en algún rincón. Pero ella hará lo que desee. Yo no me preocupo, así como no me preocupé por saber que a la fotografía le faltaba luz. Y no me preocupo porque a la muñequita de Paty le sobra luz y yo, en esta fotografía, conservo a la muñeca para siempre, ¡para siempre!

lunes, 28 de agosto de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE EL BRANDI ESTÁ RELACIONADO CON UN CRONOPIO




Querida Mariana: la siguiente cita la tomé de una entrevista que le hicieron al escritor Julio Cortázar, el enorme cronopio. Ahí dijo: “Mi nacimiento fue un nacimiento sumamente bélico, lo cual dio como resultado a uno de los hombres más pacifistas que hay en este planeta.”
Todo mundo sabe que Julito nació en Bruselas, Bélgica, el 26 de agosto de 1914, en medio del fragor de la primera guerra mundial, por eso dice que su nacimiento fue sumamente bélico.
Este 26 de agosto de 2017 el mundo conmemoró el cumpleaños 103 de Julio. Cuando hice las cuentas caí en la “cuenta” que la cifra coincidía con un brandi que en los años setenta fue muy famoso: Bobadilla 103. Siempre, hasta la fecha, me pregunté por qué el 103 de Bobadilla. ¿Qué significa dicho número?
Ahora, a esa duda se agrega lo de “hombre más pacifista del planeta” que Julio pregonaba.
A finales de los setenta, mi palomilla y yo estudiábamos en la Ciudad de México. Los viernes por la noche pedíamos un servicio de taxi que compraba las bebidas y las botanas. No era infrecuente que la bebida fuera la famosa Bobadilla 103, etiqueta negra, porque era un brandi de moda. Jorge jugaba con la marca y, al otro día, a la hora que tomábamos un vuelve a la vida, para paliar la cruda, decía: “Nos pusimos una bodacheda con bodadilla ciento mil”.
El sábado pasado, Julito cumplió ciento tres y yo recordé el brandi y la vida universitaria, donde el traguito nos ayudaba a atenuar la nostalgia por el pueblo y por lo que habíamos dejado.
Julio, a pesar de ser uno de los hombres más pacifistas del mundo, en un momento de su vida (en los setenta) apoyó la revolución Sandinista. ¿Cómo un hombre pacifista apoya un movimiento revolucionario que, por esencia, tiene a la violencia como la única salida?
Mientras nosotros (Jorge, Quique, Miguel, Roge, César, Rodolfo y yo) brindábamos mientras veíamos un partido de fútbol en una televisión en blanco y negro que se calentaba y tenía un sonido deficiente, Julito andaba comprometido con los nicaragüenses y viajaba a aquel país para demostrar su solidaridad con la revolución que tiró al dictador Somoza.
No sé si en algún instante descubriré por qué Bobadilla es 103. Y ahora, en la conmemoración del cumpleaños 103 de Julio no sé si algún día descubriré el misterio que habita en un hombre pacifista que se solidariza con un movimiento revolucionario. Entiendo que Cortázar no participó en el movimiento bélico, sé que se comprometió con los pueblos que lucharon por derrocar dictaduras en aras de buscar mejores niveles de desarrollo. Pero (y es donde asoma mi duda), no debe ser fácil para un hombre pacifista reconocer que para llegar a ese estadio fue necesario que los hermanos se mataran, que corriera sangre recurriendo al método violento de la guerra.
Los ciento tres de Julio me hicieron recordar los 103 de Bobadilla. Martha me dijo una tarde que tal vez el 103 de Bobadilla se refería a los años de añejamiento; es decir, lo que bebíamos en la Ciudad de México, mientras cantábamos canciones de Roberto Carlos, era una bebida que se había añejado en barricas de roble durante más de cien años. ¿Cien años? Sí, decía Martha y repetía lo que repiten a cada rato los enólogos rabo verdes: “Los hombres, como los vinos, mientras más viejos ¡mejor!”.
En la conmemoración de los ciento tres de Julio pensé que su creación literaria tuvo un declive. Los críticos literarios han señalado que, por ejemplo, el “Libro de Manuel”, donde lo literario es superado por la reseña política y social, no tiene la grandeza estética de “Rayuela” o de muchos de sus geniales cuentos fantásticos.
Julito fue un hombre sencillo, bien intencionado, casi ingenuo, que puso su prestigio mundial a favor de las causas sociales de países inmersos en dictaduras bestiales como Chile, Argentina, Cuba y Nicaragua. Entendió que su compromiso de hombre iba más allá de la mera creación de mundos fantásticos; quiso decirnos a sus lectores que más allá de la simple fantasía existe un mundo donde existe la miseria humana. Pero, con ello, su legado artístico fue menor, porque la vida es menos atractiva que la ficción.
Ya no bebo brandi. Ahora sólo bebo agua, té; ahora sólo bebo los cielos azules de mi Comitán; ahora sólo brindo con libros. Si continuara bebiendo habría invitado a los compas de la palomilla para que celebráramos los ciento tres de Julito con Bobadilla 103, porque la bebida es el feliz pretexto para brindar por la vida, para brindar por los que más allá del siglo siguen viviendo con gran arrechura.

Posdata: Mientras nosotros nos enlodábamos en los bosques del Ajusco, cuando íbamos a desayunar con las amigas en un picnic, Julio Cortázar se enlodaba en los campos de Nicaragua, ahí en donde los combatientes, en surcos con olor a pólvora, sembraban la esperanza. Julito echaba tierra pacifista sobre las tumbas selladas con balas.

sábado, 26 de agosto de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE JUEGA EL JUEGO DEL LIBRO




Querida Mariana: ¿Recordás lo que comentamos la otra tarde que estuvimos en el parque? ¿Lo del juego de los tres objetos? Te dije que imaginaras que estabas en el comedor de tu casa, que acababan de cenar y que lanzabas la siguiente pregunta, a manera de postre, a manera de sobremesa: De estos tres objetos: pelota, libro y botella, ¿cuál es el que aporta más beneficios al ser humano? Como imaginamos que estaban tu novio, tus papás, tu hermano y vos, te pregunté qué pensabas que diría cada uno de ellos. De inmediato respondiste que tu hermano diría el balón, porque le encanta jugar al fútbol; dijiste que tu papá estaría entre la botella y el libro, porque es buen lector, pero como es un conocedor y degustador del vino, podría mencionar la botella, porque es el envase que lo contiene. ¿Tu novio? Él, dijiste, elegiría, sin duda, la botella porque es un enamorado de los objetos que se coleccionan ya que como es diseñador le encantan las formas, materiales y texturas de todos los chunches. ¿Y tu mamá?, te pregunté. Dudaste, dijiste que ella no lee ni tampoco es aficionada al deporte. Al final dijiste que tal vez se decidiera a elegir la botella, no porque sea medio bolencona, sino porque también emplea botellas para sus conservas. Y como tocaba tu turno, casi gritando, emocionada, dijiste: Yo ¡el libro!, ¡el libro! Y me quedaste viendo y, mientras mirábamos a los niños que corrían abriendo los brazos para que las palomas volaran, me dijiste que me tocaba decir, pero un segundo después, indicaste que estaba de más la pregunta, claro que diría lo mismo que vos: ¡el libro! Por supuesto que sí.
Dijiste que el juego podía ser interminable, porque bien se podrían agregar más objetos: autos, casas, celulares, pantallas, juguetes, muñecas inflables, computadoras y mil chunches más. Llegamos a la conclusión que la respuesta, más que considerar el beneficio de la humanidad, estaría señalada, sobre todo, por el interés personal. El compa que es aficionado al cine elegiría una colección de cien devedés, con las mejores películas del cine mundial; pero la muchacha bonita que le encanta el glamour, antes que la colección de películas, elegiría el estuche de maquillaje. Y cada uno tendría la justificación para decir que es el objeto que más beneficios aporta, porque ¿alguien ha pensado lo que sería la humanidad sin los afeites que hacen más bellas a las mujeres? o ¿alguien ha pensado cómo sería el mundo sin el aporte del cine?
Ya el escritor Juan Villoro nos dijo, en un libro, que “Dios es redondo”; es decir, el fútbol soccer ha ayudado a que millones y millones de personas en el mundo encuentren un motivo para justificar la monotonía de la vida. La pelota ha aportado muchos beneficios a la humanidad. Los niños son felices (aunque sea momentáneamente) cuando tienen un balón en las manos o en los pies. De igual manera, si en este momento alguien piensa en la utilidad que han brindado las botellas para el desarrollo de la humanidad puede considerar el privilegio de tenerlas.
Ahora, en mi mesa de trabajo, tengo una pelota que cabe en mi mano. Me la prestó mi jefe, el maestro Hugo, para que haga ejercicios con ella a fin de activar un nervio que andaba provocándome un dolor. De esta historia saco en conclusión que la pelota no sólo sirve para jugar, sino también es un objeto terapéutico. En el canal once, en la televisión, a las cinco y media de la mañana hay un programa de ejercicios donde una maestra utiliza una pelota gigante para hacer estiramientos de cuerpo a fin de mantenerse sana. Las pelotas también las emplean en albercas para flotamiento. En una novela de Andrés Vargas Urrutia, una muchacha bonita emplea una pelota pequeña para provocar sensaciones en el cuerpo de su amado, la pasa por el cuello, baja por el pecho y llega hasta los muslos. El amado, con los ojos cerrados, dice que esa sensación es indescriptible. Le gusta. En un circo de mi infancia, recuerdo con agrado el instante en que un payaso colocó una enorme pelota en el centro de la pista y llamó a una perrita blanca que, con un vestido rojo, hizo maromas. De igual manera, recuerdo con emoción, las tardes en que bajaba al parque de San Sebastián, en la feria de enero, y jugaba a aventar pelotas en un stand que ofrecía alcancías como premio a quien lograra meter tres pelotas en un hueco. Ahora, en las fiestas infantiles, los papás llenan albercas con pelotas para que los niños jueguen ahí, sin el riesgo de mojarse o de ahogarse. ¡Ah, las pelotas! Maricela dice que a ella le encantaba la palabra, porque cuando era adolescente siempre andaba “en pelotas” en su habitación y le gustaba caminar por enfrente de la ventana para provocar a los caminantes que pasaban por su casa.
¿Y las botellas? De igual manera. Pienso qué haría yo sin la botella que contiene el aceite de oliva que viene de España o de Italia. ¡Ah, benditas botellas! ¿Qué harían Pedro y Quique sin las botellas que llevan hasta su mesa los vinos de Chile, de Francia, de Alemania o de Baja California? ¿Qué harían los millones de cheleros sin su caguama de todos los días? Romeo dice que no sabe igual la cerveza en bote que en botella. Él prefiere este último envase.
¿Y el libro? ¿Hay alguien, con sentido común, que se atreviera a negar los beneficios de este objeto cultural maravilloso? Cuando alguien habla de las bondades del libro, siempre recuerda lo que dijo Borges, escritor prodigioso: “El libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”. ¡Con ello está dicho todo! Está dicho todo porque el Todo del conocimiento se basa, precisamente, en el asombro contenido en la memoria y en la imaginación. Sin memoria y sin imaginación ¡nada somos! Por eso, el libro es el objeto más simbólico y el que, sin duda, más beneficios nos aporta.
Sí, querida Mariana, así como los de Exa creen en la radio, vos y yo creemos en el libro. El libro es el chunche más prodigioso del universo, porque, sin duda, en el planeta XE$098, a millones de años luz de la tierra, también hay muchachas bonitas que, como vos, disfrutan las historias literarias.
Este lunes, a las seis en punto de la tarde, en el Teatro Junchavín, la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar presenta el libro “Antología de cuentos”. Dicho libro reúne veintidós textos. Sus autores respondieron a una convocatoria que lanzó la Universidad en las redes sociales. Se invitó a escritores no profesionales. La respuesta fue muy halagüeña. Se recibieron textos de alumnos de nivel secundaria hasta textos de personas mayores. Doña María Estrada Bernal, quien radica en el estado de Tlaxcala, fue fundadora de la Biblioteca del Congreso, en aquel estado. Ella ya es abuela. En el otro extremo hay niños que tienen trece años de edad. La muestra es variopinta. Digno de mención es el hecho de que una autora, Citlali Anahí Heredia Nájera, alumna de bachillerato, viajará de manera especial para la presentación del libro. Ella radica en Monterrey, Nuevo León. Citlali sueña con ser escritora. Bueno, pues ya comenzó. Sin duda que el acercamiento a la gran literatura le permitirá ir abriendo su propio camino.
El libro, querida mía, logra hechizos. La UMNRS ha provocado una serie de emociones en escritores noveles que ven publicado un texto por primera vez o en escritores que van consolidando su vocación.
Estos escritores comparten su pasión. Ya los lectores decidirán cuál texto les gusta y cuál no. Quien muestra su obra creativa se expone a la crítica del lector. Esa es la gran aventura del libro. ¿Por qué algunos libros logran tal éxito que son comprados por millones de lectores? La mercadotecnia actual juega un papel importante. Hay obras que no son valiosas y sin embargo tienen un éxito comercial sin precedente. Pero, hay que decirlo, son obras de temporal. Las obras valiosas por su propuesta literaria no tienen fecha de caducidad.
Debo decir que la UMNRS es una de las pocas universidades particulares del estado de Chiapas que tienen un proyecto editorial. Esta “Antología de cuentos” es el número dos de la propuesta literaria. La universidad, igual que vos y yo, cree en la maravilla de compartir la imaginación y el conocimiento a través de los libros. En estas épocas de libros digitales, el libro impreso aún tiene su encanto. Acá está la muestra. Citlali vendrá a Chiapas a conocer este maravilloso estado (ojalá no se tope con los bloqueos carreteros fastidiosos e insensibles) y estará presente en la presentación de un libro donde aparece un cuento que su talento creó.

