martes, 8 de mayo de 2018

PARA TARDES EN QUE NO HAY QUÉ HACER




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que son como un tren que no tiene alas y Mujeres que son como el caos envuelto en papel manila.
La mujer caos envuelta en papel manila es como una gata que, al despertar, debe descubrir cuáles transformaciones han ocurrido en las últimas horas, casi casi como si el universo se hubiera recreado mientras ella dormía. Abre los ojos, se despereza, estira sus manitas que, con las uñas, quedan trabadas en la tela del sofá y luego, como si pensara con mente de maratonista, dice: “Mundo, ¡ahí te voy!”, y sale a la calle y camina y ve a los ciclistas que esquivan carros y mira las tiendas donde venden trajes y vestidos para fiestas, y sube a una motocicleta y le dan ganas de convertirse en uno de esos personajes del cine que entra a un restaurante esquivando las mesas, obligando a los meseros a trompicarse y soltar las charolas, mismas que manchan a los comensales que se disponían a comer tranquilamente; y le dan ganas de entrar a un templo, a la hora de misa, y conducir de manera estruendosa a la hora que el sacerdote inicia su sermón y la gente se persigna y una monja toma, con un isopo, un poco de agua bendita y con una mano le avienta el agua, mientras grita: “Pecadora, pecadora…”; y le dan ganas de trepar hasta el altar, darle una vuelta a la mesa de mármol y salir, con el escape abierto, hacia el vestíbulo donde ya hay dos patrullas, porque alguien, una mujer fiel fidelísima, llamó a la policía diciendo que todo era un caos (¡sí), porque una mujer motociclista (tal vez drogada) había entrado al templo, profanándolo, y ella (la fiel fidelísima) hubiese querido ser Jesús y tener un látigo en la mano y ser como una domadora de leones, para soltar latigazos y obligar a la infiel mercader a salir del templo, casa de Dios, recinto sagrado. Pero ya la mujer caos, en ese instante, se asegura el casco y, de manera velocísima, salta sobre una de las patrullas y ríe, mientras los policías, se quedan viendo y piensan si disparan o mejor se quedan impávidos, como si nada hubiese ocurrido. Como los policías optan por lo segundo, la mujer caos envuelta en papel manila, piensa que sería bueno hacer lo mismo, pero en el mercado, porque ahí los pasillos (al contrario del templo) siempre están llenos de personas que compran manzanas o alitas de pollo (para hacerlas en barbecue) o grasa de cerdo para preparar tortillas con asiento o ensartas de chorizo o chile en vinagre o tostadas o café molido o albahaca o tamales de bola. Y hasta el mercado va la intrépida mujer que, ya se dijo, es como una gata que juega a husmear por el jardín. Y cuando llega al mercado y entra y comienza a conducir por los pasillos, las personas se hacen a un lado, le gritan, le avientan naranjas y plátanos, hablan por teléfono para solicitar ayuda a la policía, y ella, la mujer caos se detiene y, con el freno hasta el fondo, juega con ambas manos, acelera, provoca un ruido ensordecedor, está avisando que pronto avanzará, por lo que los compradores y mercaderes se hacen a un lado, no vaya a ser la de malas y resulten golpeados, porque se ve que la mujer está dispuesto a todo, tal vez está drogada, tal vez está borracha, o es una de esas dementes que, en Estados Unidos, entra a disparar a lo loco. Nadie sabe que ella se divierte, que sólo sigue los dictados de sus genes. Ella es una sencilla mujer caos envuelta en papel manila, es como una gatita juguetona. Sería incapaz de provocar daño. Mientras está en un extremo del mercado piensa que no ha provocado un solo incidente. Sólo hizo que en los interiores del restaurante y del templo todo tomara vida, como si de pronto una gata enorme (llamada leona) entrara de improviso y la gente corriera de un lado para otro; sólo ha provocado que las personas que estaban muy solemnes tomaran actitudes de niños juguetones. Está segura que ahora (mientras ella está en el pasillo del mercado) todas las personas que estuvieron en el restaurante y en el templo están platicado del suceso y algunas (muchas) se ríen de lo que le pasó al vecino, del instante en que se subió a la mesa y metió la mano en la sopa hirviendo, y los del templo también se santiguan y dan gracias a Dios por haberlos librado de ese peligro, de ese demonio enfundado en traje de motociclista, y ahora se sienten agradecidos por la bondad divina y están más cerca de Dios, más cerca de lo que jamás han estado en misas anteriores. Pero como la mujer caos envuelta en papel manila no es tonta, sabe que su suerte puede cambiar de un momento a otro, porque la policía está por llegar, así que se baja de la motocicleta y corre por los pasillos, sale del mercado, sigue corriendo por la subida, levanta la mano, para al taxi, se sube, da la dirección de su casa, mira por el cristal trasero, se recarga sobre el asiento, cierra los ojos y sólo piensa en llegar a su casa y, como si fuera una gatita, tenderse en el sofá, para descansar. El día ha sido ajetreado, ha cumplido su misión. Por apenas instantes logró sembrar el caos, un caos divertido, casi excitante, sin dañar a alguien.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que son como una cocina impecable, y Mujeres que son como un vitral donde la luz toma el color del ópalo.