viernes, 3 de noviembre de 2017

DEFINICIÓN DE FIESTA




Por lo regular, la definición de Fiesta no contempla la tragedia, pero, por lo regular, la tragedia es invitada especial de las fiestas.
No existen estadísticas al respecto, porque es imposible registrarlas, pero un buen porcentaje de fiestas termina en tragedia.
Cualquier diccionario contempla a la diversión o regocijo, como sinónimos de fiesta; es decir, fiesta es echar la casa por la ventana para que la gente se divierta.
La tragedia nada tiene de divertida. ¿Cómo es posible, entonces, que muchos festejos terminen de fea manera? Pancho dice que es porque la fiesta reúne lo oscuro y la luz que siempre están presentes en la vida. La fiesta, dice Pancho, sublima el acto de vivir y lo potencia al máximo, por eso, en la fiesta, la carcajada es más ventana y más hueco la miseria.
Alfonso me contó que tuvo su primera experiencia de esa dualidad cuando tenía cinco o seis años de edad. Estaba parado sobre una silla, su mamá le arreglaba la corbata, porque portaba un traje debido a que una sobrina de su papá se casaba e irían al templo y luego a la casa de ella, donde se celebraría la fiesta. Y escribo celebraría porque, Alfonso me contó que nunca se celebró. Su mamá se retiró tantito y dijo que estaba listo, se acercó de nuevo, le dio un beso y lo bajó. Él se vio en el espejo. Sí, estaba listo: sus zapatos bien lustrados, impecables su pantalón y saco, la camisa blanquísima y la corbata con el nudo perfecto. Ahora, dijo su mamá, poniéndole una toalla sobre los hombros, ve a peinarte. Fue al baño, subió al banco que tenía, se echó agua en el cabello y, con el peine, trató de hacer una raya derecha, aunque al final, dijo sonriendo, terminó como la carretera vieja de San Cristóbal a Tuxtla.
Oyó la voz de su papá. El carro ya había llegado. Que se apuraran. Bajó del banquito y caminó por el corredor lleno de helechos. Su papá y su mamá también estaban listos. Ella vestía un vestido color naranja y llevaba un bolso nuevo entre sus manos; su papá estaba entacuchado, igual que Alfonso. Los tres (la sagrada familia) estaban listos, bellos.
Llegaron al templo. Ya muchos amigos de la familia estaban en la entrada, platicaban, los señores fumaban y las señoras se quitaban motas de polvo en sus chalinas. Fue entonces cuando Alfonso escuchó la palabra fiesta. La dijo su padrino Ramiro. Se acercó al grupo donde estaba su papá, el padrino interrumpió la plática, abrió los brazos, como si quisiera abarcar todo el pueblo y dijo: “Ya está comenzando la fiesta, está comenzando con el pie derecho”, y soltó su carcajada de olla exprés. Había terminado de decirla cuando el campanero comenzó a tocar el segundo repique. El jolgorio de las campanas se unió al jolgorio de la multitud y las campanadas volaron por todo el aire. “Qué raro”, dijo doña Carmen: “El campanero ya no dio el segundo repique”. Todos afirmaron, dijeron que el campanero había olvidado dar los dos toques finales que indicaban que era el segundo repique, que ya la misa estaba por empezar. La multitud siguió en la charla, muchos ya habían entrado al templo para tomar su lugar, pero muchos otros seguían afuera, en espera de que la novia llegara, ya los papás de ella habían llegado con anticipación, ya muchos los habían abrazado y habían deseado lo mejor para la hija. De pronto, un hombre llegó al grupo donde estaba el papá de Alfonso, donde estaba él, y como si hubiese visto un fantasma o como si corriera detrás de un venado, dijo, casi gritó: “Don Queno, no respira, ¡parece muerto!”. Don Queno era el papá de la novia, era el primo del papá de Alfonso. ¿Cómo?, preguntaron todos. ¿En dónde está? ¡Arriba! ¿Arriba, dónde? En el campanario. Pero, ¿qué está haciendo allá? Y todo mundo echó a correr. El papá de mi amigo le dijo que se quedara. Subieron por la escalera de piedra. Luego contaron que hallaron a don Queno tirado sobre el piso de tierra del campanario, debajo de la campana mayor; luego contaron que don Queno había subido para tocar el tercer repique, porque estaba muy contento por la boda de su hija. El campanero contó que don Queno le dijo que bajaría en cuanto comenzara el primer repique para llegar a tiempo a entregar a su hija en el altar. El campanero contó que don Queno no había tocado campana alguna, que cuando él terminó de tocar la volteadora e iba a dar los dos toques finales vio que la cara de don Queno se transformó, hizo una mueca de madera apolillada, se llevó las manos al pecho y cayó fulminado, como si un rayo lo hubiese empujado. Cuando las personas subieron ya lo hallaron muerto. Comenzaron a bajarlo, justo a la hora que la novia, sonriente, bellísima, bajaba del carro y se sorprendía tantito al ver que nadie había esperándola.
Ya no hubo la fiesta. La misa sí se realizó, pero fue como una celebración doble: misa de boda y misa de cuerpo presente. Todos lloraban. La fiesta había comenzado con el pie izquierdo. El cuerpo del papá lo sentaron, mientras los de la funeraria llegaban con el cajón.