jueves, 11 de enero de 2018

CUANDO LA LUZ CAMINA A LADO NUESTRO




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que sueñan con zapatos rotos y mujeres que todas las mañanas paren luz.
La mujer paridora de luz es como una cinta delgada llena de bendiciones. En la mayoría de ocasiones camina al lado de un hombre que no distingue esa bendición. Se sabe, la mayoría de hombres camina con los ojos cerrados, casi siempre.
Ella es la síntesis de la vida, por eso es una calle llena de bazares donde venden ollas de peltre y chalinas de seda. Ella es una bandada de colibríes, un velero que boga en la superficie de un lago; ella es el cuarto donde el abuelo lee el periódico, el puente donde los barcos pasan por debajo de su panza. Ella es la colcha que cubre al niño a la hora del frío.
Camina con el mismo aire de dignidad de la mujer que vende flores en el mercado, con la misma altivez con que corre el niño que es ciego.
Sueña con la misma emoción con que el aire come la tarde del parque. Se conduce como si las esquinas no fueran más que una pausa en la calle.
Ella es el brillo de una laja que recibe cientos de pasos de decenas de peatones. Ella es el recuerdo grabado en una cámara, es la cerca que no permite el abrazo del alambre de púas. Es un venado a mitad del bosque, es un pájaro que alimenta a sus polluelos, es una brizna de nostalgia en el campo del tiempo.
¿Es un perrito de la calle? Sí, también es un cachorro que tiene hambre, hambre de pecho, de labios.
¿Es un hombre bajando por la colina? Sí, también es un hombre explorador, y también es un carro vacío de mudanza, y es un barco de papel que navega en tardes de lluvia, en tardes que la abuela llama a los nietos porque acaba de sacar del horno la bandeja de galletas. Y es un abrazo y una sonrisa de candelabro.
Esto y más es ella. Es la carrera de un caballo en el hipódromo y es un maletín café donde el médico lleva una ampolleta.
¿Nunca tiene miedo? Sí, como a cualquier mortal le da miedo el huracán, la tristeza del vidrio roto y el pabellón donde no hay nadie a media noche.
A ella le gusta renombrar los objetos, le encanta pensar que la vida es un instante novedoso, de renuevo. Así, al perro le llama casa y la casa anda por todos los pasillos de su rostro (que así nombra su casa). La casa es juguetona, mueve la cola, es fidelísima. Cuando ella llega a su rostro, casa le hace fiesta, la recibe moviéndole la cola y colocándole las patas delanteras sobre su pecho y esta acción es la más luminosa del mundo, porque ella también baña de luz la colcha oscura de la vida rutinaria.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que son como fundas de almohada y mujeres que son un boleto para subir al vagón del metro.