miércoles, 16 de mayo de 2018

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




Muchos, en Comitán, conocen a esta niña. ¡Es Renata! Ella tiene pocos días de nacida. Sin embargo, su mamá (cariñosa) ya le puso unos aretes en forma de corazón, para que este símbolo sea como la tea que guíe sus pasos por esta vida.
El corazón es símbolo del buen deseo. Todos los niños del mundo son recibidos con ese símbolo. Los niños recién nacidos lo sienten latir cuando, por primera vez, su madre los abraza.
Cuando vi esta fotografía pensé que, sin ser de un profesional, era una foto simbólica; es una foto que sintetiza el mundo de los recién nacidos.
Renata, después de un baño con agua calentita, en brazos de una persona amada, sintiéndose muy segura, se acerca a la ventana del mundo y lo mira por primera vez. Su carita muestra el asombro que mostramos todos cuando vemos algo que no imaginábamos. Acá está el mundo frente a ella, como dándole la bienvenida.
Los recién nacidos se asoman a la ventana y ven la maravilla del universo y desean volar por sus cielos. Sin embargo, los adultos sabemos que el mundo tiene grietas, por eso, para que el corazón sea un árbol lleno de pájaros alegres, la mirada del recién nacido debe ser llenada con imágenes agradables. Por esto, en la ventana de Renata deben colocar un cenzontle, para que sepa que la vida está asegurada cuando el ser humano escucha el canto de un pájaro en la mañana. La ventana de Renata debe tener una torre Eiffel, para que sepa que el mundo tiene ciudades bellas como París y que ella debe llenar sus ojos, no con lágrimas, sino con el agua luminosa de todos los ríos del mundo. Su ventana debe tener las imágenes de sus padres, de sus bisabuelos y abuelos y tíos y primos, para reconocer que el árbol de la vida está sustentado en las raíces de la tradición; su ventana debe tener una imagen del universo, para que ella sepa que siempre hay más cosas de las que alcance a apreciar y a palpar, debe reconocer que la infinitud es apenas el misterio donde juega Dios.
Vi la fotografía y vi a Renata con su carita en la misma posición con que un aficionado a la lectura revisa los títulos en los libreros. Por eso, pensé que su ventana debe tener una imagen de Bach, para que ella escuche los pasos de Dios a la hora que camina por los pentagramas del mundo; pensé que la ventana de Renata debe tener un libro que resuma todos los libros bellos del mundo, los que cuentan las mejores historias, las que nos hacen soñar, las que nos estimulan a pasear en alfombras voladoras.
Recién salida del agua calentita, extensión del líquido amable donde nadó durante nueve meses en el vientre materno, Renata nos regaló la mirada inocente que tienen todos los niños al nacer. Ella está recostada en un brazo, que es como la curvatura del arco iris.
La ventana de Renata debe tener lo que tiene la casa del aire, debe tener la luz afectuosa que tiene el templo a la hora que Dios juega el eterno juego de la vida. La ventana de Renata debe tener un dulce de panela, una flor para que libe el colibrí, un puente para cruzar de lo oscuro a la luz, un huerto donde la mano alcance el fruto, un río donde el barco del sueño bogue sin riesgo. La ventana de Renata debe ser luminosa e iluminadora.
Por el momento, se ve que su ventana está llena de amor. El corazón que está en el lóbulo y está a mitad del patio de su cuerpecito, debe ser el faro que guíe todos sus pasos, pasos que deben seguir las huellas limpias que han sembrado sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos y los demás pájaros bondadosos de su árbol mayor.