lunes, 4 de septiembre de 2017

CARTA A MARIANA, CON HISTORIAS DE COINCIDENCIAS




Querida Mariana: El libro “El cuaderno rojo”, de Paul Auster, estaba en mi mesa de trabajo cuando escuché la noticia que Paul recibirá la medalla Carlos Fuentes de la FIL-Guadalajara. Se me hizo una coincidencia, porque el libro (lo saben quienes ya lo leyeron) narra anécdotas, precisamente, de coincidencias.
Paul no descubre el hilo negro. Todo mundo sabe que la vida está llena de coincidencias y de experiencias azarosas. Algunas son coincidencias divertidas, otras son misteriosas y algunas más son tremendas. Hay coincidencias, lo sabemos, que modifican vidas, de manera brutal.
El hecho que un libro de Paul estuviera sobre la mesa cuando dieron la noticia del galardón fue una coincidencia de arcoíris, de cuando llueve tierno y vemos en el horizonte esa parábola luminosa. Fue una coincidencia feliz, tal vez irrelevante para muchos, sin importancia. En mi caso me llenó de gozo algo tan simple, fue como el instante en que, en una noche cerrada, vemos una raya en el cielo y sabemos que fue una de las llamadas estrellas fugaces, instante que difícilmente volverá a repetirse.
Romeo no esperaba las coincidencias, él ¡las provocaba! Martha, muchacha bonita a la que amaba en secreto, siempre se topaba con él a la salida de su casa. Ella, por supuesto, durante las primeras ocasiones se sorprendió, luego comenzó a creer que Romeo la vigilaba, la perseguía. Romeo no se inmutaba, siempre que se topaba con Martha le decía: “Ve, ¡qué coincidencia!”, y le ofrecía una paleta de dulce o una galleta o un helado, que llevaba en un bolso que cargaba por todas partes, y sin preguntar la acompañaba dos o tres cuadras y se despedía. Martha, al principio, aceptaba el obsequio, pero luego comenzó a rechazarlo. Pensó que si aceptaba siempre era como abrir la puerta para que Romeo fuera tomando confianza y, con ello, abrogándose derechos que no le correspondían. Si Martha salía para ir a hacer tarea en casa de Rosy ¡ahí estaba Romeo! Y lo mismo cuando salía para comprar el pan, para ir a la papelería o para ir al ensayo de la estudiantina, en el auditorio de la escuela (donde ahora está el auditorio de la Casa de la Cultura). Siempre Romeo.
Claro, hay coincidencias que no son provocadas, sino que las otorga la vida. La tía Bety fue amiga de Rosario Castellanos. Una tarde, Pepe, hijo de la tía, llegó con la noticia de que el maestro de español (no sé si Pepe estudiaba la secundaria o la preparatoria en ese momento) les había dejado de tarea leer la novela “Balún-Canán”. La tía fue al librero donde tenía un ejemplar de la novela que había escrito su amiga de la infancia y se lo dio al hijo con la advertencia: “Me lo cuidás mucho”. Pepe leyó la novela, hizo una síntesis y regresó el libro. La tía colocó la novela en el librero. Diez o doce días después, mientras trapeaba la sala, la tía halló tirada la novela. Ella se sorprendió. Levantó el libro, recargó el trapeador en la pared, se sentó en un sofá y leyó algunas páginas de la novela. En la tarde llegó doña Estelita y, en medio de la plática, dijo que en la radio habían dicho que Rosario Castellanos había muerto un día antes en Israel.
Hay coincidencias misteriosas, pero hay otras que son dramáticas. Paul Auster cuenta algunas simpáticas, otras llenas de misterio y algunas que son trágicas.
En el libro “Debo olvidar que existí. Retrato inédito de Elena Garro”, del periodista Rafael Cabrera, éste dice que Elena, en un texto escribió una fecha, fecha que al paso de los años coincidió con una fecha fatídica en su vida personal. En la ficción también aparecen historias que coinciden con la vida real.
Las coincidencias que provocaba Romeo eran tan constantes que, una tarde, Martha salió de su casa para ir al ensayo de la estudiantina, llevaba una guitarra. Abrió la puerta, la tarde era bella, fresca. Martha cerró con llave y comenzó a caminar sobre la banqueta, llegó hasta la esquina donde una señora vendía elotes que asaba sobre un anafre. Martha vio hacia la derecha y luego a la izquierda, comprobó que Romeo no aparecía. ¡Lo extrañó!
Cuando Romeo me lo contó dijo: “Cuando vi que ella me buscaba, que me esperaba, pensé que ya había chingado. Ya extrañaba mi presencia”. Esa tarde, Romeo se había escondido detrás de un carro y desde ahí vio el comportamiento de su muchacha bonita. Al día siguiente, Romeo salió de su casa para ir a la de Martha y cuando abrió la puerta halló a Martha en la puerta de la tienda de enfrente. Martha sonrió y cuando Romeo se acercó, ella dijo: “Ve, ¡qué coincidencia!”.
Posdata: Sí. Martha y Romeo se hicieron novios.