Posdata: El libro convoca emociones; el libro toca sentimientos. La gente acude al cine o al teatro para ser “tocado”. De igual manera, los aficionados al fútbol acuden a los estadios para encontrar un sentido a la banalidad de la vida. Los lectores y escritores conforman una cofradía de intelectuales (porque por encima de todo echan a andar el intelecto) que se divierten conociendo historias. En este libro de la UMNRS hay veintidós historias que escribieron escritores noveles, son textos que buscan “tocar” la emoción y la inteligencia de los lectores. Cada lector podrá hallar uno que se identifique.
No lo olvidés. La entrada es libre y será una tarde plena de emociones. Nos vemos en el teatro, el lunes a las seis de la tarde.

viernes, 25 de agosto de 2017

DEFINICIÓN DE RATA




A Martha le molesta que a un político deshonesto le apliquen la etiqueta de “rata”. Asegura que las ratas no se distinguen por ser ladronas, los ladrones son ¡los mapaches! Por eso, dice, cuando el término de mapache se aplica al ladrón de votos en una elección está bien aplicado. De igual manera, sostiene, a los políticos ladrones les deberíamos aplicar el término de mapache.
Rosa, por el contrario, se molesta cuando una persona compara a otra con un animal. Ella sostiene que los animales, por ser irracionales, no tienen las conductas alevosas que sí tienen los humanos. El mapache, dice Rosa, no roba, toma lo que encuentra a su paso y necesita. El ser humano (el político deshonesto) sí es un ladrón, porque toma del erario algo que no le pertenece, algo que, en teoría, debería ser empleado para beneficio de las mayorías. Rosa dice que a los políticos indecentes habría que llamarlos ¡rateros!, ¡ladrones!, con todas sus letras.
Pero Martha le molesta que a un político ratero le apliquen el término de rata porque dice que dicha palabra debería aplicarse a los que son como X, su ex novio (ella sí dice el nombre completo, pero acá lo omitimos para no provocar enconos gratuitos). Ella insiste que las ratas no se distinguen por ser ladronas sino por el tiempo que tardan en la relación sexual. La rata macho tarda en eyacular no más de diez segundos, ¡diez segundos! Martha dice que X es una rata. Acá no es el lugar para exponer las descripciones que Martha hace de una relación con X, pero sí puede decirse que, al principio, lo hacía de manera molesta, irritable; luego fue cambiando y ahora lo relata de forma cómica. Cuenta que X tardaba doce minutos con ocho segundos en el baño, lavándose los dientes, buscando el short más sexi y poniéndose perfume en las axilas y en los muslos; tardaba tres minutos en poner un disco con música suave y prender una vela aromática; dos minutos con cuarenta segundos en introducirse a la cama; ocho minutos en realizar escarceos, besitos en el cuello, lamidas en el ombligo, chupadas del dedo del pie izquierdo; dos minutos en quitar el sostén (tardaba tanto, dice Martha, porque es tan inútil que ni siquiera sabe desabrocharlo); un minuto en quitar la pantaletita; un minuto en abrirle las piernas a la amada; cuatro segundos en la introducción y seis segundos de mete saca antes de lanzar un grito de mono aullador y soltar el cuerpo por la eyaculación. ¡Cómo!, gritaba Martha, botada de la risa. ¡Treinta minutos en el ensayo de una obra teatral que tardaba diez segundos! Es como si un entrenador pusiera a calentar treinta minutos a un delantero y lo metiera al partido y diez segundos después lo sacara. Acá, concluía Martha, el jugador se frustraría de manera permanente. En el caso de X, el tontito eyaculador súper precoz, no ocurría eso. Él quedaba tranquilo, como había visto en las películas, prendía un cigarro y fumaba orgulloso. ¡Yo era la frustrada, yo!, decía Martha y volvía a carcajearse. Luego se ponía seria e insistía: Que lo de ratas no se aplique a funcionarios deshonestos, por favor, lo de ratas es algo que se merecen sólo los que son como X. ¡Diez segundos! ¡Estúpidos! ¡Que no tengan pareja! ¡Que se masturben ellos solos! ¡Que sólo ellos jueguen sus partidos de llavero!
Ahora Martha es feliz. Anda con Y (ella dice el nombre completo, pero lo omitimos para que X no se sienta mal). Martha dice que el partido de todas las noches, ¡todas!, tarda treinta minutos de entrenamiento y treinta minutos de juego. A veces, cuando lo dice se mata de la risa, incluso hay tiempos extra y serie de penales.

