miércoles, 15 de noviembre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE DAN LOS BUENOS DÍAZ




Querida Mariana: Hoy quiero contarte que una vez vi un letrero. He visto miles de letreros en mi vida. Me he topado con ellos en las cantinas, en las terminales de tren o de avión o de autobuses; me he topado con cientos de letreros en las calles. Los letreros, vos lo sabés, son de mil formas y están hechos sobre diversos materiales.
Cuando espero un camión o cuando viajo en él es cuando más letreros veo. Hoy se habla de un término que en los años setenta no era común: Contaminación visual. Hoy, todas las ciudades del mundo están plagadas de anuncios. Los anuncios, lo sabe medio mundo, les sirven a los publicistas para vendernos algo, para crearnos necesidades. Cuando espero en la parada de los autobuses me dedico a leer los anuncios; cuando voy arriba del autobús veo decenas de letreros, de anuncios. Ahora existen los llamados espectaculares, que son letreros gigantes que, como elefantes, están sentados en las azoteas de los edificios.
En el Comitán de los años setenta era muy común hallar pintado un letrero en las paredes de las casas y de las negociaciones que decía: “Prohibido anunciarse aquí”. Con tal letrero, los propietarios casi exigían que se respetara la propiedad privada. Como en aquellos años todo mundo se conocía, la gente era respetuosa de tal aviso, porque pegar algún anuncio en esa pared significaba dejar una huella digital del atrevido.
Pero decía al inicio de la carta que te contaría de un letrero especial. El letrero estaba colgado en la entrada del restaurante. Era una tabla de madera de pino, pintada con fondo rojo y letras negras. Las letras estaban escritas con letras mayúsculas, lo que le daba una rotundez al mensaje, difícil de no ver. El letrero estaba muy bien escrito, con una letra bellísima, como si hubiese sido pintado por uno de esos monjes copistas que, en el siglo XV, realizaban, con hoja de oro, las ilustraciones de los libros. Pero, ¡oh, Dios mío!, parecía un letrero con las infaltables faltas ortográficas, que tan a menudo aparecen en los letreros realizados por rotulistas que apenas terminaron el tercer año de primaria. El letrero servía como anuncio de bienvenida en aquel restaurante que era muy visitado porque servían riquísimos tacos de canasta. A mi amigo Alfredo (con quien había ido esa mañana) le encantaba comer ahí, siempre pedía tacos de papa y tacos de chicharrón. ¡Ah!, pedía cinco de chicharrón y dos de papa. Era obvio que prefería los de chicharrón.
Esa vez fue la primera vez que entraba y me sorprendió el letrero que decía: “BUENOS DÍAZ”. Alfredo sabe que si algo me molesta son las faltas de ortografía en los textos. Los odio, como decía el ratón Crispín, que interpretaba Luis de Alba, ¡con odio jarocho!
Le dije que ya se me habían ido las ganas de desayunar.
Alfredo dijo que no era para tanto.
Sí, dije yo. Cuando empiezo a leer un texto y hallo un error ortográfico ¡dejo de leer!
Pero no dejes de comer, dijo él.
Alfredo rio, me jaló hacia la mesa, llamó al mesero y pidió: “Cinco de chicharrón y dos de papa, para mí, y lo mismo para mi amigo, el escritor que odia los errores de ortografía”. Volvió a reír. Yo estaba serio (Cuando me propongo echar a perder mi día lo hago con mucha pasión).
“Los Buenos Díaz se refieren a los hermanos que crearon el negocio”, me dijo Alfredo y me enseñó la carta. Ahí explicaba el origen del letrero. En redacción especial para los “quisquillosos del lenguaje” explicaban que los hijos de los creadores rendían un homenaje a sus papás: Los buenos Díaz.
Me paré y regresé a ver el letrero. Al lado estaba una fotografía donde aparecían Carlos, Eduardo y Martín Díaz, fundadores de la famosa taquería.
Cuando volví a la mesa, Alfredo ya comía los tacos de chicharrón, me dijo: “Te pedí un agua de tamarindo. ¡Está riquísima!”. Sí, los tacos y el agua estaban deliciosos. En un momento, Alfredo levantó su vaso y brindó: “Por los buenos Díaz”. ¡Por ellos!, dije yo y tomé un sorbo del agua de tamarindo.
Posdata: Desde entonces me volví un poco más tolerante con los letreros. A veces me topo con algunos que, en apariencia tienen un error, pero que, viéndolos con atención son propositivos.