lunes, 1 de enero de 2018

AL LADO DEL BUSTO DE ROSARIO




Estaba sentado en el parque central de Comitán. Al lado del bolero que tiene su changarro junto al busto de Rosario Castellanos. El bolero limpiaba un par de zapatos, yo miraba a los niños que corrían detrás de una paloma, y veía a una muchacha bonita que empujaba una silla de ruedas donde iba su abuela. Eran turistas.
Veía cómo un par de muchachos se paraban para tomarse una selfie que tuviera de fondo el busto de Rosario y el edificio del Teatro Junchavín. Ella mostró su sonrisa perfecta y él la tomó de la cintura. Veía cómo el sol del mediodía jugaba como si fuera una niña sobre un patín del diablo.
Veía esto cuando, en la banca cercana, se sentaron dos hombres, uno más joven que el otro. ¿Cuántos años tenía el mayor? No sé. ¿Sesenta y feria? La feria parecía estar ya avanzada. Tal vez ya arañaba los setenta. El hombre joven alzó la mano y saludó a dos mujeres que subían por la escalera. Las acompañaba una niña. La niña vio al hombre joven, corrió a abrazarlo y dijo: Papi, papi. Llegaron las dos mujeres, una más joven que la otra. ¿Cuántos años tenía la mujer joven? No sé. Tal vez cuarenta o un poco menos. Deduje que era la esposa del hombre joven y la madre de la niña. Ésta subió a la banca y dijo a su abuela que iría a saludar al reno y saltó la banca y subió a la jardinera y saludó al reno de plástico ya un poco desinflado. La mamá sacó su celular y le tomó una foto. La niña saltó de nuevo la banca y abrazó a su abuela. La mujer joven dijo que irían al mercado a comprar dulces y llamó a su hija y a la mujer mayor que, deduje, era su madre.
Los dos hombres se quedaron solos. El hombre joven dijo que su viaje de regreso estaba programado para el sábado. El hombre mayor dijo que sí. Se hizo una pausa, el viento fresco aleteó sobre nuestros rostros. Fue entonces que el hombre mayor, como si el viento hubiese prendido la perilla del encendido, dijo: “Acá estaba el Cine Comitán”, y señaló hacia la calle donde estaba el cine, a media cuadra. Luego dijo: “Nosotros estudiábamos en la secundaria que estaba allá” y señaló hacia el frente, hacia donde ahora está la casa de la cultura, y continuó: “Una vez vino Andrés Soler y, en el intermedio, pidió ir a jugar billar. Le dijeron que había un billar acá, frente al parque, era el billar de Lampo “manchado” y don Andrés fue a jugar, seguido de una bola de admiradores. Don Lampo lo vio entrar, lo saludó y preguntó qué deseaba, don Andrés dijo que quería jugar carambola. Acá en Comitán jugábamos de “palito”, se colocaban tres palitos de madera sobre la mesa”. El hombre viejo se paró y señaló con su mano hacia el portal donde ahora está la Farmacia del Ahorro. Y siguió con su relato: “Don lampo dijo, ¿quién de ustedes, cabrones, va a jugar contra don Andrés? Don Lampo se llevaba así con todos. Nadie dijo nada. Levanté la mano y dije: “Yo me chingo a don Andrés” y fui a tomar un taco. Yo era bueno para la carambola de tres”. Y ya no me enteré si el viejo le ganó a don Andrés o éste le dio una clase de billar, porque se acercó Javier y se sentó conmigo y me comenzó a platicar qué estaba haciendo a fin de año, un año difícil, un año en que casi no hubo chamba, pero ahora está haciendo unas bases para depósitos de gasolina. Ya no vi a qué hora se fueron los dos hombres, no vi si las mujeres habían vuelto o ellos habían ido a alcanzarlas, total, sabían que estaban en el mercado. Me quedé con la historia incompleta, pero con la certeza de que en cada casa comiteca hay un testimonio de vida, un pedazo de la historia común.
Sería muy interesante que cada uno contara sus vivencias, sus recuerdos; que cada uno aportara sus piezas para completar nuestro rompecabezas.
Quiero pensar que el hombre mayor (paisano, sin duda; tal vez suegro del hombre joven; anfitrión de los viajeros) hablaba de los tiempos en que los artistas del cine mexicano recorrían las plazas del país en aquellas famosas caravanas; caravanas que trajeron a Pedro Vargas, a nuestra paisana Irma Serrano, a un jovencísimo Juan Gabriel, a Tun tún, a Mantequilla (a los dos Mantequillas, el actor y el boxeador) y a Santo, el enmascarado de plata.
Javier se despidió y seguí sentado un rato más. Me quedé viendo otro rato cómo el bolero daba los últimos trapazos al par de zapatos. Y pensé en lo obvio, en que el Cine Comitán y el billar de don Lampo revivieron tantito en mi mente y en mi corazón gracias al recuerdo de ese hombre mayor, hombre que conserva una parte importante de la memoria colectiva de los comitecos. ¿Le habrá ganado en el billar al famosísimo don Andrés Soler? Ya nunca lo sabré.