miércoles, 23 de agosto de 2017

CARTA A MARIANA: DONDE SE CUENTA CÓMO TÍO JUL SIGUE PRESENTE




Querida Mariana: Ronaldo me contó que en Brasil dicen: “Voy a sacar una Xerox”, cuando van a sacar una copia fotostática. La marca es tan poderosa que sustituye el nombre del acto. Bueno, en México también tenemos algunos ejemplos de ello. Cuando alguien quiere un pañuelo desechable pide un kleenex; y, de igual manera, cuando una muchacha bonita busca una toalla sanitaria pide un Kotex. El otro día oí que Juan ofrecía a Ramón una cola. Yo me sorprendí al instante. Creo que Juan también porque preguntó si era cola de muchacha bonita o de una vieja. ¡No!, dijo Juan y mostró el envase de una coca cola.
El otro día pasé por una tienda de abarrotes y llamó mi atención el anuncio que decía: “Hoy, taquitos estilo Tío Jul y pan compuesto”. Pan compuesto es el nombre genérico de la maravilla gastronómica de este pueblo, pero lo de tacos estilo Tío Jul es algo que mueve a reflexión. No hay (yo no lo encuentro) otro platillo comiteco que tenga tal poder; es decir, que se identifique a través del nombre de su “creador”. Y lo entrecomillo porque no sé si tío Jul fue el creador de esos tacos que ahora llevan su nombre. Lo que sí nos queda claro a los comitecos es que tío Jul fue quien dio a conocer tal exquisitez en este pueblo.
Un día llegó tío Jul e hizo famosos los huesos y los tacos. Los huesos son los chamorros de otros pueblos y los tacos son tacos que, en lugar de tortilla hecha con harina de maíz, están hechos con tortillas hechas con masa de maíz y que están rellenos de frijol molido y regados con una salsa roja hecha con chile ancho, piloncillo y vinagre. Raúl Trujillo dice que no le gustan esos tacos, que incluso son antiestéticos, porque no tienen la forma casi perfecta de los tacos dorados o de los tacos suaves. Los tacos estilo “tío Jul” son panzuditos porque la masa es gruesa. Los extremos de dichos tacos son como culito de gallina, porque quien los prepara los dobla a fin de que el relleno no se salga. Entonces, los tacos estilo tío Jul son, si se les ve desde un extremo, un poco shelitos. Juana dice que esos tacos no son más que chinculguajes alargados. Sí, pero no. Los tacos tienen un sabor diferente, especial. El secreto debe estar en la masa.
¿Algún otro platillo comiteco lleva el nombre de su “creador”? No conozco algún otro. En ningún restaurante he escuchado que alguien pida tamales estilo doña Lupita o enchiladas estilo tío Chilo. ¡No! Este privilegio sólo le corresponde a tío Jul, porque, hay que remarcarlo, los tacos que él “inventó” no sólo se venden en la lonchería que sigue siendo atendida por sus descendientes, ¡no!, sus tacos se venden en otras loncherías que se piratearon (en buena hora) la receta. Lo insólito es que en la lonchería Tío Jul no los ofrecen como tacos estilo tío Jul como sí sucede en otras loncherías o en la tienda que hallé el letrero. En la lonchería tío Jul se da por descartado que esos tacos son la creación de él.
En muchas loncherías del pueblo venden panes compuestos y huesos (también, en buena hora, se piratearon la receta) Los huesos de tío Jul llevan picles (muy comitecos), la salsa roja ya mencionada y tostadas. ¡Ah, son una delicia! En esos lugares ya no estilan decir que venden huesos “estilo tío Jul”. Ya no. Le han restado el privilegio. Pero, los tacos que son hechos con masa de maíz sí deben decir que son tacos “estilo tío Jul” para que los comensales hagan la distinción.
Poco a poco tío Jul (maravilloso personaje de este pueblo) va acercándose al lugar donde Xerox y (perdón) Kotex tienen el privilegio. Algún día, alguien dirá “Comí un tío Jul” y el amigo sabrá que el fulano comió un hueso o un taco.
Tío Jul fue un personaje mítico. Llegó a Comitán y nos hizo conocer lo que acá no era común. Ofreció los huesos (ya dije que son los clásicos chamorros), y los comitecos, siempre ingeniosos, dijeron que esos huesos eran huesos de tío Jul. Si Tim Burton, famoso director de cine, conociera la historia vendría a Comitán, así como fue a Guanajuato a conocer el museo de las momias. Vendría a ver por qué los habitantes de este pueblo sensacional son felices comiendo huesos de tío Jul. ¿Cómo es posible que un pueblo sea feliz comiendo huesos de un señor?
Así pues, también los tacos, que no eran tacos comunes, de los que acostumbraba cenar la gente de acá, se llamaron tacos de tío Jul y con ese nombre han pasado a la posteridad. Tío Jul está a un paso de ser una marca con peso como Xerox o como…

Posdata: Cuando querás te invito a cenar unos taquitos estilo tío Jul. Cuando iba a la cenaduría de tío Jul, más que los panes compuestos, más que las chalupas, más que los huesos, más que los tacos, más que el panitel, me gustaban los tamales de azafrán. Sé que tío Jul no inventó los de azafrán, pero, en los años sesenta no había restaurante en toda la región que los prepara con la riqueza y la sazón que le imprimían doña Caritina y tío Jul. Creo que fue lo único que desapareció. ¡Qué lástima!

martes, 22 de agosto de 2017

JOSÉ LUIS GONZÁLEZ CÓRDOVA




Paso copia de textillo que leí la noche del dieciocho de agosto, en el Museo de la Ciudad.

Buenas noches.
¿Podía yo escribir algo acerca de la obra de José Luis González Córdova y luego leerlo en este acto? ¡Claro que sí!, dije. ¿A qué hora? A las ocho de la noche. Dije que sí, con gusto. Quienes me conocen saben que esta hora es la hora en que mi pila comienza a descargarse, porque todos los días me levanto a las cuatro de la madrugada, así que, si como profetizaba Alex Albores, ven que en un momento determinado caigo dormido sobre la mesa no se sientan ofendidos ni se preocupen, es sólo que a esta hora, por lo regular, ya estoy en cama invocando al sueño.
Con esto quiero decir que este acto es excepción en mi rutina, pero la modifico con gusto, porque, como lo expresé cuando recibí la invitación de José Augusto González, hijo de mi querido y admirado primo, nuestro personaje homenajeado esta noche fue un comiteco de bien que sigue dando mucho a su pueblo y para mí es un honor estar acá recordando la trascendencia e importancia de su generosa obra.
En enero de este año, aún era conductor del programa radiofónico “Crónicas de adobe”, de radio IMER. En Crónicas de Adobe se dedicaron los cuatro programas del mes a rememorar la vida y obra de José Luis González Córdova. El maestro Cuauhtémoc Alcázar Cancino habló de la vida y de la obra de José Luis, en un programa especial. Tal reconocimiento no era más que la certeza que hoy vuelve a convocarnos: Pepe es un comiteco que, como El Cid Campeador, continúa ganando batallas después de muerto, porque hoy lamentamos su ausencia física pero celebramos su legado intelectual que sigue dando luz a nuestro pueblo.
Si me permiten hablaré más en extenso del libro que considero es su máximo aporte: El glosario del habla popular comiteca.
La vida me permitió participar en la edición de tres de sus libros: dos de anécdotas contadas con modismos comitecos y el citado glosario. Los títulos de los dos libros de cuentos son: “Y quién sos pue vos bulto” y “Sólo una vez se capa el cuch”. En los tres libros está presente el afán de mostrar la riqueza del modo de hablar de Comitán y la necesidad de preservarlo contra el viento de la globalización y la marea de la copia burda.
La juventud comiteca de estos tiempos ignora muchos de los vocablos que son la esencia de nuestra identidad. Pepe contó anécdotas muy divertidas empleando las palabras coloquiales que eran la sal de la vida del Comitán de antaño, pero no se conformó con eso. Siguiendo la línea dibujada por Óscar Bonifaz escribió un glosario que es compendio de las voces más entrañables de nuestra lengua comiteca. Lo hizo porque supo que estos modismos eran palabras en proceso de extinción y que si él no las registraba podían desaparecer para siempre. Ya los expertos han dicho que la extinción de una palabra es tan letal como la desaparición de una planta o de un animal o de una estrella.
Por la hora tan a deshora para mi rutina no hago lo que bien podíamos hacer: un juego de tertulia donde cada uno de nosotros comenzara a decir las palabras que están contenidas en el libro de Pepe y ver cuántos de nosotros podemos decir, con precisión, el significado. Pepe (lo dijo en su presentación) no quiso sustituir lo hecho por Bonifaz en su libro: “Arcaísmos, regionalismos y modismos de Comitán, Chiapas”. No, por favor. Pepe, hombre de bien, continúo de manera brillante el camino que inició el maestro. Y, estoy seguro, algún día otro amante del pueblo y de su identidad cultural continuará con lo que Pepe nos obsequió. Ya se comentó el carácter de Pepe, que siempre estuvo coronado por su preocupación de maestro y con un gran sentido de humor. Su libro Glosario reúne esas dos virtudes. Nos legó un rico muestrario de voces propias, pero las cocinó con mucha sal y mucha pimienta. Si busco en el cajón donde están los modismos que comienzan con la letra b encuentro lo siguiente: Bibish y luego hallo la definición: “Órgano sexual masculino” y, como mojol exquisito, pone un ejemplo de cómo se usa la palabra: “A los diecisiete años, ya no se sabe qué hacer con el bibish”. ¡Ah, qué maravilla! Bueno, recordemos que el libro fue publicado en 2005. Creo que en estos tiempos los muchachos sí saben muy bien qué hacer con su bibish y si ellos no lo saben sus amigas se encargan de enseñarles todo lo que se puede hacer con el bibish.
A veces veo, con emoción, que en paredes de restaurantes escriben modismos comitecos. A veces me apeno porque dichos letreros están escritos con muchos errores ortográficos, pero pienso en positivo y sé que los propietarios de esos espacios continúan con el legado de Pepe, con el mensaje de conservar esas joyas lingüísticas. También veo con mucho agrado, en las redes sociales, páginas donde jóvenes comitecos retoman lo mejor de nuestro modo de hablar y las bautizan con los nombres de “Arriba el Cotz” o “Qué pue vos”.
Pero recordemos que la sentencia latina indica que las palabras vuelan pero lo escrito permanece. No basta que lo hablemos, tenemos que reconocer el valor de lo que Pepe hizo, que en un instante, como hizo Moisés en el Monte Sinaí, bajó con nuestros modismos escritos en piedra, para que nunca se olvidaran, para que no desaparezcan.
Pienso que a este homenaje debería unirse el homenaje de su escuela preparatoria a la que tanto amó y tanto sirvió. Sería hermoso que en los jardines de esa emblemática escuela se sembraran letreros con los modismos y las definiciones que Pepe preservó. ¡Ah, ya imagino a los estudiantes a la hora que se sientan en los arriates y platican, comen tortas, leen, estudian, se besan o se les alebresta el bibish, recibir el mensaje permanente! Que no olviden que para no estar papujos deben comer harto pan compuesto, pitaules y, de vez en vez, un buen plato de chanfaina.
Podríamos estar toda la noche acá, jugando con las piedritas que Pepe pepenó y que les dio brillo. Podríamos permanecer siempre agradeciendo a Pepe el cariño que manifestó a su pueblo, mismo cariño que hoy y siempre le devolvemos envuelto en papel de china.
Por favor, pido brindemos un aplauso a la memoria de Pepe.
Muchas gracias.

lunes, 21 de agosto de 2017

EN LA CUERDA DEL JUEGO (I)




