sábado, 13 de enero de 2018

CARTA A MARIANA, CON RECONSTRUCCIÓN DE NUBES




Querida Mariana: Mi amigo Víctor Manuel González me dio copia de esta fotografía que conserva en una gaveta del escritorio. Me dijo que compartía conmigo un pedazo de su memoria. Agradecí el gesto y le pregunté si podía, a mi vez, compartir con vos esta fotografía. Cuando supo que la compartiría con vos me dijo que sí y agregó que nos invitaba, cualquier tarde, a ir a su casa a tomar un café. Dijo que le daría mucho gusto conocerte. Va, pues, comparto con vos la foto y te paso al costo la invitación. Ya vos dirás.
Acá aparece él al lado de una amiga, Lupita Guillén Velasco. La foto data, más o menos, de 1974. Y esta foto es proverbial, porque los muestra a ellos, sonrientes, felices, dando cara al futuro; además de que es un testimonio de cómo vestían los jóvenes en aquellos felices años setenta; y, por último, aparece un fondo ya inexistente en el Comitán actual. Acá se ve un lugar muy frecuentado en ese tiempo: “Nevelandia”, que era un lugar donde los comitecos llegaban a tomar un café, un refresco, un helado o a jugar dominó.
¿Ya viste el cabello de Víctor? Sí, cabello largo. Y esta melena está moderada, había compas que usaban la cabellera más larga. Recuerdo, entre mis compañeros de prepa, a varios con el cabello larguísimo, que requería (me contaban) cuidados especiales para que no se viera todo lleno de cebo y grasiento. Me cuentan que (como ahora los metrosexuales) destinaban tiempo especial para cuidar el cabello y destinaban paga para comprar champús y fijadores. Una vez te conté que un amigo peluquero se quejó conmigo porque su chamba había mermado, ¡cómo no!, si medio mundo andaba con el cabello hasta los hombros.
El pantalón de Víctor va en la cadera, así era la moda (con esto, los fabricantes de ropa se ahorraban la tela que le agregaban a las piernas). Si te fijás bien, en la parte baja del pantalón existe un engrosamiento de tela. Eran las famosas ¡campanas! Todo mundo usaba pantalones acampanados. Aquí habrá que decir que Víctor tenía la campana más pequeña y Lupita la tenía más grande (estoy hablando de los pantalones). ¿Ya viste cómo el pantalón de Lupita es amplísimo en la parte de abajo? ¡Ah!, era maravilloso ver caminar a las compañeras, ver cómo esas amplitudes iban abriéndose paso entre el aire, cómo (si el pantalón estaba muy largo) trapeaban el piso.
Víctor y Lupita están en el parque central de Comitán, en el parque viejo, que fue derruido para dar paso al parque ampliado con el que la ciudad cuenta actualmente. La foto fue tomada después del mediodía. Tal vez, digo sólo que tal vez, después de la fotografía, los dos amigos se sentaron en alguna de esas bancas que están detrás de ellos, que eran bancas de granito con los respaldos de madera. Ya te conté que algunas de estas bancas aún se conservan en el atrio del templo de Quijá. Una tarde fui con una amiga de aquellos tiempos y jugamos a que estábamos en el parque central y mirábamos el edificio de “Nevelandia” y de otra cafetería que estaba a diez o veinte pasos, que se llamaba “La Pantera Rosa”, y veinte pasos más allá “El café Intermezzo”.
Con esta fotografía no hay necesidad de imaginar mucho (bueno, tal vez algo), porque es como un fragmento bellísimo de ese rompecabezas mental que juntos construimos. Víctor, cuando me dio copia de la fotografía, me dijo: “Te comparto un pedazo de mi memoria”, y esta memoria, a final de cuentas, es un pedazo de la memoria colectiva, porque (insisto) el piso del parque central (que era de losetas hechas en los talleres comitecos) nos recuerda la dignidad con que los comitecos paseaban por su parque. Los domingos (ya lo hemos platicado) los muchachos daban vueltas al parque (doña Tony Carboney, dice que ahí se daban “quemones”, que era la técnica seductora de entonces, donde un muchacho veía a una muchacha y sonreía, como diciendo: “No me caés mal, es más, si te acercás capaz que digo que acepto tu invitación para ir a tomar un refresco”.) Si mirás con atención verás que el parque tiene un piso pulcro (lo que más se jodía eran las reglas de madera de las bancas, porque cuando llovía se humedecían de más). ¿Cómo está ahora el piso de nuestro parque? Sí, está feísimo, todo lleno de hoyancos, chiquitos, medianos y tamaño caguama. Es una pena constatar que no hemos avanzado en orden y en desarrollo. ¿Cómo es posible constatar que los comitecos vivíamos en una ciudad más digna en el pasado? El piso de aquel parque estaba parejito, bonito, pues.
