miércoles, 17 de enero de 2018

UN SOLO CAMINO




Soy escaso en amistades. Por esto, tal vez, cuando en los años setenta conocí a Julio Cortázar me volví su incondicional. No recuerdo qué fue lo primero que leí de Julio, tal vez fue un cuento o “Rayuela”. Lo que puedo asegurar es que me sedujo, fue amor a primera vista. Me enamoré de su obra creativa y comencé a seguirlo con tal afán que llegó el momento que sólo leía libros de él, como si el mundo no fuera más que su continente y su agua.
En una ocasión, Rafa señaló el libro que llevaba debajo de la axila y dijo que no era bueno lo que hacía. Me dijo que nos sentáramos en esa banca del parque donde estaba sentado un señor que leía un libro de José Emilio Pacheco (eso lo vi de reojo), y me dijo que, por su experiencia lectora, recomendaba que diversificara mis lecturas y puso ante mí una hoja con diversas sugerencias literarias. En la lista estaban García Márquez, Chejov, Poe, Mann y varios más. Recuerdo que sólo una mujer aparecía, la Yourcenar.
Como si fuera un padre recomendando a su hijo eremita regresar al buen camino, me exhortó a que tuviera más amigos literarios, que no era bueno tener una sola idea del mundo. Preguntó: ¿Qué le sucede a un hombre que sólo ve el mundo a través de una ventana? Cuando vio mi cara de puerta cerrada, se echó a reír y dijo que, cuando menos, el hombre debía ir a la otra ventana de la cocina para tener una visión diferente y agregó, ya encarrilado, que lo ideal era que ese hombre no sólo viera el mundo a través de la ventana sino que saliera a la calle, que caminara hasta la esquina, que oliera los aromas del mercado y de las carnicerías, que subiera a un tren y que llegara a otros pueblos, a la playa y que ahí trepara a un barco y que… Yo lo escuchaba con atención y en cada palabra yo asentía, convencido de lo que me estaba diciendo. Otro amigo, Quique, me había enseñado antes que la esencia de la vida está en el misterio que se abre a la hora que salimos a la aventura.
Rafa me habló como diez o quince minutos, de manera apasionada. Cuando terminó, acezando, como si hubiese corrido los cuatrocientos metros planos, me preguntó cuál era mi comentario. Le dije que, de manera honesta, consideraba que su boca (como decimos en Comitán) estaba llena de razón. Le dije que de vez en vez leía a otros autores, pero que deseaba (en ese momento) convertirme casi casi en experto de la obra Cortazariana, obra que me tenía fascinado. Y entonces le dije que era como una relación amorosa, donde estaba dispuesto a serle fiel y le pregunté si él en alguna ocasión había estado con una chica que llenara todas sus expectativas y que por lo tanto no necesitaba más compañía. Sí, dijo él (y vi que sus ojos se iluminaron como si fueran gotas de lluvia matutina), hace como dos años, contó, se llamaba Elisa y ella era todo mi mundo, no había nada más que ella. Aproveché su emoción y dije: “Bueno, pues hacé de cuenta que Julio es mi Elisa”. No dijo más. Nos paramos y fuimos a tomar un refresco en un restaurante al aire libre.
En realidad le hice caso a Rafa. Poco a poco, conforme crecí (en años y en apertura de mente) busqué a más autores. Entendí que mi oficio (el de lector comprometido) me obligaba (sin obligación) a leer lo que nuevos autores proponían. Mi universo se ensanchó, pero no se crea que dejé de lado a Cortázar.
Ahora, en muchas ocasiones, mientras leo a autores noveles los dejo tantito en el buró y tomo un libro de Cortázar, porque éste me hace mucha falta, porque, además, reconozco que sus abrazos no tienen comparación. Los abrazos de los otros son tan escasos, tan esmirriados, tan agua de alcantarilla. Muchos escritores son escasos en talento y en imaginación, elementos estos que rebosan en la obra de Julito.
Siempre, a la hora que abro un libro de Cortázar, recuerdo que muchos críticos literarios lo señalan como uno de los mejores cuentistas del siglo XX, así que para qué gastar pólvora en zanates si puedo volar en las alas de un cóndor.
¿Y qué pasó con Elisa?, le pregunté a Rafa. Me dejó, dijo. Ya no me explicó por qué, pero pensé que muchas Elisas del mundo son así, infieles.
Siempre vuelvo a Cortázar, le soy fiel, él es mi Elisa infinita, mi Elisa, mi E lisa.