Rosy dice que, como en el pleito o en el amor, el juego siempre exige la presencia del otro o de los otros. Dice que cuando ve a su sobrinito jugar carritos con los vecinos se ve más contento que cuando juega solo. Pareciera que cuando juega solo lo hace para que, en efecto, el peso de la soledad no lo ahogue. Si no jugara estaría como el abuelo que, en su poltrona, no hace más que mirar la calle, es como uno de esos canarios que se pasan toda la vida adentro de una jaula. Al abuelo le encantaba ir al billar por las tardes. Ahí jugaba pul o dominó o cartas y, acompañada con un pan compuesto, tomaba una cerveza que servía en un vaso de cristal con flores pintadas en rojo. Pero desde que le dio la enfermedad no puede salir. La abuela lo ayuda a sentarse en la poltrona, le coloca una colcha en las piernas y muslos y le pone un termo de café en una mesa de servicio. El abuelo siempre dice: “Café, café, una cervecita me deberías dar”. Pero la abuela no hace caso y al final el abuelo se sirve un poco de café y cuando toma el primer sorbo cierra los ojos, satisfecho.
Rosy dice que el otro día fue a la unidad deportiva, en la tarde, y vio a un muchacho jugar solo en una cancha de basquetbol. Comenzaba a rebotar el balón desde el centro de la cancha, driblaba a adversarios invisibles y cuando, desde la línea del área anotaba una canasta de tres puntos, volteaba a ver a la tribuna vacía. Tal vez hubiese sido feliz si alguien lo hubiera visto. Como Rosy andaba amarrándose los patines no contaba como espectadora. Imaginó que ese muchacho jugaba como su sobrino. Si hubiese habido, cuando menos, otro compa para hacer la reta, el enceste habría tenido un valor especial pues a la hora de anotar el muchacho habría caminado hacia el rival y le hubiera dicho algo como: “¡De tres puntos! ¡Nadita!”, pero jugaba solo. Rosy dice que tuvo la misma sensación cuando terminó de amarrarse los patines y comenzó a patinar en un extremo de la cancha. Se sintió sola. Pensó quitarse los patines y acercarse al muchacho para decir si jugaban un veintiuno, pero no lo hizo.
Rosy tiene razón. Por esto, cuando hay partidos donde intervienen dos o más, los encuentros son divertidos, tanto para los practicantes como para los espectadores. Nunca he asistido a un encuentro de tenis, pero veo partidos en la tele y veo cómo la gente disfruta cada punto disputado. Lo mismo sucede en los encuentros de fútbol. A éstos sí he asistido, tanto en el Estadio Azteca o en el Estadio Universitario de la UNAM, como en el Estadio Municipal de Comitán o en alguna cancha llanera de una comunidad cercana. Mientras los jugadores van de un lado a otro de la cancha, las personas ríen, se sientan al lado de la cancha, se cubren con parasoles, toman paletas o refrescos o cervezas, comen Sabritas o tortas, gritan, se paran o discuten la decisión del árbitro. Debe ser una imagen triste ver a alguien jugar solo en una cancha reglamentaria, moverse como hormiga en medio de un gran plato lleno de polvo.
En el tenis bastan dos contendientes para hacer el gran juego, lo mismo sucede con el boxeo. El básquet y el voleibol exigen más contendientes, lo mismo sucede con el béisbol y con el fut soccer o americano. No hay alguien que juegue solo fut americano o soccer, aunque ya he contado, en alguna ocasión, que de niño jugaba fútbol solitario. Colocaba una silla pequeña al lado de la pared y a dos o tres metros, con una pelota también pequeña, jugaba a anotar penaltis. Como ahora resulta en las calles de Comitán donde en las esquinas pasa un carro y luego otro, en mi juego, una vez era seleccionado de México y otra vez era seleccionado de Brasil. En dos o tres tardes, México se coronó campeón del mundo derrotando a la poderosa selección donde jugaba Pelé.
Sería triste y absurdo que alguien jugara solo a las escondidas. En el colmo de la exageración podría morirse adentro del closet porque nadie lo hallaría jamás. Las escondidas exigen, también, la participación de varios jugadores. En la casa de tía Alicia, todos los primos jugábamos escondidas y era un juego divertido, porque cada uno elegía lugares insólitos para esconderse: debajo de las camas, adentro de los roperos, detrás de los árboles, debajo de la enramada de chayotes. A mí me encantaba esconderme debajo de la cama de la tía Alicia porque, minutos después, entraban dos primos (ella y él) que se escondían detrás del ropero. Yo escuchaba sus voces que eran como murmullos. Ella reía bajito y él insistía en pedirle un besito. Yo pedía a todos los santos que el buscador se tardara en entrar al cuarto y hallarnos, no tanto porque me encontrara, sino para que el juego de los primos se prolongara. Me encantaba ser escucha del juego que jugaban ellos. Oía que ella reía, pero luego se hacía un silencio, aguzaba mi oído, y escuchaba cómo ella le daba un beso a él. Imaginaba que se lo daba en los labios. Me encantaba ese juego de escondidas. Nadie juega escondidas sin otro compañero. Ellos jugaban escondidas y se encontraban en la penumbra del cuarto. El buscador empujaba la puerta, caminaba hacia la cama, se hincaba, me señalaba y gritaba: “¡Te encontré!”. Yo me arrastraba, salía de debajo de la cama y me limpiaba el pantalón. Salíamos. Yo nada decía de la pareja de primos. Hasta el final del juego, cuando ya todos los primos estábamos en el centro del patio, alguien decía que faltaban fulana y sutano. Todos corríamos por la casa, gritando sus nombres. Y ellos aparecían, ella salía de la cocina y él de la sala. El buscador no comprendía, aseguraba que había buscado bien en esos espacios. Yo veía a ambos. Ella y él estaban chapeados. Sus rostros eran como duraznos. Me gustaba el juego de las escondidas.

