domingo, 19 de noviembre de 2017

ESCRITORES DE CHIAPAS




Cuentan que Carlos nació en Comalapa; cuentan que su ficha biográfica así lo consigna. Dicen que, de niño, viajaba a Comitán. Se maravillaba ante la tienda que vendía revistas de monitos, los hoy llamados cómics. Dicen que, de ese tiempo, conserva una imagen que nunca olvida: la de su tía, leyendo, en su casa del barrio de San Sebastián.
De igual manera cuentan que, ahora, aquel niño es un excelente poeta. Los que saben ¡lo corroboran!
Una tarde de noviembre de 2017 estuvo en Comitán y participó en el Festival “Escritores de Chiapas”, que organizó el director del Centro Cultural Rosario Castellanos.
En la charla que ofreció, Carlos recordó aquel pasaje de su niñez. Uno, si agrega una pizca de imaginación, puede imaginar el arrobo del niño Carlos ante la oferta de revistas ilustradas y el encantamiento ante la imagen de la tía, sentada en el corredor de la casa comiteca, con un libro entre las manos.
Pero las personas no sólo cuentan los viajes de Carlos niño. También cuentan que una tarde, el poeta Efraín Bartolomé llegó a Comitán en viaje de avioneta, desde Ocosingo. Niño también, en tránsito hacia San Cristóbal. Efraín niño también bebió los cielos y el aire comitecos.
Pero no sólo fueron Carlos y Efraín. La gente dice que una tarde, Sabines (¡el poeta!) anduvo por estas tierras y bebió, junto al trago compartido con amigos, la esencia de las madrugadas de este pueblo.
Y no sólo fueron Carlos, Efraín y Jaime. Los que saben dicen que también en las calles comitecas anduvieron, de arriba para abajo, de abajo para arriba, Rosario Castellanos y Raúl Garduño. Ellos, con la misma disciplina y pasión de Carlos, pepenaron las piedritas lingüísticas que la gente de a pie siembra en las calles empedradas.
Ante tal evidencia, los mayores cuentan del prodigio de este pueblo que ha cobijado a Carlos, a Efraín, a Jaime, a Rosario, a Marirrós, a Raúl, a Óscar y a muchos poetas más; cuentan que en este pueblo, que es como orilla del río de Dios, la gente siembra palabras en la piedra y ellas, semillas benditas, crecen tan alto como el más alto cielo.
Y Carlos regresó a Comitán y recordó a la tía leyendo. Leyendo, yendo de acá para allá, como papalote, en el aire fresco de la palabra. Y, tal vez, puso en la balanza lo que el destino colocó en sus manos: en un platillo la imagen de la revista ilustrada y en otro platillo el vuelo de la palabra en los ojos y corazón de la tía.
Los mayores cuentan que en Comitán no hay poetas debajo de las piedras, en este pueblo, los poetas caminan al lado de Juan y de Elisa, lectores. En Comitán, los poetas son como flor en los jardines, pero no flor de un día, sino flor perenne.
Los comitecos dicen que, desde un balcón, han visto a Óscar, Raúl, Marirrós, Rosario, Jaime, Efraín y a Carlos, caminar las calles de Comitán. Los han visto cuando, en las tardes floridas, han detenido tantito su lectura y han dejado el libro sobre su regazo. Han detenido su lectura porque escuchan un ligero rumor de olas de mar, de relinchos, de pies en puntillas, de palabras abriendo huecos en la pared del alma. Los lectores, desde sus mecedoras, han visto cómo ellos, los poetas, hurgan a través de los ventanales de las casas comitecas. ¿Ahí está la luz? Cuentan que sí. Porque “yo no lo sé de cierto”, pero Sabines nunca escribió un poema especial para su ciudad natal como sí lo hizo con Comitán al preguntar “¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán?, ¿en mayo, en la quietud, en la frescura, en el aire?”
Carlos llegó una tarde de noviembre y respiró el mismo aire donde nadaban las palomas de la fuente. Llegó y recordó que, de niño, viajaba con sus papás desde su natal Comalapa y corría a comprar revistas de monitos e imitaba a la tía que, en su mecedora, en el corredor lleno de helechos, leía libros. Y Carlos soñaba que, un día, también sería un pájaro cantando mil poemas, un delfín saltando sobre el mar del tiempo, un caracol subiendo con lentitud hacia la montaña más alta.
Carlos estuvo en Comitán. Y refrendó la vocación de este pueblo donde los poetas caminan de día y noche, de noche y día y siembras palabras en las piedras y estas piedras florecen a mitad del amanecer, según el agua del vaso de Sabines.