En el lugar donde están parados estos amigos, ahí mero se reunía una multitud para presenciar el Concurso de Aficionados, que organizaba la radio XEUI, que fue la primera radio comercial del pueblo. ¿Ya viste cómo al lado de la puerta donde dice Billares hay otra más angosta que dice XEUI? La puerta donde dice Billares conducía al salón que estaba al fondo del local, que era muy grande; y la puerta donde dice XEUI tenía una escalinata para llegar al segundo piso donde estaba la estación de radio. Se alcanza a ver las letras grandes arriba del pasillo exterior. ¿Si mirás que en ese pasillo hay una puerta, aparte de dos ventanales que iluminaban el salón? Bueno, pues esa puerta era la que daba acceso al pasillo exterior. En este pasillo, colocaban una campana que servía para indicar al participante que su voz estaba muy desentonada, que estaba cantando medio fiero, así que estaba descalificado. El juez que tocaba la campana (quien se supone era experto en música) siempre salía con una capucha, para que los eliminados no fueran a identificarlo y se desquitaran después. Recordá que en tiempos de la inquisición y de la guillotina francesa, los verdugos también usaban capucha para evitar represalias.
Ese Concurso de Aficionados fue un éxito setentero en Comitán. Cuando se realizaba se llenaba de personas el parque, personas dispuestas a pasársela bien, tanto con los pochorocos que eran desentonadísimos, como con los que cantaban tan bien como Lucha Villa o como Pedro Infante. Sin duda, que en este 2018 deben andar por ahí algunos comitecos que participaron en ese maravilloso concurso que alegraba las tardes y noches de un pueblo en el que no había más diversión que el cine. Además, el espectáculo era gratuito.
Si seguís mirando con atención, verás que hay compas que están recargados sobre la pared de “Nevelandia” o parados en la entrada de los billares, o sentados en el acceso para la estación de radio. Esto es algo característico de todos los pueblos. Ellos están viviendo (en la contemplación) la vida que se desenvuelve ante sus ojos. El compa que está recargado en el amplio ventanal de la cafetería, sin duda, vio quién bajó de ese vochito que está estacionado; vio el grupo de muchachos de la preparatoria que entró a jugar billar; vio a la muchacha que se sentó en una banca del parque y esperó a su novio; vio el momento en que Víctor y su amiga Lupita se pararon en el parque y sonrieron y esperaron que el fotógrafo (algún amigo de ellos, sin duda) tomara esta fotografía que ahora es, como Víctor me dijo, una parte de la memoria de nuestro pueblo.
La fotografía es el mejor testimonio de la vida, es el que más se acerca a la verdad, es como la sonrisa del rostro del tiempo. Acá están Víctor y Lupita viendo hacia el futuro, así siguen, lo sé, pero esta fotografía nos permitió, desde acá, donde estamos, ver hacia el pasado. ¿Mirás qué prodigio? No hay necesidad de cerrar los ojos para imaginar cómo era la entrada al billar de don Ramiro Rojas. ¡No! Basta detenerse un tantito para ver esta fotografía. Hay algo como un aroma de eucalipto que inunda el parque, hay algo como un hilo de luz que se enreda en la celosía de la parte superior, hay algo como un pájaro que ilumina el vuelo de las miradas.
Por favor, querida mía, aguzá tus sentidos y escuchá lo que el fotógrafo (su amigo) les dice. ¿Qué? Sí, eso les dijo: “Miren el pajarito” y en ese instante ellos rieron. Nunca advirtieron que esas sonrisas iban a contagiarnos de alegría en enero de 2018. Ellos ríen en mil novecientos setenta y feria y más de cuarenta años después ahora lo hacemos nosotros. Víctor nos permitió construir un puente, un puente que recorremos con alegría, porque abajo no hay agua sucia. ¡No! Debajo de este puente hay un río de aire y nosotros, casi pájaros, volamos en derredor, mientras pensamos que es penoso que ahora nuestro parque, más grande, renovado, tenga un piso todo calash, todo lleno de viruela.
Posdata: Los parques son espacios abiertos y son territorios públicos. En ese tiempo, casi puedo jurarlo, no había teporochos o prostitutas en los parques. En ese parque donde están Víctor y Lupita, los comitecos, todos, paseaban a gusto, en armonía, con tranquilidad.
¿No podemos comenzar a recuperar esos valores? ¿En qué momento hipotecamos nuestra calma? Ahora hay personas que se piensan dueños del parque central, desde integrantes de organizaciones sociales hasta autoridades municipales. Nadie les ha recordado que ese espacio es de todos los comitecos; de jóvenes que se toman selfies, de niños que corren, de parejas que formulan su futuro y de ancianos que se reúnen para recordar cómo, en un tiempo, el parque de Comitán era más pequeño, pero más afectuoso.