sábado, 19 de agosto de 2017

CARTA A MARIANA, CON REBOTE DE BALÓN




Querida Mariana: La otra tarde entré al gimnasio Roberto Bonifaz. Tenía años que no lo hacía (nunca fui muy aficionado al básquetbol). En realidad iba al mercado primero de mayo, a comprar ciruela pasa (encontré pero con semilla). Pero al bajar por la oficina del templo de Santo Domingo escuché el rebote del balón. Eran las cuatro de la tarde. Están entrenando, pensé. Subí por la rampa y entré. En efecto, un grupo de muchachos entrenaba. Subí por la tribuna izquierda y me senté, me senté como lo hacía cuando estudiaba la prepa y en ese mismo espacio estaba la cancha Pantaleón Domínguez (doña Lolita Albores se enojó cuando el gimnasio se llamó Rosario Castellanos, dijo -tenía razón- que el gimnasio debía llevar el nombre de un deportista. La autoridad le hizo caso y se llamó Roberto Bonifaz, pero doña Lolita nunca pensó que antes la cancha se había llamado Pantaleón Domínguez, porque si lo hubiese hecho se habría preguntado: “¿Qué relación tiene un general que llevó soldados al sitio de Puebla con el deporte ráfaga?”). Me senté y miré a los jóvenes que ensayaban. El rebote del balón resonaba en la duela recién cambiada.
Pensé en que la cancha no ha perdido su vocación. Desde que yo recuerdo, este espacio ha servido para práctica del básquetbol. Me gustan los espacios que no extravían su vocación. El otro día subí al billar que antes era la gayola del Cine Comitán y pensé que ahí estaba un caso de pérdida de vocación. El ruido de las bolas del pul al chocar era muy diferentes al ruido de tren que hacía el proyector en tardes de cine. Los gritos de los billaristas también eran muy diferentes al de los niños que se escuchaba cuando el Santo subía al ring para luchar contra el médico asesino.
Estaba sentado en la tribuna izquierda, miraba a los jóvenes que rebotaban el balón, levantaban los brazos, apuntaban y, con ambas manos, enviaban el balón hacia la canasta. Me emocioné al ver que un muchacho ¡encestaba! A él no le podían gritar, como sí lo hacían los aficionados de los años setenta cuando alguien fallaba el enceste: “Andá a comprar un peso de puntería en la tienda de doña Mariana”.
Otro caso de pérdida de vocación fue el de la casa donde estuvo el prostíbulo de tía Lola (que en un tiempo se llamó “Crazy Horse”. Quién sabe quién sugirió ese nombre, sin duda algún acomplejado que soñaba con París.) El otro día vi que esa casa ahora es un centro de alcohólicos anónimos. Sin duda, querida mía, que el cambio ha sido bueno: en lugar de que las personas salgan zurumbos de borrachos (como sucedía cuando era lupanar), ahora salen motivados para no beber por veinticuatro horas. Pero, la casa perdió su vocación.
Estaba en la tribuna izquierda y miré las fotos de grandes figuras del básquetbol comiteco. Están ahí desde el día que se reinauguró el gimnasio. La autoridad actual le echó una manita de gato al recinto y lo dejó en condiciones muy dignas. Las fotografías de esas figuras deportivas son un homenaje a su trayectoria. Son fotos recientes. Los vi desde la tribuna de enfrente. Pensé que ellos no estuvieron acostumbrados a ver desde las tribunas, como sí lo estuve yo. Ellos, siempre, estuvieron en la duela, que fue como su campo de batalla. Y gracias a su talento lograron entrar a esta galería de honor. Los vi y supe que la vida, también, muchas veces, cambia vocaciones. Los deportistas tienen una vida corta a diferencia, por ejemplo, de los escritores. Los escritores comienzan a escribir libros a edad temprana y siguen con su vocación hasta que la muerte ya los jala y los levanta del escritorio. No sucede lo mismo con los deportistas.
Sé que los deportistas de las fotografías aún practican su deporte, pero, cuando menos, por el momento estuvieron sobre las tribunas, viendo desde lejos la cancha. Algo habla de un cambio de vocación. Porque si algo hay que reconocer en los pueblos de provincia es que es muy difícil dedicarse en el plano profesional como sí sucede, por ejemplo, en la Ciudad de México. Un seleccionado a nivel nacional dedica su vida en forma permanente al básquetbol. Tiene apoyos económicos para hacerlo así. ¿En Comitán? ¡Ay, Dios padre! Acá, medio mundo diversifica su vocación y, puede decirse, juega por amor al deporte, a la camiseta.
Cuando pensé esto, miré con atención los pendones que alcanzó a captar mi cámara: Roberto Vidal (en realidad es integrante de las Águilas de Chiapas, el grupo de marimba que toca de manera magistral); Julio Sánchez (¡Ah!, el famoso “Chenco”, porque es zurdo. Maravilloso jugador que vi colocarse en una esquina de la duela e impulsar el balón con su brazo izquierdo y encestar con tal tino que los aficionados se paraban en las tribunas y aplaudían, mientras alguien a mi lado decía: “Limpia”; es decir, que el balón no había tocado el aro ni, ya en el exceso de la admiración, la red. Él es comerciante); Horacio Nucamendi (el famoso maestro Lacho, lo veo enredado en comités de feria y como funcionario del ayuntamiento actual); Jorge Culebro Ceballos (es maestro de educación física y labora en una reconocida universidad de esta ciudad); Lourdes Guillén de León (mi querida amiga, compañera de la secundaria. Vende quesos riquísimos que elabora en su rancho, cercano a la línea fronteriza con Guatemala); y el último pendón tiene escrito el nombre de Roberto Bonifaz Caballero, quien fue el maestro de Educación Física de la Escuela Secundaria y Preparatoria de Comitán. Fue, además, presidente municipal, en tiempos en que Jorge de La Vega Domínguez fue gobernador del estado de Chiapas. El maestro Roberto y don Jorge fueron compas basquetbolistas, jugaron decenas de partidos en la vieja cancha Pantaleón Domínguez.
Digo lo anterior, querida mía, porque una vez llegó a Comitán el famoso basquetbolista Arturo Guerrero. El tío Olinto jaló a su hijo hasta donde, en medio de un círculo de personas, estaba Arturo. Tío Olinto fue empujando y pidiendo permiso hasta que estuvo al lado del jugador, seleccionado de México, y obligó a su hijo que le diera la mano y dijo: “Él sí es basquetbolista. No hace otra cosa. Sólo juega”. Arturo sonrió, le dio la mano al hijo de tío Olinto y luego firmó la libreta de un muchacho preparatoriano que le metía la pluma casi en la boca, pidiéndole su autógrafo: “Para Miguel, para Miguel”, decía el estudiante.
Sí, así es. Arturo sólo jugaba, nada más hacía. Jugaba básquetbol, se preparaba a diario, para ser uno de los grandes jugadores mexicanos de este deporte. Los basquetbolistas de acá tienen que dedicarse a hacer otras cosas. El deporte es su pasión, pero no pueden entregarse al basquetbol de tiempo completo. Si lo hicieran ¿cómo podrían mantener a sus familias?
Digo que no fui muy aficionado al básquetbol, pero estuve en un equipo algún tiempo. No recuerdo el nombre de mi equipo, pero jugaba en la cancha Pantaleón Domínguez. Lo recordé la tarde que me senté en la tribuna izquierda; recordé que, algunas tardes, no fui espectador, sino que corrí de un lado a otro de la plancha de cemento (en ese tiempo no soñábamos con la duela que hoy ostenta el gimnasio). Recuerdo que una tarde, Ramiro Suárez y yo bajamos al billar de Rayón, pero no jugamos, nos sentamos en una mesa que estaba en un apartado y pedimos una botella de tequila blanco (una pachita) y un plato de butifarras. Entre plática y plática nos bajamos la botellita. Estábamos en la última copa cuando Ramiro se pegó en la frente y dijo: “¡Chin! Tenemos juego”. Subimos corriendo a nuestras casas, sacamos nuestras maletas de deporte y llegamos a la cancha. Ya nuestros compañeros estaban molestos por nuestra tardanza, el partido estaba a punto de iniciar. Ya eran las seis y media de la tarde. Las luces ya las habían prendido. El sistema de iluminación era una serie de focos colgados de alambres que iban de un extremo a otro, en las laterales de la cancha. Como ya habíamos carrereado bastante el efecto del tequila ya había pasado, así que jugamos con enjundia. Esa tarde logré encestar dos o tres veces. Desde el esquinero del famoso Chenco apunté, elevé los brazos y mandé la pelota hacia la canasta y el balón entró sin tocar el aro. Escuché “¡Limpia!”, y me sentí chento.
Al término del partido llegó Miguel y me dijo: “Te llama el maestro Roberto”. ¡Qué! ¿Roberto Bonifaz? “Ya nos llevó la chingada”, dijo Ramiro. Dijo que el maestro había detectado que estábamos bolos, nos expulsarían. Ramiro sacó un cigarro, lo deshizo en la palma de su mano y me dio a comer todo el tabaco: “Para que se te vaya la peste del trago”. Yo me eché el tabaco a la boca y, como si fuese beisbolista, atravesé la cancha y fui a la caseta de madera donde estaba el maestro. El maestro Roberto me vio, me tendió la mano y dijo: “Nunca te había visto jugar, eres buen encestador”. Yo le di la mano y dije: Gracias, gracias, maestro.
Regresé con los compas que celebraban nuestro triunfo. Cuando caminé por la cancha me sentí como Arturo Guerrero.

Posdata: Desde la tribuna izquierda, miré a quienes entrenaban. Pensé en que sería bueno que hubiera jugadores dedicados al ciento por ciento a la pasión deportiva, para que no perdieran la vocación original, pero para ello sería necesario que el gobierno becara a esos muchachos y eso es muy difícil que ocurra en Chiapas, porque los recursos los dedican a las canastas personales. ¡Qué pena!

viernes, 18 de agosto de 2017

DEFINICIÓN DE EXTRAÑO




Es una palabra que se pronuncia con frecuencia. Una de las acepciones del diccionario es la que dice que se aplica a algo raro o singular. Por eso no es “extraño” decir que los lectores en México son seres extraños.
Pero, además, el término puede aplicarse como derivación del verbo extrañar. Así, tampoco es “extraño” que una muchacha bonita le diga, por teléfono, a su novio: “Te extraño”. ¡Qué extraño, ¿verdad?, que la misma palabra se emplee para denotar rareza y para lamentar una ausencia querida!
Esto se presta a una gran confusión. En una leyenda escrita por Armando Ramírez Planquet, quien usaba el sobrenombre de “El tuerto del ojo izquierdo”, aparece un caso donde se plantea tal absurdo que, en un juego del mito, da una versión especial del origen de dicha palabra. La leyenda narra que Dieslova, mujer bellísima, estaba un día en la playa y vio, a la distancia, a un hombre que metía los brazos y manos adentro de un hueco. El hueco estaba en medio de una piedra que era bañada por las olas del mar. A los niños les encantaba acercarse a ese hueco porque acercaban sus oídos y decían que se escuchaba la voz del mar. Así lo decían. Dieslova se acercó, paso a paso. Sobre la arena quedaron grabadas las huellas de sus delicados pies, pero segundos después el mar las borró dejando todo impecable de nuevo. Dieslova vio cómo sus huellas eran borradas y pensó que eso era el ideal del ser humano comprometido con el mundo; cuando ella estuvo cerca del extraño le preguntó qué hacía. El hombre volvió su mirada y dijo que trataba de salvar a una tortuga y señaló el hueco donde el animal parecía estar atrapado. Dieslova reconoció a la tortuga, era Eriul, tortuga que conocían todos los pescadores. Dieslova se acercó y riéndose en forma descarada dijo: “No, no, extraño, Eriul no está atrapada, hace su ejercicio vespertino” y explicó que la tortuga, como si fuese una gimnasta olímpica, se metía a ese hueco, colocaba sus patas en los laterales y subía y bajaba como si las paredes fueran anillas y ella hiciera el Cristo que es práctica común y excelsa entre los gimnastas. ¿Cómo Eriul logró descubrir ese hueco y realizar, tarde a tarde, esos ejercicios? Eso era una incógnita, pero todo mundo admiraba el movimiento lentísimo que la tortuga hacía para llegar al hueco y para trepar por la hendidura y, sobre todo, el acompasado ritmo con el que se ejercitaba. El extraño se sorprendió al oír esta historia, pero Dieslova se sorprendió más al encontrar a un hombre preocupado por el animal. A partir de ese momento, el extraño y Dieslova se acostumbraron a caminar por la playa a la hora de la salida del sol y en el ocaso. La sombra de la pareja se volvió un elemento integral de la playa. Dieslova siempre veía cómo, conforme caminaban, sus sombras se desvanecían en el trayecto recorrido. Pensó que no era el ideal de pareja. Tal pensamiento fue como un presagio porque un día el extraño debió regresar a su lugar de origen. Dieslova se quedó sola. Durante las madrugadas y al anochecer caminaba por la playa y veía su sombra sola y miraba cómo ella se disolvía conforme el sol avanzaba, así como se disolvían las huellas que dejaba en la arena y eran borradas por las olas que llegaban y se iban. Dieslova pensó que esto último era el destino del ser humano: todo llega pero todo se va. Dieslova comenzó a lamentar la ausencia del extraño, del hombre que nunca supo cómo se llamaba y en el perfil de su pena la palabra extraño se convirtió en sinónimo de ausencia. Desde entonces, dice Ramírez Planquet, la palabra se empleó tanto para referirse a lo raro como a lamentar una ausencia. La leyenda termina en fea forma, dice que la tortuga Eriul, la tarde en que el extraño se fue, se quebró una de sus patitas y jamás volvió a hacer el Cristo de las Tortugas.

