jueves, 14 de septiembre de 2017

CHAYOTE COMITECO




En algunas regiones del mundo no hay chayotes. Como en muchas regiones de México, en Comitán ¡sí hay chayotes! Los viejos recuerdan que las canasteras pasaban por el frente de las casas ofreciendo: “¿Merca’sté chayotíos?”; es decir, en Comitán (¡ah!, pueblo maravilloso) el chayote se llama chayotío, así, en diminutivo, para reafirmar nuestra condición de cositías, de llevar al extremo del afecto a toda persona u objeto con el que nos topamos.
Por eso no nos extrañó que la tía Argucia (sí, así se llama), cuando miró esta construcción dijo: “Miren, qué cosa tan chulita. Bien que se mira que ese chayotío es comiteco”.
Bueno, a decir verdad, Florencia sí se extrañó con el dicho de la tía, porque preguntó: “¿Por qué decís que se mira que es comiteco? ¿Cómo lo notás?”. La tía, frunciendo la nariz como si oliera un aroma desagradable, dijo: “¡Ah!, pues porque es bien argüendero. Ve cómo se estira para mirar lo que pasa en la calle”.
En efecto, parte del carácter comiteco está sintetizado en la clásica imagen de una mujer (sobre todo) que se asoma en la ventana para ver qué sucede en la calle. Por supuesto que nadie lo hace con el total descaro de esta mata de chayote. Por lo regular sucede un “cortineo”, donde la chismosa (o chismoso) ventanea con un ojo.
Es proverbial el hecho de que una persona llega a tocar la puerta de una casa y quien abre tantito la ventana es la vecina que argüendea. Si quien toca se mira que es persona “decente”, la vecina entreabre la ventana, saca la cabeza y dice: “No está doña Esperancita. Salió hace como una hora. Llevaba una morraleta, “decho” que fue al mercado”.
Después que la tía explicó la razón del porqué este chayote es bien comiteco, Arturo comentó que, sin duda, la construcción estaba deshabitada. Sí, dijo Florencia, se ve que no tiene techo, ya no siguieron construyéndola. Pero Emilio se acercó a la barda y, como buen comiteco, husmeó en el interior. Dijo que en el interior había una casa, en buen estado, se veía habitada. En el patio estaba un cordel con ropa secándose y más allá una pequeña caseta para un perro. La tía dijo que tuviera cuidado, no fuera a venir el chucho y éste fuera rabioso.
Fue entonces cuando Florencia preguntó el motivo de la ventana en la pared exterior. ¿Para qué el hueco? Dijo que si no fuera por el chayote ese hueco sería una invitación permanente para la delincuencia. Arturo dijo que con o sin chayote ese hueco era un contrasentido. ¿A quién se le ocurría, en estos tiempos de tanta inseguridad, dejar esos espacios abiertos por donde pueden colarse los malhechores?
Entonces la tía contó por qué a don Jacinto, el de la tercera, le decían “Jolote tierno”. Contó que la casa de don Jacinto tenía un murete de piedra, de esos chaparritos, que delimitaba el predio y la calle. Esos muretes dejaban ver todo lo que había en el interior y cualquiera podía saltar al otro lado. En esos tiempos, Comitán era un pueblo tranquilo. La casa estaba a mitad del predio y el cuarto de don Jacinto daba al frente de la entrada. Los vecinos caminaban por la banqueta y, en muchas ocasiones, saludaban al viejo de bigote espeso, que se encontraba en su recámara y desde esa ventana respondía al saludo. Una tarde el viejo fue al parque y regresó ya pardeando la tarde. A punto de meter la llave en la puerta de calle oyó un ruido, se asomó por el murete y vio una sombra en su cuarto. “Chingar -dijo- ya se metió un ladrón”. Se quitó el cinturón, lo amarró a su puño izquierdo y, para no hacer ruido, en lugar de abrir la puerta, se trepó en un piedrón para saltar el murete, pero, como los años no son de balde, calculó mal, no logró abrir en tijera sus piernas y uno de los pies se trabó con una de las piedras sobrepuestas y esto ocasionó que don Jacinto fuera a dar al suelo, junto con un montón de piedras encimadas. La ruidazón fue de antología. Los vecinos salieron a ver el argüende y tres llegaron a auxiliar al viejo que gritaba: “Te voy a agarrar, cabrón”. Mientras dos lo levantaban y lo auxiliaban de sus heridas, el otro vecino empujó la puerta de la casa, entró a la recámara y salió cargando un guajolote que se había metido al cuarto por la ventana. “Ya agarré al cabrón”, dijo el vecino, y don Jacinto, con la mano en la sien, dijo: “¡Ah!, y resultó jolotío tierno”.
Desde entonces, don Jacinto fue conocido como don Jolote Tierno. Cuando se casó, con doña Eulalia, tenía ya más de sesenta años. En el pueblo, en medio de risas, los pobladores dijeron que el jolote ya no estaba tan tierno y no se cocía al primer hervor.
En el libro “Anecdotario de lo real”, aparece una mención de don Jacinto y le ponen como apodo: Don Jolotío Tierno, para reafirmar el trato afectuoso que los comitecos siempre dispensan a sus personajes más queridos.
La tía nos urgió a seguir caminando, tenía que ir al mercado. A mitad de la cuadra se paró y dijo: “Pero nada mudo el dueño: Si alguien se brinca ¡que se espine el culo con los chayotes!”