viernes, 16 de marzo de 2018

LECTURA DE FOTOGRAFÍA




La foto es simpática porque no tiene un solo elemento completo. Todo es fragmentario. ¿Quién sabe por qué?
La fotografía, hay que decirlo, fue tomada en el barrio de La Pila, en Comitán, en febrero, mes en el que se celebra a San Caralampio.
Acá se ve parte de la ramazón de la ceiba que está sembrada en el parque; buena parte del crucifijo que está en la cúspide del templo; parte de una de las dos torres que son los campanarios; parte de una luminaria; parte trasera de un juego mecánico; y parte del cielo matizado con nubes.
La fotografía, por supuesto, fue tomada por un neófito en cuestiones fotográficas, porque, en realidad nada dice. No ganaría ni un último lugar en un concurso de fotografía, y no obtendría lugar alguno porque no sería elegida para participar. Es una foto sin gracia, casi desgraciada, casi tan oxidada como esta lámina donde se anuncia la empresa: “Atracciones Vaquerizo”.
Es una fotografía hecha de fragmentos, como si fuera un juego de esos donde debe completarse una imagen, una imagen que, para los comitecos, dice mucho, porque parece que el primer plano sintetiza el concepto. ¿Por qué? Muy sencillo: Esta fotografía habla de una tradición y es cuando uno entiende que no todo lo tradicional es bueno.
Cuando alguien habla de preservar las tradiciones, habla en abstracto, se adorna con un lenguaje que no debería abarcar a la totalidad.
Hubo un tiempo que en la región de Comitán fue tradicional, en las ferias de pueblo, realizar competencias donde vaqueros, sobre caballos, competían para ver quién llegaba antes a la meta, lugar donde estaba colgada una serie de gallinas con el pico hacia abajo. Los competidores debían, al galope, tomar a la gallina del cogote y “descogotarlas”. Era tradicional, pero era un juego violentísimo, agresivo, sin amor ni respeto a los animales.
De igual manera, ahora, en el año 2018, cualquier comiteco nacido en la década del sesenta o setenta podrá decir que la tradición continúa, porque “Atracciones Vaquerizo”, como en 1968, por decir un año, sigue llegando a Comitán con sus juegos mecánicos. ¡Dios mío! La ciudad de Comitán se quedó sumida en la tradición de juegos oxidados y peligrosos. Y esto debe ser así, porque, de igual manera, los comportamientos de la sociedad siguen insertos en una tradición equivocada. Los mismos ríos de orines de los años setenta siguen fluyendo, en franca competencia con los chorros tradicionales de La Pila. En la Calle del Resbalón, ahora la gente resbala por la humedad de los ríos de orines.
El otro día, a propósito de los vetustos juegos de “Atracciones Vaquerizo”, un abuelo le dijo al nieto, a la hora que lo subía a la rueda de los caballitos: “Yo me subí a esta misma rueda, cuando era niño”. Vi que el niño ponía una cara de Moisés cargando piedras cinceladas. Sí, esa fue la cara que puso el niño, como si el abuelo, a la hora que el nieto dijera que quería dibujar, en lugar de pasarle una tableta electrónica, le pasara una piedra y un cincel.
Cuando le conté a Ramiro que los juegos de “Atracciones Vaquerizo” siguen llegando a las ferias del pueblo, me quedó viendo con el mismo asombro del niño cara de Moisés.
Tal vez, no lo sé, pero la rueda de la fortuna que aún lleva la empresa a los pueblos de Chiapas sea la misma rueda de la fortuna a la que se subió el indígena en un pasaje de la novela “Balún-Canán”, de Rosario Castellanos.
Creo que nadie, en estos tiempos, se siente orgulloso de decir que Comitán continúa con la tradición de los juegos mecánicos de “Atracciones Vaquerizo”. El comentario de mi prima cuando Pau pidió subir al juego de las tazas resume todo: “No, hijita, no. Te puedes lastimar con esos fierros oxidados y te puede dar tétano”. Sí, pensé cuando vi esta fotografía, es una imagen muy oxidada. Por fortuna, el cielo comiteco es el contrapeso que da equilibrio a la balanza de la vida.