miércoles, 16 de agosto de 2017

FOTO DE UNA TARDE CUALQUIERA




Imagine que decide ir a un parque; imagine que está en Comitán y elige ir al parque de San Sebastián, parque lleno de historia, porque en ese lugar inició el movimiento de Independencia de Chiapas. Imagine que les dice a sus hijas (niñas bonitas, con sonrisa de aire limpio, que su mamá siempre peina con colitas). Sus hijas brincan felices y van a su recámara y piden a su mamá que las peine, porque papá dijo que las llevará al parque y ahí correrán y mirarán los pájaros que brincan en los árboles y comprarán paletas de chimbo y las comerán sentadas en una banca del parque, mientras escuchan las campanas del templo que dan el primer repique para misa.
Pero, lo que usted no sabe (porque hace rato que no va al parque) es que el espacio poco a poco lo vamos perdiendo, porque está lleno de teporochos y de prostitutas. Los borrachos beben ahí sus botellas de charrito y cuando las terminan van con los paseantes y comienzan a fastidiar pidiendo una moneda para seguir la borrachera, hasta que, agotados por tanto alcohol, se recuestan como iguanas bobas, en medio del parque, del parque que, antes, era un espacio para la convivencia familiar.
¿De dónde llegan estos borrachos y estas prostitutas? Llegan de una zona miserable que está apenas a dos cuadras del parque. En una zona que se supuso rescate de espacios públicos, pero en el que los borrachos se reúnen desde temprano para beber. Por ahí también caminan las prostitutas que cuando consiguen cliente ocupan cuartos que ahí rentan. La zona (apenas a dos cuadras del parque) es una zona sucia y miserable. Quien camina por ahí tiene la sensación de pasar por esas orillas del río Grijalva donde los cocodrilos se asolean. Hombres cocodrilo están tirados, en medio de ríos de orines.
Las niñas, ya peinadas y con vestidos impecables, entran al estudio y le avisan que ya están listas. Usted se para, deja de escribir y le pregunta a su esposa si ya está lista. Ella dice que sí. Salen los cuatro de la casa, se despiden del perro que se sube al sofá y desde ahí ve cómo suben al auto y van con rumbo al parque, un espacio público que es un remanso. Los cuatro van felices, la tarde es tranquila en Comitán.
Pero cuando llegan, lo primero que usted ve es lo que en la fotografía se muestra. En otro pasillo se encuentran con el mismo espectáculo de dos borrachos que, impertinentes, agresivos, piden monedas a una pareja que llegó al parque porque creyeron que podían platicar tranquilamente.
En otras bancas están sentadas dos prostitutas (una con vestido rojo y la otra con vestido amarillo); ambas tienen los labios pintados con color rojísimo y se ofrecen a los hombres que por ahí caminan. Saben con quién hacerlo. Cuando usted pasa con su esposa y sus dos hijas, las prostitutas miran al suelo y no levantan la vista hasta que ustedes han pasado.
Usted lleva a su esposa e hijas al negocio de doña Estelita, donde venden las mejores paletas de chimbo de todo el pueblo, y pide cuatro paletas y una botella de agua. Paga y regresan al parque. Buscan una banca disponible frente al templo de San Sebastián, porque, usted deduce que ahí, frente al templo, será difícil que se acerquen los borrachos. Cuando se sientan están más o menos tranquilos, pero una inquietud aparece cuando usted ve que en la parte superior del edificio donde están los cuartos de las monjas encargadas de cuidar el santuario del Niñito Fundador hay una serpentina de alambre de púas, de esos serpentines que ahora se colocan para evitar que los delincuentes trepen a las casas particulares. Y usted piensa que algo malo está sucediendo en ese entorno. Los teporochos y prostitutas se están adueñando de espacios de convivencia familiar y, además, parece que también la delincuencia, así es la lectura que hace cuando ve que el edificio que habitan las monjas está protegido por serpientes de alambre de púas. Eso es un signo alarmante de que los delincuentes están rondando por ahí.
En lugar que la autoridad reafirmara la línea divisoria ha dejado que ésta, como si fuera la línea fronteriza entre Chiapas y Guatemala, se vuelva vaporosa y los malvivientes han subido y se están asentando en espacios que la dignidad de un pueblo honesto les habría vedado. ¿Cómo es posible que ahora, en cualquier momento, los teporochos estén tirados sobre las bancas o sobre los corredores que, antes, eran territorios donde las familias convivían de manera alegre y pacífica?
Pero no sólo es eso. También el parque central de Comitán se volvió zona donde la convivencia sana cada vez es más difícil. Las organizaciones sociales se han ido apoderando poco a poco de espacios públicos y ahora se comportan como si ellos fueran los propietarios y el pueblo fuera un extraño.
¿En qué momento Comitán fue perdiendo la tranquilidad de sus espacios públicos? Parece que la autoridad (que no es propietaria del espacio sino simple comodatario) se ha excedido en su permisividad y no pone freno a tal fenómeno de expansión de la violencia y de la miseria.
Hace apenas unos cuantos años escribí que cuando veía a los estudiantes preparatorianos en la fuente del parque central, jugando, platicando, descansando, me sentía bien, porque ellos estaban a resguardo de los peligros, pero cambié de opinión en el momento que supe que alguien había sido detenido en ese espacio porque vendía drogas. ¿Drogas en pleno parque central?
Sí, poco a poco, ¡qué pena!, nuestra ciudad va perdiendo las zonas de sana convivencia. Los indeseables se van apoderando poco a poco de esos espacios, en una historia que pareciera sacada de un cuento de terror.
Las autoridades no están pensando en la conveniencia de la mayoría, de la gente de bien, de la gente honesta, de la gente trabajadora, sino que está cediendo espacios (por desidia y por intereses políticos) a grupos de malvivientes.
Usted se siente intranquilo y, en cuanto terminan de comer la paleta, decide que mejor irán a cenar a casa, pedirán una pizza. Las niñas brincan de gusto y su esposa entiende el mensaje y dice que sí, que es lo mejor, que cenarán en casa y mirarán una película de caricaturas. Y cuando llegan a casa y el perrito los recibe con machincuepas y movimientos desenfrenados de cola, mientras su esposa pide una pizza hawaiana, usted piensa si será hora de colocar serpentines de alambres de púas sobre la barda limítrofe y el solo pensarlo le provoca un malestar indecible.

martes, 15 de agosto de 2017

DE CUANDO ANDUVIMOS DE CHALEQUEROS EN UNA COMIDA DONDE ESTABA ENOCH CANCINO CASAHONDA




Era otro Comitán. Caminábamos por el parque de San Sebastián, a las once o doce de la noche. Habíamos comenzado la parranda a las dos de la tarde. Quique, Javier, Jorge y yo dábamos vueltas al parque, abrazados (abarcando todo el pasillo). Alguien sugería que fuéramos a tocar la puerta de doña Mariana y si alguien respondía adentro, pidiéramos “Un kilo de puntería”. Era una broma local, porque en la cancha Pantaleón Domínguez, cuando alguien no encestaba un aficionado al básquetbol gritaba: “Andá a comprar un kilo de puntería con doña Mariana”. Pero alguien de nosotros (el menos bolo) decía que no, que no molestáramos, y comenzaba a cantar la canción de José Feliciano que siempre cantábamos: “Pueblo mío, que estás en la colina, tendido como un viejo que se muere…” Nos gustaba la canción y el pueblo de ella la convertíamos en el nuestro, aunque, en ese tiempo no pensábamos que estaba tendido como un viejo que se muere. En realidad, a Comitán lo mirábamos como un pueblo que estaba en la colina y si estaba tendido era porque se había agotado de tanta pachanga. Porque, ¡Dios mío!, a cuánta pachanga íbamos. Pedro se tiraba y colocaba una oreja sobre la calle y ubicaba en dónde estaba sonando la marimba y para allá íbamos y entrábamos de chalequeros a la fiesta. Nunca faltaba un amigo o amiga que nos conocía y, diez minutos después, ya estábamos sentados y los dueños de la casa nos atendían con afecto, porque Alejandro era hijo de don Augusto, Javier, hijo del notario Aguilar, Quique, del notario Robles y Jorge, hijo de don Jorge Pérez. Los papás eran reconocidos en la sociedad y ésta nos recibía, aunque, al final, alguien de nosotros terminara haciendo desfiguros porque insistía en bailar con la quinceañera pero ella se resistía porque miraba que el compa ya se mecía como barco en alta mar y más que bailar terminaría recargado sobre el pecho de ella, con el riesgo de que el vestido impecable terminara manchado de vómito.
Caminábamos por el parque de San Sebastián, cantábamos. Quique (motivado por lo que habíamos vivido a la hora de la comida) se paró y nosotros lo rodeamos y, como si fuera Manuel Bernal, el declamador famoso, levantó un brazo y dijo: “Me gusta cuando callas porque estás como ausente…”. Ahí hizo una pausa, tal vez disfrutaba nuestro silencio, nuestra atención, porque los demás seguíamos abrazados, columpiándonos. Una luz ambarina iluminaba nuestras miradas un poco extraviadas. Luego, Quique levantó el otro brazo y repitió el verso de Neruda, pero ya con un tono diferente, con un tono bromista: “Digo que me gusta cuando callás, pero me gusta más cuando hablás de vos” y rio y nosotros con él. Neruda se había vuelto comiteco y nosotros lo disfrutamos.
A la hora de la comida habíamos estado en una gran mesa en el restaurante Tono Gallos. Habíamos convivido con los organizadores del Concurso Nacional de Oratoria. Esa vez nos colamos porque, tal vez, Quique era amigo de los muchachos oradores. En esa ocasión había estado Enoch Cancino Casahonda presidiendo la mesa (creo que era jurado del concurso). Ya todo mundo sabía quién era él, porque a mitad de la comida, alguno de ellos (pudo ser Benjamín o Cuati Bonifaz o el mismo Mario Uvence) se paró, pidió silencio, el mismo silencio que tanto ponderaba Neruda, y, con voz emocionada, dijo que declamaría El Canto a Chiapas, de Enoch Cancino Casahonda, y todo mundo aplaudió y dos o tres tintinearon los vasos llenos con las cucharas y el poeta, quien echaba traguito bien sabroso, levantó su vaso y dijo ¡Salud! y todos tococheamos los tragos y una manta de silencio nos cubrió, porque el declamador había comenzado a decir, en forma magistral: “Chiapas es en el cosmos”, y todos nos emocionamos y, en lo interno, cada uno admiró al poeta. ¿Cómo había escrito esa pieza casi perfecta, que nos hablaba de nuestro más íntimo sentimiento chiapaneco?, y admiró al declamador que, con voz de agua sencilla, cantaba el prodigio de Chiapas y cuando llegó a la última parte y sentenció que “…Cuando viejo, solo y abatido, se aproxime el final de mi existencia, he de besar tu tierra para siempre…”, yo vi a mis compas aguárseles los ojos, a través de mi aguada mirada. Porque, años después, cuando bebíamos en el departamento de estudiantes, en la Ciudad de México, nos abrazábamos y pensábamos en el parque de San Sebastián y ellos, mis amigos, pensaban en sus novias (yo pensaba en mi amor platónico) y gritábamos cotz, mientras Quique decía “Chiapas es en el cosmos lo que…” y diez minutos después se aventaba el momento esperado, levantaba un brazo y decía: “Me gusta cuando callás pero me gusta más cuando hablás de vos” y reíamos y decíamos ¡salud! y la nostalgia nos ganaba y terminábamos chillando, añorando a nuestro querido Comitán.

