domingo, 10 de septiembre de 2017

CARTA A MARIANA, CON PREGUNTA INCLUIDA: ¿EN DÓNDE TE AGARRÓ EL TEMBLOR?




Querida Mariana: Por primera vez no es un chiste. Vos sabés que en México la pregunta “¿Dónde te agarró el temblor?” se hace en forma chusca. El 7 de septiembre no fue así. Por primera vez fue una pregunta sensata. El 7 se lanzó la pregunta en intento de que la respuesta sirviera para reafirmar la idea de que habíamos vivido, y sobrevivido, el temblor de mayor intensidad en el país, en el lapso de cien años. Por primera vez tuvo sentido la pregunta. Todo mundo de acá debe conservar en su mente el instante vivido, porque no fue cosa simple. En las redes sociales aparecieron los memes con bromas al estilo del que decía que Chabelo no se había espantado tanto con el temblor como sí se espantó cuando, hace sesenta y cinco millones de años, el gigantesco meteorito impactó la tierra y extinguió los dinosaurios. Pero por encima de esos chistoretes estuvo presente la emoción de haber presenciado un fenómeno supremo que, como siempre, mueve a la reflexión de la fragilidad humana.
La abuela Vicenta contaba dónde estaba la tarde en que cayó ceniza en Comitán a inicios del siglo XX, con la erupción del volcán Santa María, en Guatemala. Todos los nietos la rodeaban y oían el emocionado testimonio de la abuela. Ella levantaba las manos y la mirada y decía que el cielo, como si alguien tendiera una sábana oscura, había sido cubierto por un velo de ceniza. Ella recordaba con precisión exacta el momento en que su mamá la jaló hacia dentro de la casa y le cubrió la boca y nariz con un paliacate, le dio una cacerola y la mandó a recoger ceniza en el patio. Vicenta obedeció, pero nunca entendió la orden. ¿Por qué su mamá la había mandado al patio a recoger ceniza, cuando los demás de la casa se protegían y rezaban y prendían veladoras, sorprendidos y temerosos, ante ese fenómeno natural? ¿Para qué usaría la ceniza su mamá? La abuela contaba que salió al patio y se sorprendió al ver que sus pies se hundían en la capa de ceniza y ahí quedaban impregnadas sus huellas. No avanzó más. En la orilla del patio se acuclilló y comenzó a llenar el trasto. Cuando el recipiente estaba lleno, Vicenta se paró y regresó a la casa, pero la mamá, que la veía desde una ventana que daba al corredor, le dijo que no entrara, que antes se limpiara la ceniza del cuerpo. Y Vicenta, como si sus manos fueran plumeros, comenzó a retirarse la ceniza que tenía en sus brazos, cabeza y sobre su vestido rosa, que ya se había vuelto gris. Pero por más intentos que hizo, no logró eliminar el polvo. Su mamá, quien seguía viéndola a través del ventanillo, le dijo que no podía entrar así, que iba a manchar todo el piso y los muebles. Le pasó una batea y le dijo que la llenara de agua, que se desnudara y que se limpiara. Vicenta cumplió la orden, quedó desnuda y se metió al agua que estaba helada. Su mamá le pasó una toalla y le dijo que entrara, que ya le tenía preparada su ropa. La abuela lo contaba con risas, en intento de restarle dramatismo a la historia, porque no lograba asimilar el comportamiento de su mamá el día que cayó ceniza en Comitán. La niña entró a la casa y le entregó la vasija con ceniza a su mamá, ésta la tomó, la llevó al oratorio y la colocó al lado de una imagen de San Jenaro, quien, según la tradición cristiana, es protector de los destrozos que causan los volcanes. Hamaqueándose de la risa, la abuela contaba que su mamá colocó la vasija, se persignó ante la imagen y dijo: “Acá está tu ceniza. Aplacá tu furia”. Se hamaqueaba de la risa, porque en ese momento entró el papá de Vicenta y le dijo a su mujer: “¿Para eso mandaste a la niña a encenizarse? De haberlo sabido te traigo ceniza del horno de la tía Lampa”.
Así como la abuela Vicenta, medio mundo de aquel tiempo tenía alguna anécdota ocurrida en el momento de la caída de ceniza. Así ahora. Medio mundo tiene testimonio del instante que vivió la noche del temblor de ocho punto dos. En el plano superior, medio mundo habla de la fragilidad del ser humano. El papá de una amiga estaba en medio de un campo cuando ocurrió el fenómeno y, por encima del temor natural, le subyugó el sonido que hacía la tierra, sonido que era una respiración alebrestada, porque la tierra avisaba que está viva; pero en el plano inferior, aparece la anécdota graciosa.
Hay personas que no soportan el humor ante sucesos trágicos. Pero hay otros, muchos, que no pueden evitar la mirada tangencial. En afán de recoger algunos testimonios de este temblor pregunté a varios conocidos: ¿En dónde te agarró el temblor? Uno de mis alumnos universitarios contó que dormía en casa de una familia. A él le gusta dormir completamente desnudo. A la hora que comenzó a tronar la casa se paró, prendió la luz y comenzó a buscar su ropa. No la hallaba. Me dijo: “Me dio pena salir encuerado”, así que se quedó en el cuarto, apoyándose en una pared. Con lo que no contaba es que el papá del amigo, preocupado, entró al cuarto para ver por qué no salía y lo halló en pelotas.
A mi prima fulana de tal (si pongo su nombre me mata) el temblor la agarró en la cama de un motel. Botándose de la risa (igual que la abuela Vicenta) me contó que en el momento del temblor ella estaba sobre su amado y se movía con cadencia (movimiento sensual de cadera, movimiento oscilatorio). Como el amante estaba en la cama boca arriba vio que la lámpara del cuarto comenzó a hamaquearse de uno a otro lado, de manera violenta. Gritó: “Tiembla, tiembla”. Mi prima creyó que su amado le pedía que intensificara el movimiento, dejó de moverse en forma circular e inició un movimiento penetrante hacia arriba y hacia abajo (movimiento trepidatorio), como si cabalgara en medio de un bosque. El amado seguía gritando: “¡Tiembla, tiembla!”, y ella le imprimía más fuerza a su movimiento, echaba hacia atrás su cabeza, con los ojos cerrados y, motivada por el entusiasmo de su pareja, comenzó a gritar: “Sí, sí, tiembla, ¡tiembla!”. Cuando me lo contó lo hacía botándose de la risa, dijo que, de puro milagro, el amante no la había tirado, porque lo que ella creyó era una cara de éxtasis a punto de orgasmo era un rostro de terror, porque su miedo se intensificó con la misma fuerza que se intensificó el movimiento telúrico. Me dijo que luego ambos estuvieron de acuerdo en que había sido el encuentro sexual más espectacular.
Posdata: No sé si mi prima se atreverá a contar la verdad, cuando, dentro de varios años, alguna de sus futuras hijas le pregunte: “¿En dónde te agarró el temblor?”.
Cada uno de los sobrevivientes tiene un testimonio. Algunos contarán la experiencia llevándola al plano de lo superior, otros lo aterrizarán y se botarán de la risa contando alguna anécdota chusca, pero todos, en lo íntimo se reconocerán como sobrevivientes de un movimiento telúrico sorprendente y sabrán que hubo un instante en que, debajo del marco de una puerta o al lado de un castillo o a mitad de un patio, cargando a su hijo o a su perrita, pidieron: “Ya, por favor, Dios, que ya pare”.