martes, 14 de noviembre de 2017

ASÍ ERA




Admiro al maestro Heberto Morales Constantino. Lo conocí cuando dio un taller de preceptiva en el Centro Chiapaneco de Escritores.
Sé que ahora radica en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, ciudad que se honra en tener a uno de los más prestigiados intelectuales de Chiapas.
Ayer me topé con el nombre del maestro Heberto. Curioseaba en los anaqueles de la biblioteca “Maestro Jorge Gordillo Mandujano”, del colegio Mariano N. Ruiz, institución donde laboro; curioseaba y hallé un libro prodigioso: “¡Así era Chiapas!”, editado por la Universidad Autónoma de Chiapas, durante el periodo en que Morales Constantino fue rector. ¡Ah, esa fue una época brillante de la máxima casa de estudios del estado!
Pensé que ese prodigio de libro no podía ser editado en otra época. Tenía que ser en el lapso que el maestro fue rector. Esa alianza de nombres señeros: Miguel Álvarez del Toro (autor del libro “¡Así era Chiapas!”) y del maestro Heberto no es mera casualidad, es la reafirmación que los grandes honran a los grandes, porque la publicación del libro de Álvarez del Toro fue un reconocimiento a su genio y al aporte que dio a Chiapas.
Recordemos que el zoológico de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez lleva el nombre de Álvarez del Toro también en reconocimiento a la herencia que nos dejó.
Digo que desde el taller de preceptiva comencé a admirar la obra y el genio del maestro Heberto. Cuando, en 2014, recibió el Premio Chiapas pensé que el maestro honraba al premio y no al contrario; es decir, el Premio Chiapas era concedido a un humanista de excepción. El maestro Heberto bien pudo seguir caminando sin ese flotador, pero el Premio recibía un puñado de oxígeno para caminar con más dignidad. Ese acto de dignidad duró poco, porque ahora, las instituciones convocantes (el gobierno del estado, a través de la Secretaría de Educación y del Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas) de un plumazo borraron ese hilo que tanto prestigio daba al estado (bueno, debe uno reconocer que hubo épocas negras, como cuando le concedieron el premio a un pianista ejecutante de melodías populares, pero debe reconocerse que hubo un tiempo en que el premio fue concedido a personas de la talla de Rosario Castellanos, Jaime Sabines y Andrés Fábregas Puig, por sólo mencionar a tres grandes intelectuales). Es una pena que este gobierno, además de mil desaciertos más, será recordado por eliminar el Premio Chiapas, ya que en 2016 no se entregó y en lo que va de este 2017 no hay humo blanco aún.
La tarde que el maestro recibió el premio me dio gusto y con alegría acudí al Auditorio Belisario Domínguez (en mi pueblo) para darle un abrazo y para escuchar, maravillado, el mensaje que leyó esa tarde, una pieza oratoria de excelencia, que sirvió para refrendar lo atinado de su designación.
Desde esa tarde no he vuelto a ver al maestro. Pero ahora, bendita coincidencia, hallé el libro de otro chiapaneco grande (por adopción, ya que nació en Colima, pero realizó una obra generosa en Chiapas) y tal hallazgo fue como si me topara con el maestro Heberto. Lo recordé con su palabra mesurada y con la mirada atenta a las cosas del mundo.
Por fortuna, el libro de Álvarez del Toro ya fue reeditado, porque la primera edición, la que se hizo en tiempos que el maestro Heberto fue rector de la UNACH, se agotó. Y digo que es una fortuna la reedición, porque el libro es muy disfrutable. De la mano de don Miguel hacemos un recorrido impresionante por las selvas de Chiapas. El título no es casual. Cuando don Miguel nos dice que “¡Así era Chiapas!”, nos habla de un bosque y de una selva que se fueron agotando, así como se está agotando el valle de nuestra historia actual.
Chiapanecos inteligentes como don Miguel y don Heberto hacen que este árbol aún tenga renuevos, a pesar de la tala inmisericorde que han hecho los políticos de estos tiempos. La estulticia de los políticos recientes ha quitado ramas al alto árbol del espíritu chiapaneco, pero confío en que gente de la talla de los nombrados hará que esa poda permita el renacer de la grandeza de este pueblo.
“¡Así era Chiapas!” refiere también a la grandeza de otros tiempos, cuando hombres y mujeres luminosos abonaban a la tierra fértil y hacían crecer la altísima planta de maíz de donde provenimos y a la que nos debemos.
Ayer me topé con el libro de don Miguel y cuando leí el nombre del rector fue como saludar a don Heberto y hallarlo como es: un hombre limpio y excelso, envuelto en la sencillez más diáfana.