lunes, 14 de agosto de 2017

LOS PRINCIPIANTES





¿Rius era dibujante? Parece que no, porque nunca aprendió a dibujar bien. ¿Rius era monero? Parece que sí, porque sus personajes están más cerca del chango que del humano; es decir, Rius no dibujaba monos, más bien moneaba los dibujos. Pero gracias a este don particular logró que sus libros (más de cien) y sus revistas fueran leídos por miles y miles de lectores, porque Rius, con su obra creativa, se colocó en la cima donde están los mayores moneros de este país.
Ahora que las cifras millonarias son cosa de todos los días y se han vuelto irrelevantes (dicen que el ex gobernador de Veracruz desfalcó más de treinta y cinco mil millones de pesos y que el video de Despacito, de Luis Fonsi, ha sido visto por más de cuatro mil millones de usuarios) hay que decir que México (país de ciento veintisiete millones de habitantes) es un país que no lee mucho, pero que sí leyó a Rius.
De ahí pues que miles y miles de lectores pueden dar un testimonio de su relación con Rius. ¿En qué forma influyó en su forma de ser? El personaje principal de la novela “La vida nueva”, de Orhan Pamuk, premio Nobel de literatura, dice: “Un día leí un libro y toda mi vida cambió”. La obra de Rius fue modificadora de vidas. Esto lo sabía muy bien el padre Carlos J. Mandujano, por lo que cuando apareció el libro de Rius con el título de “Cristo de carne y hueso”, el padre corrió a la Proveedora Cultural a comprarlo y, como el experto lector que siempre fue, lo diseccionó y retomó los fragmentos donde Rius más le tiraba al mito católico y en su programa de radio, “La hora de la paz”, de la XEUI, rebatió, con fundamento cristiano, las ideas que, según el padre Carlos, estaban infundadas. A final, el debate no era más que el eterno debate: el padre defendía la imagen divina del hijo de Dios y el caricaturista la bajaba de las alturas y la aterrizaba y la trataba como un humano de excepción; es decir, un ser humano de carne y hueso, con ideas revolucionarias. El padre andaba en su negocio y Rius también. Uno trataba de fortalecer la fe de su grey (recordemos que fe es creer a ojos cerrados) y el otro trataba de quitar la venda de los ojos del sufrido pueblo mexicano. Yo admiré (y admiro) a ambos personajes: al padre Carlos y a Rius. Porque supe que ni Rius ni el padre tenían la verdad en su mano. Al final no fueron más que simples mortales. Y Rius no tenía la verdad en su mano, porque yo había leído su libro “Cuba para principiantes” y, al principio, le creí todas las bondades que el caricaturista decía de aquella nación. La revolución era el camino para hacer más digna la vida. Cuba era una nación que, poco a poco, lograba mejores niveles de desarrollo social. ¡Ah!, pero muchos años después apareció “Lástima de Cuba” y ahí, el mismo Rius se encargó de tirar el mito revolucionario y lo que había alabado lo tiró al cubo de basura. ¡Qué pena! Cuba había convertido su proceso revolucionario en una miserable dictadura. Sí, ya también había leído el maravilloso cuento de Senel Paz: “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”, donde dejaba ver la intolerancia del gobierno cubano respecto a la diversidad sexual; ya un amigo que había viajado a Cuba me había hablado del gran fracaso cubano respecto a la prostitución, pues me contó que, como en cualquier país sudamericano, en las playas de Varadero se paseaban tranquilamente preciosas chicas cubanas (con esos cuerpos maravillosos que poseen) ofreciendo servicios sexuales (son las llamadas jineteras); es decir, el socialismo había fracasado. Cuba no era lo que en “Cuba para principiantes” me había dicho Rius, más bien era, lo que años más tarde, el mismo Rius decía en “Lástima de Cuba”.
Rius entendió que si algo leía el pueblo de México eran las revistas de monitos. “Lágrimas y Risas”, “Kalimán”, “Memín Pinguín”, se vendían por millones, cada semana. Rius puso en el otro platillo de la balanza el mismo producto y pronto comenzó a ser consumido, de igual manera, por miles y miles de lectores. Sus Supermachos jamás alcanzaron los tirajes millonarios de Kalimán, pero sí lograron hacer conciencia en muchos espíritus. Rius comprendió que este país era un país mayoritariamente de principiantes. Nadó contra corriente, remó contra corriente. Hizo un supremo esfuerzo para llegar a la orilla donde está el conocimiento, la semilla del desarrollo. ¡No lo logró! No lo logró, porque el sistema político está tan bien cimentado que sus raíces no se queman con simple tinta china.
Miles de lectores pueden dar testimonio de su amistad con Rius, amistad lograda a través de sus libros. Claro, hay testimonios más cercanos, como el del caricaturista chiapaneco, Enrique Alfaro (el monero mayor de Chiapas, quien sí es un excelso dibujante), ya que él tuvo una relación más estrecha con Rius, un día subió a las redes sociales fotografías donde el famoso caricaturista está en su casa de Tuxtla; de igual manera, el testimonio de mi amigo Rubén Rodríguez es especial, porque cuenta que una tarde quedó varado en el aeropuerto de Guadalajara y mientras esperaba que la aerolínea anunciara su vuelo se puso a dibujar una tira cómica en su moleskine. Iba avanzado en su dibujo cuando oyó que su vecino le decía que dibujaba bien. Rubén vio al vecino y casi se cae del asiento al darse cuenta que era el propio Rius, de carne y hueso. Rubén le extendió el moleskine y le pidió el autógrafo, Rius tomó la libreta y dibujó un cuadro, continuando la historia que Rubén dibujaba. Ahora, Rubén tiene en la pared principal de su sala el cuadro donde aparece la tira cómica dibujaba por él y por el gran Rius.
México es un país de principiantes. Chiapas lo es más aún. Gracias a Rius, miles de lectores dieron un paso hacia arriba, hacia la cima donde está el análisis, la reflexión.
Hacen falta más libros para principiantes. Hace falta el libro “Chiapas para principiantes”. También falta el libro “Oposición a los corruptos por parte de principiantes chiapanecos dignos”. Pero, ¿quién los escribe? Rius ya no. Rius ya es río de otra dimensión.

