domingo, 18 de marzo de 2018

EL VIENTO COMO UNA FLOR PARA LA NOSTALGIA




El maestro Gustavo me envió su libro más reciente. El título es “Una flor al viento”. En el texto de presentación, el autor indica que el título es “una clara referencia al ya clásico y bellísimo Canto a Chiapas”, de Enoch Cancino Casahonda, que en un verso dice: “Chiapas es en el cosmos lo que una flor al viento”.
El libro es un libro de haikús, género poético que el maestro Gustavo practica. El libro tiene un subtítulo: “Cien brevicantos a Chiapas”, dedicados desde Teotihuacán, lugar donde el maestro reside.
Imagino que el maestro Gustavo tomó el título con el mismo movimiento que hace el niño a la hora que extiende la mano para tomar una flor que vuela frente a sus ojos. Así voló el verso de don Enoch, porque los chiapanecos que viven lejos de la tierra natal, cuando están nostálgicos, escuchan un disco de marimba, toman una copa de comiteco y declaman el poema de Cancino Casahonda. Es su manera de rezar, su forma de hacer un conjuro para evitar la nostalgia y para acariciar su corazón.
Lo que ha hecho el maestro Gustavo es una lluvia de flores. Por esto, su abrazo para Chiapas es a través de haikús, que son como las flores de la poesía.
Todo vuelo es prodigioso. Es prodigioso el vuelo de un águila y el vuelo de un papalote que echa a volar un niño, pero, tal vez, el vuelo más bello es el de una flor. El vuelo de una flor no tiene comparación en el universo. No tiene comparación porque está revestido de una gran humildad y, a la vez, de una gran dignidad. El vuelo de una flor no tiene una ruta definida, como sí la tiene el de una estrella fugaz, como sí la tiene el del papalote que controla el niño con sus manitas, como sí la tiene el vuelo de un cóndor o la de un ganso que viaja hacia el Sur. Por esto, el maestro Gustavo retomó el verso de don Enoch, porque en su grandeza (los hechos recientes lo demuestran), Chiapas es una flor sin rumbo definido. El autor así lo señala en la presentación, cuando dice que su libro intenta “solamente hacer un recorrido (…) por la bella y, a veces, dolorosa realidad del estado de Chiapas”.
El maestro Gustavo ha vivido muchos años en el estado de México, pero (imagino) todas las noches abre la ventana, ve el cielo y recuerda su tierra natal, alarga la mano y trata de pepenar las luciérnagas que pasan frente a sus ojos, la lluvia de flores que cae de ese árbol donde están enraizados los gajos más tiernos de su memoria.
Cien flores vuelan su cielo. Por esto, el libro (edición de autor) es de un tiraje mínimo, casi íntimo: cien ejemplares, ni uno más ni uno menos. Cien ejemplares para cien lectores elegidos por la mano de su generosidad.
El libro, entonces, pretende llegar a cien espíritus, tocar en cien puertas, para decir que el viento es como una flor para la nostalgia, porque el viento es el fuelle para el vuelo de las flores. Sin el viento, las flores viven pegadas a la rama. El maestro, un día, se volvió flor y cuando el viento amaneció y estiró sus brazos para desperezarse lo llevó hasta Teotihuacán, ahí donde “los hombres se convierten en dioses”. Hasta allá voló su cuerpo, pero algo de su espíritu (su mushuc) quedó enterrado para siempre en Comitán y por eso, en un movimiento compensatorio, el maestro Álvarez devuelve cien flores de ese enormísimo árbol.
El libro es sencillo, tiene la humildad de la flor que se sabe arrancada del árbol por el viento, de la flor que parecería destinada a secarse sobre la tierra. Pero, casi siempre, esas flores secas se convierten en abono y ayudan a que los renuevos floreen con intensidad.
Copio acá un haikú, para que más de cien lectores extiendan las manos, con las palmas cara al cielo, y reciban esta lluvia que el maestro Gustavo comparte:
“Lazo que une
Línea que no divide”
Usumacinta.