jueves, 9 de noviembre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA EL ORIGEN DEL UNIVERSO




Querida Mariana: Vi esta fotografía y pensé que si alguien dijera que la abuelita Maty bordó el mar ¡lo creería! Lo creería porque este bordado no tiene principio ni fin. ¿Mirás cómo esta colcha desborda los límites de la fotografía? No fue a propósito (muchas cosas no lo son), pero la sensación que da es de un mar con un oleaje armonioso, casi quieto, como si la abuelita Maty hubiese ordenado: “Niñas, niñas, estense quietas”, y las olas, dóciles, sencillas, le obedecieran.
Vi la fotografía y quedé asombrado. ¿Cuántas horas dedicaba la abuelita de mi amiga Lulú a cada colcha? No puedo imaginarlo, porque mi imaginación es escasa hablando de horas dedicadas a una labor tan concienzuda, tan de abeja libando miel, tan de hormiga llevando hojitas al hormiguero, tan de Dios formando el universo.
Vi la fotografía y supe que las manos de la abuelita Maty fueron manos poseedoras del don. He visto manos semejantes, he visto manos de bordadoras zinacantecas que, con telar de cintura, se pasan las horas de las horas bordando las blusas; he visto manos de talladores de madera repasar una y otra y otra vez el trozo hasta dejar la pieza para museo. Imagino que así es el proceso que realiza el escultor Luis Aguilar, cada vez que moldea la plastilina para que luego, por el método de la cera perdida, sus obras tomen la solidez del bronce.
Vi la fotografía y me sorprendió la sencillez de la estancia. Sólo aparece la pared del fondo y la silla al lado del sofá donde está sentada la maravillosa bordadora. Imaginé, querida Mariana, que la abuelita Maty está a punto de terminar con la labor; imaginé que, al estilo de los albañiles que impermeabilizan un techo y quedan atrapados en una esquina, ella comenzará a quedar por debajo de ese mar bordado y dirá, satisfecha: “¡He cumplido!”, y cerrará los ojos y se irá a otra parte del universo a seguir con su labor, porque, ¡sí!, ella cumplió. Ella legó estos mares bordados y, lo más importante, dejó como herencia la lección de la paciencia y de la pasión.
¿Cuántas horas dedicaba a cada colcha, a cada laguna bordada, a cada mar entretejido? Ella, al contrario de Moisés, no abrió el mar, porque no estaba en el destierro. ¡No! Ella, al contrario, se dedicó a unir las olas para formar un enormísimo mar, ella siempre fue una mujer sedentaria, porque la Biblia dice que Dios descansó al concluir su labor de formar el universo. Lo mismo hizo la abuelita Maty, vio que el mundo era bueno, estaba lleno de flores, de pájaros y de borregos, pero le faltaba el agregado de la belleza utilitaria, entonces cardó la lana del borrego, se sentó y comenzó a bordar un tapete para abonar la imaginación del ser humano.
¿Mirás cómo cae la cabellera blanca, como queriendo unirse a las olas del bordado? Su cabellera es una cascada. ¿Mirás cómo ella está a punto de jalar el gancho para que el hilo forme la greca? ¿Imaginás cómo era el espíritu de la abuelita Maty?
Cuando vi la fotografía traté de escuchar. ¿Oís lo mismo que oí yo? Yo escuché el sonido del mar a la hora que, sugerente, besa la orilla de la playa; escuché el sonido de una bandada de gaviotas; escuché el sonido del silencio que, apresurado, movía los pies y caminaba por encima del mar, en intento de imitar a Jesús. Escuché la respiración de la abuelita Maty, vi cómo su pecho se alzaba como se alza el buche del gorrión cuando canta.
Nada interrumpía ese concierto de silencios y de murmullos.
En el instante de la fotografía, la abuelita no suspendió su labor. Así la hallaron, así la dejaron, bordando. Así continúo hasta la tarde en que el bordado se confundió con su cabello, se entrelazó y la cubrió de manera permanente.
¡Qué vida tan intensa, tan llena de guiños luminosos! Ella no fue enterrada, ella descansó debajo de un mar bordado.