sábado, 12 de agosto de 2017

CARTA A MARIANA, CON TORTILLA SIN SAL




Querida Mariana: Me encanta comer tortillas recién salidas del comal. En los Lagos de Montebello hay fondas, con techos de lámina de zinc y paredes de madera, donde las mujeres echan las tortillas al comal. ¡Ah!, es un disfrute mirar cómo les crecen las pancitas (hablo de las tortillas no de las muchachas bonitas), se van inflando y, ya en la servilleta, quedan planas de nuevo. Raquel dice que quedan con su bolsita, como si fuesen panzas de canguro hembra. A Raquel también le encanta comer de esas tortillas calientes, siempre les echa un poco de salsa roja molcajeteada o un poco de queso panela o le unta crema o frijol molido o… Siempre le pone algo. Si no hay salsa ni queso ni frijol, le pone un poco de sal. Hace taco la tortilla y pone cara de gorrión arrecho cuando se la lleva a la boca. Cuando la veo comer esas tortillas pienso en la diferencia que hace un poco de sal. La tortilla recién salida del comal es genial, pero un poco de sal le da un sabor diferente, como que magnifica el sabor del maíz. La sal siempre es así, activa sabores escondidos. Por eso, la tía Chepa siempre decía que al día de todos los días había que agregarle un poco de “salero”. Esto lo aprendió de su mamá que amaba todo lo proveniente de España, y es que en aquel país, además de referirse al contenedor de la sal, el término salero se aplica a una persona que tiene una gracia especial en su comportamiento. Tal vez vos, igual que yo, has escuchado que alguien dice: “Aquella chica tiene mucho salero”; es decir, tiene una chispa especial, es arrecha. La sal es esencial para darle sabor a la vida. Claro, todo debe ser con medida, porque si se le echa mucha sal a la vida puede subir la presión. Aunque ya sabés que muchas personas dicen que fulano de tal está “muy salado”, porque tiene muy mala suerte. Con lo que se reafirma lo que digo al principio: Todo debe usarse en la justa medida, ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre.
Y digo esto, porque, en días pasados, el licenciado Segundo Guillén, que vos sabés es presidente de la asociación de hoteles de Comitán, solicitó, en nombre de los ciudadanos, la apertura del museo Rosario Castellanos. Comitán (así lo veo) es un pueblo que tiene las virtudes de las tortillas recién salidas del comal. Los turistas que llegan a nuestro pueblo admiran sus calles con subidas y bajadas y se extasían ante los ramos de buganvilia que se descuelgan desde los altos de las bardas y que parecieran dar la mano a los caminantes. El otro día una señora de todos mis respetos (quien tiene años viviendo en este pueblo) me dijo: “Ya me quedé a vivir acá. Me encanta su clima”, y yo pensé que en ese momento que estábamos sentados en la sala de su casa, los tuxtlecos estaban sude y sude y nosotros disfrutábamos una tarde sencilla y fresca, tan fresca como la limonada que me había ofrecido y que yo tomaba agradecido con ella y con Dios por todas las bendiciones. ¿Y la sal? ¿Y el salero comiteco? ¡Ah!, eso está en su gente, en la gracia de sus muchachas, en los modos de ser de nuestro pueblo, en las costumbres.
Entiendo que la solicitud del licenciado Guillén va en ese sentido, que le demos valor agregado a la vida de este pueblo, con un ingrediente esencial: el rasgo cultural. Porque (todo mundo lo sabe) Comitán contó con el don especial de cobijar en su seno a la gran escritora. Los comitecos hemos dicho hasta la saciedad que Rosario colocó el nombre de Balún-Canán en boca de medio mundo. Ella es uno de los grandes valores. Muchos lectores de la obra de Rosario llegan a nuestro pueblo para beber los mismos cielos que Rosario bebió de niña y de adolescente. ¿Qué encuentran los turistas? Si me permitís seguir con el símil de la tortilla, encuentran lo esencial. Digo que acá hallan la tortilla recién salida del comal, bien calentita, bien panzudita, sabrosa, única. Por algo, quienes conocen Comitán se enamoran sin oponer resistencia. Los amantes de la obra de Rosario Castellanos encuentran el pueblo que fue su inspiración: ¡Comitán!, pero, la mera verdad, muy poco encuentran de ella. Los visitantes encuentran más de Belisario Domínguez que de Rosario y (también se ha dicho en muchas ocasiones), don Belis es reconocido como un gran héroe mexicano, pero sólo es conocido por los paisanos y (en ocasiones) ni siquiera por éstos. En Baja California hay muchos compas que no saben quién fue tío Belis, pero puede ser que si se pronuncia el nombre de Rosario la reconozcan como una escritora. El otro día comentábamos que en Japón, difícilmente, algún compa de aquel país puede saber quién fue don Belis, pero sí hay más de tres que saben quién fue la Chayo, porque la novela Balún-Canán tiene su traducción en aquel idioma. Belisario Domínguez tiene su casa museo (remodelada a lo calash, pero ahí está para gloria de él y para vanagloria de este pueblo). Y ahora, Rosario también ya tiene su museo. Dicho museo se llama MUROC. Hugo Fritz comentó que el museo debe ostentar el nombre completo y no el simple MUROC, cuyas siglas sólo siguen un patrón muy de moda. De acuerdo con un video que el licenciado Segundo compartió en las redes sociales, el museo ¡ya está listo! ¿Por qué no se abre entonces? El licenciado Guillén dice que: “… por algún tema político… esta obra sigue sin inaugurarse”. ¿Esto es así? De ser así ¡Es el colmo!
De lo que se comenta se colige que el museo (construido con dinero público) sigue cerrado porque existe una rebatinga de egos, de colores, que está pasando por encima del interés colectivo, del interés nacional. Tal parece que el licenciado Segundo, con su petición de apertura y su denuncia de intereses egoístas, ha colocado un letrero, con letras grandes, en la fachada del museo de Rosario Castellanos que dice: “Este programa es público, ajeno a cualquier partido político y queda prohibido su uso para fines distintos a los establecidos en el programa”. ¡Ah! Muy bien dicho: “Este museo es de Comitán y los comitecos. Honra la memoria de nuestra destacada escritora y está prohibido, terminantemente prohibido, que se use para fines políticos”. Todo muy claro. Entonces, ¿por qué no se inaugura? ¿Por qué este granito impecable de sal nos lo están presentando como un grano que está salando la sopa?
El licenciado Segundo ha insistido. Recordemos que su terquedad hizo que nuestro pueblo consiguiera la denominación de pueblo mágico. En las mismas redes sociales le escribió al secretario general de gobierno, el licenciado Juan Carlos Gómez Aranda, pidiéndole lo siguiente: “Ayúdenos a que el museo sea abierto. Tiene años cerrado”. El licenciado Juan Carlos, un comiteco distinguido y siempre bien intencionado, respondió: “Me introduciré en el tema”. Tal vez esto anuncia ya una pronta solución a la exigencia ciudadana.
Todo mundo entiende que estos mojoles culturales hacen que nuestro pueblo sea único. Cuando un visitante encuentra una rica oferta cultural se siente complacido y disfruta su estancia. Comitán es una ciudad con “salero”, con gracia especial. Cuenta con la ya citada casa museo y con el museo de arte, el de la ciudad y el arqueológico. Dicha oferta se incrementará con la del museo dedicado a Rosario.
Creo que todo mundo apoya la solicitud del licenciado Segundo. Muchos comitecos están ansiosos por conocer el interior del museo.
Una tarde, la maestra Lina Hall Kapeloff dio una charla que se llamó: “La vida de Rosario Castellanos”. Fue una charla espléndida. La maestra Hall demostró un gran conocimiento acerca del tema. De manera sencilla y clara logró eliminar muchas inexactitudes que enturbian la vida de Rosario. Entiendo que la maestra Lina fue una de las encargadas de la museografía de este recinto, lo cual, entonces, garantiza la exactitud y precisión de los datos que ahí se muestran.
Todo apunta pues a que el museo tendrá el “salero” comiteco que dará prestigio a la región.
El director de Coneculta, Juan Carlos Cal y Mayor, anunció, como dicen los clásicos, con bombo y platillo que el museo se inauguraría en enero de 2017. Esto lo declaró en diciembre de 2016. Pues ya se le constipó la inauguración al director de Coneculta, porque ya andamos en la primera quincena de agosto y no hay señas de lo que prometió. ¡Ay, don Juan Carlos! Según el licenciado Segundo, el retraso se debe a un estira y afloja que tiene tintes políticos. ¡Ah, qué pena! Están revolviendo el agua limpia con aguas de lavadero.

Posdata: Veo muchos restaurantes que anuncian, como cosa excepcional, que ahí ofrecen tortillas hechas a mano. Tienen razón, las tortillas recién sacadas del comal son una delicia. El Museo dedicado a Rosario Castellanos ofrece lo mismo: la historia limpia de una mujer hecha con maíz, de la misma sustancia con que estuvo hecho el libro de los mayas.
Si, como lo prometió, el licenciado Juan Carlos (Gómez Aranda, no Cal y Mayor) ya anda introduciéndose en el tema, es de augurar que muy pronto se cumpla la exigencia que hizo el licenciado Segundo, en nombre de los hoteleros y de la sociedad en general. ¡Ojalá!

viernes, 11 de agosto de 2017

DEFINICIÓN DE VINCENT




Y resulta que don Joaquín era un admirador de la obra de Vincent Van Gogh. Nunca le alcanzó su cochinito para viajar a Amsterdam y conocer la pinacoteca donde están expuestos muchos cuadros del genio pintor. Pero sí le alcanzó para que su sobrino Abraham le comprara en la Ciudad de México (en un bazar) reproducciones de los cuadros de Van Gogh. Estas reproducciones las colgó en las paredes de su casa. Y era tal su pasión por el pintor que no se conformó con una reproducción de cada cuadro, sino que le pidió a Abraham que le comprara dos, cuatro, seis y hasta doce cuadros con la misma imagen. Así, el cuadro “La noche estrellada” estuvo colgado en la recámara, en la sala, en la cocina, en el comedor, en el baño (al lado del cuadro “El doctor Paul Gachet”), en el corredor y en la cochera. Lo del baño era muy simpático (a mí me tocó verlo una vez que fui a casa de don Joaquín). Uno se sentaba en la taza y tenía enfrente los dos cuadros, el de “La noche estrellada” daba una sensación de tranquilidad y ayudaba a hacer lo que uno tenía que hacer, pero lo de “El doctor Paul Gachet” era una imagen un poco gacha, porque (los lectores recordarán el cuadro) el personaje del cuadro apoya su cara sobre su mano y su mirada es triste. El tío (creo que por pura casualidad) colocó el cuadro de tal manera que quien estaba sentado en la taza se sentía observado por el doctor Gachet. El doctor parece curiosear qué hace uno ahí y, al estilo de Armando Jiménez -el del gallito inglés-, preguntar: “Si pujas y pujas y no puedes defecar, ¿por qué no te levantas y vas a trabajar?”.
Don Joaquín brincó, como chivo feliz en el pasillo del hospital, cuando su esposa (doña Pirina) le enseñó el ultrasonido que mostraba que su primer hijo era varón, ¡varón! En casa nadie dudó, el nombre de ese pichito sería Vincent y ¡así fue! Vincent se llamó y, con el tiempo, cuando don Joaquín inscribió a su criatura en el primer grado de preescolar, la directora, en voz alta, leyó el documento de inscripción y al hacerlo dijo: “Niño Vicente López Arrazola”. No, no, dijo el papá, mi hijo se llama Vincent, no Vicente. “Ah -dijo la directora-, es común, las secretarias del registro civil se equivocan al apuntar a los niños”. No, no, insistió, el papá, no se equivocaron, mi hijo se llama así, Vincent. “Ah, dijo, la directora, entonces usted fue el que se equivocó”. Don Joaquín entendió que de nada servía agregar que se llamaba Vincent como Van Gogh, porque, sin duda, la señora directora no sabía quién era el tal Van Gogh; así como medio pueblo lo ignoraba, porque todos los del barrio y los familiares le decían Vicentito al niño o Tito, de cariño. Nadie lo llamaba por su nombre verdadero. Don Joaquín comprendió que ese nombre le significaría problemas al hijo, supo que medio mundo lo llamaría Vicente y él no quería eso para su hijo. Entendió que había un universo de diferencia entre decir Vicente o Vincent. Cualquiera podría decir: ¡Ah!, se llama Vicente, como Vicente Guerrero. O: ¡Ah!, se llama Vicente, como Vicente Fox. Y esto era colocar a su hijo en un lugar poco prestigioso.
Por ello, un día acudió al registro civil e inició un juicio para cambiarle de nombre a su hijo. Después de mil vueltas (se conoce el laberinto de los organismos públicos del país), logró que su Vincent se llamara Pablo. Tuvo la esperanza de que algún día alguien dijera: ¡Ah!, como Pablo Picasso. Los Pablos del mundo no están tan devaluados como el Vicente. Sólo de pensar que a su hijo, en lugar de compararlo con Van Gogh, lo compararan con Vicente Fernández le causaba urticaria a don Joaquín.
Cuando alguien le preguntaba por qué había bautizado con el nombre de Pablo a su hijo, don Joaquín decía: “Porque se llamaba Vincent”, y entonces, los compas sí pronunciaban de manera correcta el nombre: “¿Vincent? Pucha, qué nombre tan jodido” y agregaban: “Seguro que la del registro se equivocó y en lugar de escribir Vincent escribió Vicente”, y abundaban en la ineficiencia del servicio del registro en México.