lunes, 18 de septiembre de 2017

PASEO CON NOBLES SIN MUCHA NOBLEZA




A Mariana le sorprende el nombre de esta negociación: “Rey del cochito”. Le sorprende porque dice que se acerca mucho a lo que ella piensa es la nobleza: una clase social que se regodea en chiqueros de oropel.
No sé. A mí lo de la nobleza me atrae como fenómeno social anacrónico. ¿Cómo es posible que en el siglo XXI la realeza siga vivita y coleando? En nuestro país está consignado en la Constitución Política que los títulos de nobleza están proscritos y sin embargo a cada rato (en forma simbólica) vemos que Lupita se convierte en Lupita Primera, porque fue nombrada Reina de la feria de San Sebastián. En Juncaná, por ejemplo, coronan a la “Reina Infantil del Elote”. Mariana dice que a su prima equis, que tiene los dientes salidos, la debían nombrar como la “Reina de la Mazorca”. ¡Ay, Mariana!
En este sentido, Mariana tiene razón. Don fulano de tal se autonombra Rey del Cochito. Por eso, mi querida niña comenzó a jugar en cuanto vio el letrero. Dijo que doña Concha es la Reina de la Gallina de Rancho, porque los caldos que vende en su casa, allá por el rumbo del camino a Yocnajab, es de antología. Pero luego dijo que si eso era así, la nieta de doña Concha, la simpática Aidé, es la Princesa de Los Huevos de Rancho, porque ella es la encargada de ir, cada mañana, a levantar los huevos en el corral.
Coincidimos que era un título muy riesgoso, reconociendo el espíritu alburero de nuestro país. Cuando pensamos esto, Mariana dijo que tampoco era buen título el que tenía don Armando, que la gente lo conoce como el Rey de los Tacos de Tripa, porque los albureros pueden modificar el título y jugar con “La tripa del rey del taco”.
¿Y qué pasa con María, quien, según sus amigos, es la Reina de las Toronjas, porque vende unas hermosas en su puesto del mercado? ¡Ah, qué pena con Rosario que, por el producto que vende, podría ser nombrada como la Reina de La Papaya! ¡Qué pena!
¿Y qué decir de don Rodrigo que vende los mejores chorizos de la región?
Hay productos que permiten los títulos nobiliarios. Por ejemplo, doña Lupita no tiene empacho alguno en ser nombrada “Reina del Pan Compuesto”, pero doña Arminda puede molestarse, con justa razón, cuando alguien la bautizara como la “Reina del platanito”, porque vende puro plátano dominico.
Hay un intento de ingresar a la nobleza, un poco a la fuerza. Esa tarde, Mariana y yo recordamos a José José, a quien la mercadotecnia bautizó como “El Príncipe de la Canción”. Pobre Pepe Pepe. A pesar de ser primogénito ya nunca alcanzó a ser el Rey de la Canción. Fue más importante (visto en términos reales, ¡de realidad y no de realeza!) Javier Solís porque éste sí fue nombrado Rey del Bolero.
Otro mundo fue Rubén Darío, porque este enormísimo poeta fue llamado “El príncipe de las letras”. Y digo que fue otro mundo, porque en la literatura los reyes son inexistentes, con la excepción de Agatha Christie, quien es conocida como la Reina del Crimen, no porque los cometiera, sino porque los narraba de manera exquisita.
Mario, cada vez que se presentaba, hacía una genuflexión y decía: “Mario, Duque de la Cruz Grande”. ¿De dónde sacó tal título? ¡Quién sabe!, pero cuando lo decía se esponjaba como si fuera un cuch real o un real cuch, pero Daniel recordaba que Mario era vecino del barrio de los “Cushes”, así que su título se reducía a un simple “Duque de los Cushes”.
Quique y yo fuimos una vez al burlesque, en la Ciudad de México, y nos emocionamos al ver a las vedetes en el escenario cada vez que nos presentaban la espalda y, lentamente, se destrababan el corpiño e imaginábamos sus pechos liberados. La imaginación la botábamos cuando la respetable audiencia comenzaba a gritar: “¡Pelos, pelos, pelos!”, y la vedete en turno se daba la vuelta y complacía a la excitada perrada; pero cuando Quique y yo nos emocionamos más fue cuando el maestro de ceremonias dijo, con voz de locutor de la XEW: “Y ahora, con ustedes, la única, la inigualable ¡Princesa Lea!”. Paco juraba que había en no sé qué burdel la Reina del Estriptis. Con eso comprobamos que hasta en mujeres del vodevil había niveles y algunas se movían en las alturas de la nobleza. Cuando salimos del teatro, Quique y yo jugamos también con títulos nobiliarios. Quique dijo que a nuestro amigo X se le podría otorgar el título de Príncipe de la gonorrea, porque con tanta visita a los prostíbulos en dos ocasiones había sido “premiado”. Quique se paró de pronto en la avenida San Juan de Letrán y con una gran seriedad preguntó: “¿Y quién en Comitán será la Reina del Cotz?”. Reímos, reímos mientras en la avenida transitaban decenas de vehículos y los anuncios de neón se derramaban en nuestros ojos.